¡Qué dulce gatito!
Quien, sin saber lo suficiente acerca de comportamiento animal (tal como yo) mirara esta fotografía pensará cuán dulce es el gatito pero estará equivocado.
Lo del gatito y según comentó María, uno de mis contactos en facebook, “no es un cariñito” ya que “los gatos tienen en el área de la cabeza próxima a las orejas ciertas glándulas odoríferas con las que marcan su territorio. Literalmente, ese caballo ha quedado marcado como su propiedad.”
Ah, pero mira qué bien! Resulta que en lugar de un “dulce” es un “bandido” gatito! Bien que lo se!. Hoy, justamente, pensaba en lo territoriales que son mis perros!
En esta propiedad vivimos tres familias, cada una con su manada y, aunque la convivencia de los humanos no ha resultado tan complicada como la de los animalitos, la de éstos ha sido lo suficientemente complicada como para que nos haya enseñado a evitar mayores complicaciones entre nosotros.
Luna ha sido la que más ha sufrido en adaptarse. La amada perro-lobo de mi hermana es salvajemente territorial, lo cual es terrible para el resto de la manada (humanos incluidos) y, aunque lo suyo, por genética es natural por estar más cerca de las fieras que de los animales domésticos, no deja de ser un problema.
Meditando en el comportamiento de Luna recordé que Asia Bibi está encarcelada por una cuestión de “territorialidad”, lo mismo que tantos niños en Nigeria que sufren hambre y violencia, así como Jackeline, una señora de mi barrio a la que ayudo y, hasta yo, cuando en cuestiones de liturgia he sido “marcada” por unos y otros..
Cada una de estas personas ha sido “marcada” por alguno de nosotros para estar ya sea, dentro o fuera, de un territorio específico.
Tan diferente nuestra “territorialidad” a la que con en el Bautismo nos “marca” el Señor ya que, por sobre todo, nos deja libres.
Tan diferente a la que exhortó esta semana en los Ejercicios Espirituales a la Curia Romana el Card. Laurent Monsengwo Pasinya, arzobispo de Kinshasa, en la República Democrática del Congo refiriéndose a la primera carta de Juan «lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y lo que hemos tocado con nuestras manos acerca de la Palabra de Vida, es lo que les anunciamos, también a ustedes, para que vivan en comunión con nosotros».
El Señor nos deja libres para que elijamos la comunión mientras nosotros una vez y otra también esclavizamos a nuestros semejantes así alejándonos y alejándolos de la comunión.
Se pone uno pensar en la paciencia que ha de tenernos Dios para haberse propuesto el camino del Antiguo Testamento para la llegada de su Hijo y nada más para que nosotros Lo terminásemos “marcando” para ponerlo fuera de nuestro territorio o, al contario, “apropiándonos” para hacer con El lo que nos da la gana.
Se pone uno a pensar en el amor que ha de tenernos para Encarnarse y así demostrarnos la manera de adentrarnos en la gloriosa libertad de los Hijos de Dios y poder así gozar algún día en Cristo de la comunión de personas en el seno de la Trinidad.
Lo que se ha propuesto es un salto enorme para el ser humano. Tan enorme como el que daría Luna si tuviera, como los humanos, lo necesario para ceder de su instinto en beneficio de la convivencia.
Lo que se ha propuesto es un salto enorme para el ser humano. Tan enorme como el que daría Luna si tuviera, como los humanos, lo necesario para ceder de su instinto en beneficio de la convivencia.
Se lo ha propuesto Dios y lo consigue, de prueba tenemos a los santos quienes han sido los primeros de nuestra especie en salir de la vida salvaje.
O sea, ¡nada es imposible para Dios!