29 de febrero de 2012

El milagro que necesitamos

Del beato John H. Newman leemos:
“San Benito se encontró un mundo social y material arruinado y su misión fue ponerlo otra vez en su lugar [ ] de un modo calmo, paciente y gradual [ ] hasta que estuvo terminado.

Se veían hombres silenciosos en el campo o en el bosque, excavando, desenterrando y construyendo, mientras que otros hombres silenciosos, que no se veían, estaban en el frío del claustro, cansando sus ojos y concentrando sus mentes en copiar y recopiar [ ].

Ninguno de ellos protestaba [ ] poco a poco, los bosques pantanosos se fueron convirtiendo en ermita, casa religiosa, granja, abadía, pueblo, seminario, escuela y por último en ciudad”
Este milagro sucedía en el siglo VI de nuestra era.

El cristianismo, como el hombre, siempre ha tenido enemigos; la existencia tanto de uno como del otro, no parece haber sido bien recibida por el mundo. A períodos de bienandanza, le suceden los de desdicha en los que el Espíritu ha suscitado hombres y mujeres que le han plantado la cara.

Benito en su tiempo supo lo que debía hacerse, lo mismo Francisco en el suyo; también hoy lo sabe Benedicto XVI quien, citando a Tomás de Kempis en el Angelus del domingo 26 de febrero decía “es con la paciencia y con la verdadera humildad como nos haremos más fuertes que cualquier enemigo” y, bien sabemos que ninguno mejor que el sabe que el mayor enemigo de nuestro tiempo es “la tentación de suprimir a Dios, de poner orden solos en uno mismo y en el mundo contando exclusivamente con las propias capacidades”

Muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo se nos han adelanto al seguir la inspiración del Espíritu que les ha hecho reconocer que “es el momento propicio para renovar y fortalecer nuestra relación con Dios a través de la oración diaria, los gestos de penitencia, las obras de caridad fraterna”; lo se, porque los tengo por decenas a mi alrededor, son todos aquellos que se han dispuesto al trabajo de ser cristianos.

“Ciertamente”, decía don Giussani en el 2004, “donde se comprende que el trabajo últimamente es oración, es decir, es una petición: pedirle a Dios que te reponga, que te devuelva el equilibrio, que de nuevo tus ojos sean lúcidos, que dé fuerza a tú corazón. Entonces comprendes que [la oración] sirve para renovarte completamente”, para renovarte y renovar el mundo completamente.

En el siglo VI, como en nuestro tiempo, hubo necesidad de un milagro; ahora como entonces, existe no solo un Benito que sabe cuál es el milagro que necesitamos sino hombres y mujeres quienes, silenciosamente y sin protestar, se han puesto a la tarea de alcanzarlo. 

“Rezar es un milagro y es necesario aceptar el milagro”
L. Giussani, El atractivo de Jesucristo, Ediciones Encuentro, Madrid, 2000, págs. 234-235


Dedicado a mis amigos rezadores y a todos aquellos que atenderán la urgencia de rezar que el Espíritu continuamente suscita en su interior.

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