4 de marzo de 2012

¿Qué clase de sacerdotes son los que llegan a Cardenales?.

No es cierto que uno se pregunta qué clase de sacerdotes son los que llegan a Cardenales?.

En esta entrevista el Cardenal Thomas Collins, Arzobispo de Toronto, nos deja ver de la madera de la que está hecho; cosa que -obviamente- explica las razones por las que llegó a Cardenal, lo que ha sido, no precisamente, por jugar béisbol en las grandes ligas.

Este diálogo fue publicado por Vatican Insider bajo el título «Yo, cardenal el primer día de clases»

Lo he traido porque me pareció una lectura agradable para el domingo pero además esperanzadora.

En lo personal, me cautivó su primer respuesta, en la que habla sobre prestar atención a lo realmente importante.



P. Ha elegido tomar su lema del Libro del Apocalipsis: «¡Adorad a Dios!». ¿Por qué?
R. Sí. «Deum adora». Pues, creo que en la vida podemos adentrarnos en muchas cosas que no tienen importancia, y que esas cosas se resolverán por sí solas si nos concentramos en lo que es realmente importante. Y lo que es realmente importante es concentrarse en el «Alabar a Dios», y en amar al Señor nuestro Dios con corazón, mente y alma.

En el Apocalipsis, san Juan comienza adorando al ángel. Ve algo hermoso y bueno, pero se pierde lo importante; comienza a adorar al ángel en lugar de a Dios. Y el ángel le dice: «¡No, no! Adora a Dios. Ordena tus prioridades. No te distraigas ni siquiera con algo muy hermoso que no sea realmente la Belleza última, el Bien último, la Verdad última».

Por eso creo que tenemos que ordenar nuestras prioridades y luego las demás cosas se ordenarán solas; esa es la razón por la que elegí «Alabad a Dios». También es un fragmento del pasaje que estudié para un doctorado en Teología en la Universidad Gregoriana, en 1986.

Y cuando fui designado obispo, pensé que «Adorad a Dios» era un buen lema. Lo necesitamos mucho, porque me parece que en nuestro mundo hay muchas cosas detrás de las cuales va la gente. Vamos persiguiendo no exactamente falsos dioses, pero dimensiones menores del único verdadero Dios. Cosas menores, como el ángel, muy bueno, pero que no es Dios. Tenemos que ir a lo que es realmente importante y, si lo hacemos, entonces estaremos concentrados.

Esa es la razón por la que creo que es muy importante que en las actividades de nuestra vida nos tomemos un momento para una oración tranquila cada día: cuanto más rápido gira la rueda, más asegurado tiene que estar el eje. Y este tiene que estar centrado en la adoración, de ahí deriva la acción.

P. Pero ¿usted tenía otro lema cuando era sacerdote?

R. Sí. Cuando me convertí en sacerdote, mi lema era el Salmo 100 —«Servid al Señor con alegría; venid ante Él con cánticos de júbilo»—, porque creo que eso también es muy importante. El espíritu de júbilo es un signo verdadero de la presencia de Dios. A veces, como obispo, veo a personas muy fieles, muy devotas, que vienen a mí con una mirada severa y fuego en los ojos; siempre me preocupa un poco, porque creo que la comedia es divina, la tragedia es pagana. Este espíritu jovial es fruto de estar en contacto, de estar en paz con uno mismo y con el Señor. San Agustín tenía razón: «Nos hiciste para ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti», y de ese descanso viene la alegría.

Así, ese espíritu, el espíritu de Dios, se refleja en un espíritu jovial. El cardenal Dolan hizo referencia a eso en su charla, y estoy completamente de acuerdo con él. Si vamos a evangelizar en la nueva evangelización, no será yendo a la gente en un modo forzadamente religioso; será a través de la gente que ve la alegría de nuestra experiencia en Cristo. Ese es el modo de hacerlo. Cuando pienso en los grandes santos, pienso en las personas como santo Tomás Moro, un hombre intensamente serio, serio sobre Dios y serio sobre su fe, pero capaz de hacer bromas camino al patíbulo. Un elemento importante de su habilidad para tocar los corazones de otros a través de su don para la amistad fue su espíritu jovial, que mostraba que veía la vida en perspectiva. Creo que fue Chesterton quien dijo que los ángeles pueden volar porque se toman a la ligera. Nosotros podemos aprender de eso.
P. Usted tiene la fotografía de Tomás Moro en su escritorio en Toronto.
R. Sí, así es, pero también recurro a mis dos santos favoritos: san Francisco de Sales y san Carlos Borromeo.

P. Usted es el cuarto arzobispo de Toronto que es nombrado cardenal, y el décimo sexto cardenal en la historia de Canadá. ¿Qué le ofrece Canadá a la Iglesia universal?
R. Canadá es un país relativamente pequeño en población, pero grande en dimensión física. Siempre dicen que tenemos demasiada geografía y muy poca historia. He estado en diferentes regiones de Canadá; fui obispo durante diez años en el oeste, en esa hermosa provincia de Alberta, en dos grandes diócesis allí, y he estado en Toronto ya hace alrededor de cinco años. Veo a Toronto como un microcosmos del mundo: celebramos misa todos los domingos en 37 idiomas diferentes. Es algo que me ha hecho muy consciente de los sufrimientos de la Iglesia en muchos lugares diferentes, a medida que gente de todo el mundo pasa por mi oficio. Estamos desparramados en este país que es Canadá, y muy divididos en términos geográficos, históricos y otras cosas. No tenemos una identidad nacional sólida en un modo obvio, pero sí la tenemos en otro modo como canadienses. Si bien es un país relativamente pequeño, Canadá está en contacto con gran parte del mundo, y quizás eso me de una perspectiva que es de utilidad para la Iglesia.

