18 de octubre de 2012

El Cardenal Dolan y el Sacramento de la Reconciliación para el Año de la Fe

Si el Cardenal Dolan ha propuesto el sacramento de la Reconciliación como el sacramento del Año de la Fe ha de ser porque reconoce que tanto para recurrir a el como para ofrecerlo hace falta ante todo humildad.
Humildad pero también Esperanza. 

Al leer la noticia sobre Benedicto XVI en su intervención de la noche del 11 de octubre pasado cuando rememoraba el discurso del beato Juan XXIII de hace cincuenta años lo que quedó impreso en mi memoria como un sello de agua fueron las antorchas de los asistentes. 

Se me quedaron grabadas y adquirieron significado al comparar ambos momentos de la historia.
Aquellas antorchas de hace cincuenta años, con su luz tenue y frágil, iluminaron el cielo de la Plaza de San Pedro de la misma forma que las de la vigilia recién pasada. 

Bien podrían ser las mismas flamas ya que, de hecho, es el mismo Espíritu.

Un Espíritu que no cambia porque es el ofrece sustento a todo: al tiempo, al espacio, a la vida, a la muerte.
Hablando de muerte, es eso para lo que vengo. 

Es cierto que iniciando al Año de la Fe “estamos felices” pero también que esta alegría nuestra es “una alegría más sobria y humilde”.

Es una alegría humilde y más sobria ya que, dado el resultado de la historia del cristianismo y de éste en un mundo que cada día le es más hostil, algo ha muerto en nosotros.

Ha muerto algo de vanidad, de espíritu de triunfalismo, de orgullo y de soberbia.

Un poco de todo ello ha muerto, si, pero no lo suficiente. 

Por eso me ha parecido providencial la propuesta del Cardenal Dolan en cuanto a que nos exigirá transitar por el Calvario que todavía nos falta. 

Vergüenza, dolor, sufrimiento y humillación que sabemos necesitar y a los que daremos la cara delante de Cristo sacerdote con esta alegría sobria que nos anima ya que nos alimenta la Esperanza.














Esa Esperanza que es expresión del Espíritu que hizo brillar aquellas flamas de hace cincuenta años tanto como las de ahora. 

Es el mismo Espíritu. 

El que hace posible la humildad pero también la Esperanza.

Bien por el Cardenal Dolan!

Deo omnis gloria!

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