12 de febrero de 2012

¡Que no y que no!

Hoy domingo, palabra, que me parecía estar escuchando al Señor decírmelo muerto de risa tras salir de misa. 

Se lo comentaba a Lorca después de almuerzo cuando hablábamos por teléfono. Le decía: - “Te acordás de aquella entrada que opté por retirar sobre los Heraldos del Evangelio ya que me pareció inconveniente para ellos mezclarlos con el tema de los lefebvristas?” Claro que la recordaba, por lo mismo proseguí.

- “Pues te cuento que tenía dos domingos de no ir a misa con ellos por lo que hoy me dispuse a hacerlo. Salí de casa ilusionadísima porque recordaba la belleza que fue escuchar los cantos en latín y recibir la comunión de rodillas. Pero, no vas a creerlo. ¡Pasó algo divertidísimo!

Pasó que, desde que entró el presidente de la asamblea hasta que salió, no hubo más que dos breves cantos en latín a la hora de la comunión, todo lo demás en simple, llana y vulgar lengua vernácula; pero eso no es todo porque, si bien al momento llegado colocaron el reclinatorio pero, cuando me disponía a situarme en la fila, el diácono con el copón acompañado del acólito con su patena, llegó hasta mi de no se dónde y me ofreció la comunión, tan de repente, que ni tiempo de tirarme al suelo tuve; así que comulgué de pie y en la boca. Sin ninguna buena razón para reclamarle a nadie. Imagináte!” 

Se lo terminaba de decir mientras escuchaba su risa estridente al otro lado del teléfono. 

Pues si, reí, Lorca, bien que es para reír. Que no te digo? Fue como si me hubiera dicho: - “Ternurita bella. Ya se que venías muy contenta esperando escuchar cantos en latín y arrodillarte en el lindo reclinatorio, pero…, debí hacerlo, es que si no, de qué otra forma podría haber llamado tu atención acerca de mi persona? 

- “¡Cielos! Pues si, amado Señor. De ninguna otra forma hubiese estado más atenta de ti” 

Para este momento, Lorca y yo, nos sosteníamos la panza de la risa. 

Cuando nos calmamos, finalmente, le dije: - “Es para no creer el cariño con que nos trata el Señor, no es cierto? “Para mi” le decía, “cuando, atenta a la realidad descubro al Señor haciendo estas cosas (como el otro día que hizo salir el sol cuando tanto lo deseaba) se me colma el alma de tal ternura, gratitud y belleza como la que podría sentir un niño por su padre cuando le ayuda a subirse por primera vez en una bicicleta.

Yo, como el niño, miro al Señor observándome atentamente desde que salía de casa yendo ilusionada a misa; notando que estaba mucho mas concentrada en encontrarme con el latín y con el reclinatorio que con El. 

Puedo verlo muerto de risa mirándome salir de misa sin latín y sin reclinatorio, pero muy contento de verme a la vez contenta, más de lo que podrían estar los ángeles y los santos allá en el cielo, porque aquí en la tierra -este día y como si fuera la primera vez- me di por enterada de que El estuvo allí presente, en su Cuerpo, Alma, Sangre y Divinidad”.

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