30 de octubre de 2012

¡Si se mirara como yo la miro!

He venido estando tan pero tan ocupada en tanta cosa de la que necesito ocuparme para sobrevivir que no he tenido tiempo para ustedes. Sin embargo hoy, tras una breve plática por facebook con mi hermana y Alvaro surgió un tema que me llamó la atención lo suficiente como para dedicarle algo de mi poco tiempo. 

A ver. Es lo siguiente.

Anoche, en un tonto programa de televisión un más tonto personaje que se encontraba en las últimas y quería morir porque había muerto su amor, dijo: - ¡Si se mirara como yo la miro!, refiriéndose a una amiga suya médico que debía operarlo. 

¡Si se mirara como yo la miro!

Una cosa que he visto retrasa nuestro crecimiento espiritual y humano es la falta de aprobación. Considerarse no querido, inútil, innecesario, es de lo que más problemas trae a la persona. Tantos, que me atrevería a decir que la búsqueda de Dios, es la búsqueda de aprobación, es decir, de saberse querido, amado, necesario.

Creo que en buena medida ha de ser así ya que bien recuerdo, por ejemplo, que los miles de problemas en los que me metí durante mi adolescencia fueron por causa de no haber contado con un padre que me dijera que era su princesa por lo que crecí sin un rey; es decir, sin el fundamento emocional para construirme de cara al mundo y delante de Dios.

Eso se remedió poco a poco y lo noté cuando el Padrenuestro fue dejando de provocarme náuseas. Así de tremendamente herida crecí hasta que el Señor me convenció de su amor absoluto e incondicional.

Recuerdan aquella parte de la Escritura que dice: “Oye, hija, mira, presta oído. Prendido está el Rey de tu belleza. Ríndele homenaje que El es tu Señor”?. Pues bien, la lectura y evocación repetida de esas palabras constituyeron parte del remedio que el Señor aplicó a mi alma y a mis emociones. 

¡Si tan solo te miraras como yo te miro!

Así fue como al cabo del algunos años llegué a princesa y tuve un Rey! Ahora no solo me puedo mirar como El lo hace sino que, hasta a los que se consideran mis enemigos, los miro en la Belleza que los constituye.

Ahora bien, como esto empezó en facebook siendo tan solo un juego en el que, al final, le dije a mi hermana que la miro como a la Basílica de la Virgen del Rocío: amplia, abierta, luminosa, feliz… Me voy a atrever a seguir jugando y decirle a algunos de ustedes como los miro.

Empezaré por Luis Fernando Pérez. A LF lo miro como miro una de esas fortalezas prendidas en la punta de un cerro adherido a la roca: inexpugnable. Pero, qué digo? Así como el Alcazar de Segovia, por ejemplo. Lo miro erguido valientemente entregado hasta la muerte a la naturaleza de su construcción. El lo sabe por lo que LF es el mejor lugar donde buscar refugio en caso de necesidad. 

A Juanjo Romero lo miro como al que bien podría haber sido el príncipe hermano de la princesa; es decir, como a un hermano que te llega a conocer más de lo que te conoces debido al amor que te profesa y a la confianza que se ha determinado poner en ti. Juanjo, definitivamente, es un príncipe. Hijo del Rey. Mi hermano.

A mi amiga Leonor, con todo y que la conozco poco, la miro como a un templo de estilo hispanoamericano, tal como la Basílica de Zapopan erguida sobre suelo llano en territorio popular, sirviendo con una dulce acogida a los peregrinos que la observan extasiados en su belleza, imponencia y esplendor.

Asi se me podría ir la vida describiendo a cada uno. Incluso a algunos de mis comentaristas, tal como Tulkas o Iker, pero también a otros quienes, por principio, no comentan en mi blog, tal como Yolanda. 

A todos y cada uno podría decirle lo que veo en ellos todo lo cual es maravilloso aunque apenas un atisbo de cómo sospecho los mira Dios. 

De tal manera que si alguno desea que le exprese cómo lo miro que me lo diga pero solo si quiere saber la verdad. 

Y, vamos, que no hace falta que me lo pregunten. En todo caso pueden y deberían animarse a preguntárselo al Señor. El los mira infinitamente mejor de lo que los miro yo.
“Cada uno es fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno es querido. Cada uno es amado. Cada uno es necesario” Joseph Ratzinger

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