P. Durante el Día Mundial de la Juventud en Toronto, vi que tienen a mucha gente china.
R. Sí, tenemos varias Iglesias chinas, también vietnamitas y coreanas, y más de 500 000 ítalo-canadienses en la archidiócesis de Toronto.

P. ¿A cuáles desafíos ve enfrentarse a la Iglesia hoy?
R. Creo que el principal desafío en una gran parte del mundo es la persecución. Es igual que en el Apocalipsis, de hecho, no exactamente hoy, pero la semejanza está. Para algunas personas, el peligro es la persecución: servid al cordero y no a la bestia. Pero el peligro para la mayoría de ellos tiene más que ver con las cosas a las que responde la nueva evangelización, es decir, a ser seducidos por una sociedad cuyo centro no es Dios.

En mitad del Apocalipsis, encontramos esa lista de todas esas cosas sobre las que desciende el fuego —un poco como el Vesubio—: oro y joyas, y marfil, etcétera, Y en la lista de todas esas cosas, el último objeto es «el alma humana»; la última pieza de mercadeo son las «almas humanas». Y creo que eso siempre me habló del otro lado, no la dimensión de la persecución, pero sí el lado de los cristianos en un mundo en que las «almas humanas» son tratadas como oro, joyas, como si fueran objetos.

Creo que necesitamos amar a las personas y utilizar las cosas, no utilizar a las personas y amar las cosas. Y, aún así, ese es a menudo un peligro al que nos enfrentamos, al de pasar a estar demasiado metidos en esa clase de mundo, y creo que nuestra misión en esa parte del mundo en la que esto es un problema es la de proclamar —a través de la nueva evangelización— la dignidad de la persona humana. Es una especie de gramática celestial sublime saber la diferencia entre quién y qué, amar al quién y utilizar al qué, y no viceversa.

P. ¿Quiénes son las personas que lo han inspirado verdaderamente en la vida?
R. De joven, me inspiraron mucho mis padres, mi familia, y en un modo muy particular la santidad de mi padre. Él sufrió mucho en la vida. Era jefe de circulación en el Guelph Daily Mercury, y sufría muchísimo. Cuando yo estaba en primer grado, enfermó gravemente, mi madre trabajaba, y mis dos hermanas se encargaban de cuidar a la familia, y como yo era pequeño, no tenía mucha responsabilidad. Recuerdo que mi padre me llevaba a hacer adoración, adoración nocturna, cuando era pequeño. Caminábamos, los dos solos allí, y verlo orar era maravilloso.
Pienso en el padre John Newstead, mi maestro de secundaria, que me pidió que fuera sacerdote. Sufrió mucho de joven por una enfermedad, y como sacerdote visitaba a los enfermos, día tras día, hasta que ya no pudo hacerlo antes de su muerte. Eso me marcó como adolescente, que hubiera un hombre que realmente viviera su fe, y que fuera además un hombre jovial. Fue mi confesor y guía espiritual desde mis 14 años hasta que fui designado arzobispo de Edmonton.

P. He oído que es un gran lector.
R. Leo todo el tiempo. Desde que era pequeño, leía, leía, leía.

P. ¿Hay algún libro en particular que lo haya influenciado?
R. La Biblia, la lectura de las Sagradas Escrituras. Leo diferentes cosas. Leo muchas biografías, mucha historia, los escritos de Newman y La regla de Benedicto. Intento cada día leer un poco de La imitación de Cristo. Y La Divina Comedia, es algo extraordinario.

P. ¿Cómo ve su función como cardenal?
R. Como sabe, asistí a la primera reunión de cardenales el viernes, y me sentí como en el primer día en una escuela nueva, mirando alrededor y observando a las personas. Fue una introducción maravillosa y pude conocer a algunos de ellos. Soy muy nuevo en todo esto.

Mi principal responsabilidad, la que el Santo Padre me ha confiado, es la de ser fiel como obispo en mi diócesis. Una vez dijo que el mejor modo en que un obispo puede servir a la Iglesia universal es siendo un buen obispo en su iglesia local, así que esa es mi primera resolución.

Como cardenal, me serán dadas algunas responsabilidades e intentaré ser fiel cumpliéndolas. Y luego necesito tener una perspectiva más amplia de la Iglesia universal. Estoy intentando aprender, comprender. Espero con ansias en los próximos años participar en el Colegio de Cardenales en un modo que espero que sea fructífero para el bien de la Iglesia y para el bien del pueblo.

Además, estoy muy feliz de ser cardenal de la Iglesia nacional irlandesa en Roma. Mi identidad irlandesa no es tan cercana, dado que mi familia vino de Drogheda en 1827, han pasado muchos años. Así, veo fortalecidas mis raíces étnicas en Irlanda a través de la asignación de esta iglesia, y agradezco al Santo Padre por esto.

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