1 de octubre de 2012

¡Avemaría! ¡Sea por Dios!

De lo delicioso que tiene ser bloguero, pero además uno como yo que no escribe sobre temas específicos ni especializados, es que puedes ser tu mismo a tus anchas. Con lo que tiene eso en sus pros y contras, por supuesto; pero bien, poder ser yo misma y que me acepten o bien me riñan, es para mí una delicia. Eso, aparte de que hablo de lo que es vital para mi existencia como es mi relación con el Señor. 

Pues bien, dicho esto, no me queda más que mencionar algo breve, simpatiquísimo y muy revelador que me sucedió el otro día durante el ratito que me tiré en la cama para ver si se calmaba un dolor pertinaz del que padezco hace varios años en razón de una hernia discal. 

Tirada allí, algo feliz de estar sin hacer nada pero incómoda porque no podía acomodarme de forma que no me doliera, empecé a decir: “Ay, Señor, por qué no me curas? Cúrame, por favor. Por qué tengo que tener este perro dolor tan aborrecible. Hazme el favorcito y cúrame. Dame alguna paz, mi Diosito".

Bueno, debo aclarar que no lo decía en tono de amargura ni de reclamo sino más bien como una niña mimada le pide a su padre que le compre el helado que más le gusta. Lo que no me hacía sentir mejor, por supuesto.

De repente, viéndome con esas niñerías y a pesar del dolor, reí y paré la plática en seco para que, lo siguiente que dijera y que llegó sin saber de dónde, fuera: “Hágase tu voluntad!”

Ay, madrecita linda, pero qué bien me sentí después de haberlo dicho. ¡Por supuesto! Eso era lo que tenía que haber dicho desde el principio: “Hágase tu voluntad!”

No recuerdo bien ahora donde lo leí (esta memoria mía que por ella nadie daría un cinco), me parece que fue al Papa que le escuché algo como lo siguiente: el dolor o el sufrimiento es lugar privilegiado de encuentro con el Señor.

De seguro es así. 

Yo, ahí tirada con este dolor que tantas veces me ata, recordé a Nuestra Señora en lo que pudo Ella haber estado atada, asustada y sufriendo viéndose encinta dentro de una sociedad en la que te mataban por algo como eso. La miré a Ella y luego miré a Nuestro Señor camino del Calvario y me decía: “Caray, qué gran privilegio saber que ambos conocen de mi dolor y yo de los suyos. Qué gran privilegio y que gran regalo!. ¡Avemaría! ¡Sea por Dios!

[Claro, la cuestión difícil de explicar aquí es la razón por la que con dolor y sufriendo puede uno estar plenamente agradecido pero además seguir siendo feliz. Eso, eso sería lo difícil de explicar!]

Ahí tumbada, seguí riendo y sonriendo y, para cuando finalmente me acomodé, conseguí dormir un ratito para únicamente levantarme recontenta unos minutos después.

Pues bien, yo, como soy bloguera que se ha autorizado a sí misma la delicia que es para ella hablar tanto de cosas triviales como cositas un poco más importantes quería, sencillamente, contarles para el fin de semana esto bonito que me pasó. 

Espero que para alguno sea de utilidad. 

Bendiciones.

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