Me ha hecho saber María Fernández que a España han llevado la moda “latina” las mujeres inmigrantes la cual, por las expresiones que utilizó para referirse a ella, no es una que tenga a muchos radiantes de alegría.
Esta moda, para los que no lo sepan, consiste en llevar ropas ajustadas, profundos escotes, faldas cortas, brazos descubiertos, etc., es decir, consiste en llevar cuanto menos ropa y más provocativa sea posible.
Desde que era joven me preguntaba cuál habrá sido su origen ya que, si bien recuerdo, no nos vestíamos así ni siquiera en los años 60. Creo que tuvo que haber influido la liberación sexual pero también la interpretación que hemos hecho de la moda internacional desde nuestra cultura.
Sea cuál sea su origen el caso es que es una moda nada pudorosa, sin embargo, así se visten para toda ocasión muchas de nuestras mujeres, incluso y, por qué no, para asistir a misa.
No habiendo sacerdotes que digan algo asumo que el asunto ha proliferado.
En verdad, considero que, conociendo a mi gente y el respeto que tienen por la autoridad de los sacerdotes, quien de ellos les recomendara que vistan con pudor muy probablemente sería atendido, pero el caso es ese, los curas no tocan el tema ni por asomo. Ignoro por qué no lo hacen ni voy a adelantarme a sacar conclusiones.
La cuestión es que el comentario de María vino al caso ya que Susana Bulacio, quizá preocupada por la situación, había posteado en facebook lo siguiente:
“El Padre Pío no toleraba faldas apretadas ni vestidos cortos o con escotes bajos. Sacaba a las mujeres del confesionario, aún antes que entraran, si discernía que sus vestidos eran inapropiados. Muchas mañanas sacaba a una tras otra terminando por escuchar solo unas cuantas confesiones. También tenía puesto un rótulo en la puerta de la iglesia que declaraba: “Por deseo explícito del Padre Pío, las mujeres deben entrar en su confesionario usando faldas* que lleguen a por lo menos ocho pulgadas (20 cm) por debajo de las rodillas. Es prohibido prestar vestidos más largos en la iglesia y usarlos para el confesionario” (o sea, que prohibía el préstamo de prendas para ocultar que se traía un vestido corto, cuando lo que se ordenaba es que cada quien se presentase correctamente vestida).
El Padre Pío censuraba fuertemente a alguna mujeres con las palabras, “¡Vete y vístete!”. Él no le daba pase a nadie, ya sea que fuesen personas que conocía o que veía por primera vez, o hijas espirituales de mucho tiempo. En muchos casos, las faldas estaban pulgadas debajo de la rodilla pero aún así ¡no eran suficientemente largas para el Padre Pío! Los niños y los hombres también tenían que usar pantalones largos, si no querían que los sacaran de la iglesia”.
Se muy bien, porque soy latinoamericana, que no hay que esperar a que una mujer se atreva a señalar públicamente estas cuestiones, para que se la tache de moralista; entre quienes lo hagan -de seguro- habrá hombres y mujeres, muy probablemente todos ellos, buenos católicos.
Si bien es cierto que se puede interpretar como moralista la sentencia del padre Pío, lo cual –dicho sea de paso- no es que lo considere escandaloso; pero más que eso y, en vista de cómo están las cosas, me inclino a pensar que antes que moralista, la exigencia del padre Pío fue y sigue siendo de sentido común.
Tan de sentido común es que cuando un cura se atreve a hablar muchas de las mujeres, con humildad, respeto y sencillez, lo consideramos; tal como describe Amalia el día que, en la capital federal, entró en la Catedral para confesarse.
“Hace varios años atrás, paseando por capital federal, decido entrar en la Catedral para conocerla, cuando veo un sacerdote confesando.
Que bueno! me digo, aprovecho y me confieso.
El tema es que yo tenía algo de 21 años, y ese día estaba provocativamente vestida.
Remera abierta en escote y en la panza. Pantalones indebidos también. El hecho es que me arrodillo a confesar pero de frente al sacerdote y sin rejilla de por medio.
El sacerdote me ve y me dice si no me daba vergüenza exponer mi cuerpo así provocando a los hombres y a el también poniéndolo en tentación.
¡Casi me muero! traté de justificarme diciéndole que no me había vestido para venir a misa y que de casualidad había entrado.
Y el me dice algo que nunca más se borro de mi mente: “Si no podés entrar en la iglesia así vestida, tampoco podés andar así por la calle”.¡Chan!*”
Amalia Auad”
Amadísimos sacerdotes, no teman hablar. Con gusto, como han visto, serán atendidos. Háganlo con confianza ya que, tal parece, somos bastantes esperándolo.
* “Chan”, en “dialecto argentino” sospecho que quiere decir “asunto zanjado”.
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