Recuerdo que desde niña de lo que más me apasionaba durante las
vacaciones era el involucrar a mis hermanos, primos y amigos en toda
clase de juegos, trabajos y diversión.
No creo ni siquiera que me recuerden como su líder sino como una más
del grupo. Quizá si, como un miembro altamente creativo ya que de
continuo seguían mis sugerencias en cuanto a tantas cosas interesantes y
divertidas que les proponía, como por ejemplo, cuando ensayábamos para
ofrecer un “show” a los adultos al final de las vacaciones o como cuando
les proponía salir con provisiones de excursión montaña arriba o río
abajo.
Ninguno quedaba excluido de todas las veces que construimos casas
juntos, ya fuera en el gallinero, en el quiosco o sencillamente
dibujando las paredes cual plano arquitectónico en el piso de la cancha
de basquetbol.
Para cada uno siempre había una bicicleta, un wagon o un scooter para salir de aventura.
De todos me preocupaba que hubiesen comido, que durmiesen cómodos,
que estuviesen contentos y esto fue así durante largos años en que
hermanos, primos y amigos llegaban a nuestra casa de “temporada”.
Hoy lo he recordado al leer al Cardenal Cañizares en la entrevista que le ha hecho Andrea Tornielli
sobre sus razones para celebrar la misa según la forma extraordinaria a
los peregrinos que llegarán el próximo fin de semana a Roma para
celebrar y agradecer el Motu proprio Summorum Pontificum. Dijo el
Cardenal:
“Todos somos Iglesia, todos vivimos la misma Comunión. El Papa Benedicto XVI lo ha explicado muy bien, y en al primer aniversario del motu proprio recordó que nadie está de más en la Iglesia”
Tan nadie está de más en la Iglesia como nadie estuvo ni estará de más en mi familia ni entre mis amigos.
Es por esta convicción que traigo desde niña el que en ocasiones llego a quedarme literalmente sin poder emitir palabra cuando diario tras diario, noticia tras noticia, comentario tras comentario lo que resalta es el constatar cuánto nos estorbamos unos a otros.
Es por esta convicción que traigo desde niña el que en ocasiones llego a quedarme literalmente sin poder emitir palabra cuando diario tras diario, noticia tras noticia, comentario tras comentario lo que resalta es el constatar cuánto nos estorbamos unos a otros.
A unos nos estorban los kikos o Comunión y Liberación, a otros nos
estorban los tradicionalistas, a otros los de Taizé, a unos los progres y
a muchos otros les estorbo yo.
Y, cosa curiosa, ¡a mí nadie me estorba!
Y, porque no me estorban es por lo que prefiero guardar silencio y
desaparecer del blog y de las redes sociales cuando me abruman con sus
críticas, su amargura, sus temores y desesperanzas.
Desaparezco nada más que para retomar fuerzas en el diario vivir en
donde verdaderamente puedo buscar alivio a mi insaciable anhelo de
comunión, el que –irremediablemente- queda una y otra vez hecho añicos
por el contacto a través de la web con personas católicas llenas de
desprecio por el prójimo.
Yo, en realidad no los culpo ya que en todas partes del mundo
existimos personas con dificultades y problemas que –por lo regular- nos
confunden e insensibilizan.
El
problema para mi radica en que me amargan la existencia y, para cuando
me doy cuenta, estoy haciendo con ellos lo mismo que hacen conmigo.
Terminan estorbándome y, de paso, permitiéndoles yo que me alejen de
lo que siempre he sido: una persona hospitalaria, alegre, generosa y
entusiasta pero sobre todo, muy pero muy humana y que de ninguna forma está de más en el mundo ni en la Iglesia como muchos se empeñan en hacérmelo saber.
Yo, si tengo responsabilidad en algo es en no alejarme a tiempo de
esa caterva de confundidos e insensibles, pero sepamos que, como
católicos, nuestra responsabilidad es mayor en cuanto a que sin
arrepentimiento ni enmienda desdecimos con nuestras palabras y acciones
al mismo Cristo.
Quienes me lean, juzguen –tal como he debido hacerlo- de qué manera y
hasta dónde hemos llegado con nuestros desprecios hacia otros miembros
de la Iglesia ya que con ello hablamos muy mal de la fe en Cristo que
aseguramos profesar.
“Yo «creo», pero mi creer no es el resultado de una reflexión solitaria, sino el fruto de una relación con Jesús, en la que la fe me viene dada por Dios a través de la comunidad creyente que es la Iglesia. La fe nace en la Iglesia, conduce a ella y en ella se vive. Tenemos necesidad de la Iglesia [de nuestros hermanos, amigos, parientes] para confirmar nuestra fe y hacer experiencia de los dones de Dios: la Palabra, los sacramentos, la gracia y el testimonio del amor. Ella nos da la garantía de que lo que creemos es el mensaje originario de Cristo, predicado por los Apóstoles". Benedicto XVI, Audiencia míercoles 31 de octubre del 2012
Nota: Como detalle que podrá servirnos para hacer un examen de conciencia sepan que de mi país y muchos de mis contactos en facebook no vienen a comentar a los blogs de InfoCatólica debido a los innumerables, desproporcionados e injustificados desprecios con los que se encuentran.
Sepámoslo y, por amor a Cristo, corríjamonos.