19 de noviembre de 2010

¡Cuántos gritos!

Tengo más de dos semanas de estar preparando el invernadero para nuestro próximo cultivo de pepinos.

Han sido semanas muy intensas, de levantarme antes de las 4am y caer rendida a las 7:30 de la noche. Días muy intensos tocando agua, sustratos, tierra, plántulas; lidiando con problemas muy concretos como insectos, hojas dañadas, absorción de nutrientes, herramientas, calor y frío, lluvias y humedad, sudores y cansancios…

Los días transcurren entre ajetreos pero en silencio, básicamente en silencio ya que cada tarea requiere de concentración.

Claro que, cuando entro a la web, de primera entrada salgo espantada porque me vuelve loca tanto griterío.

Hoy, que llegué un poco más descansada que en días anteriores, pude observar con objetividad de quien proviene el escándalo. Me doy cuenta que me llega de tantos y tantos que gritan para hacer callar a los que, por estar concentrados en lo suyo, no tienen necesidad de alzar la voz.

Grita Daniel Ortega y grita cada vez más alto para que sus compatriotas no escuchen a los ticos que le indican que ha metido la pata, su pata, en isla Calero, territorio costarricense.

Con el mismo propósito de Ortega, gritan un montón de gobernantes y autoridades alrededor del mundo para que la verdad no pueda ser escuchada.

La verdad de es injusto de que Asia Bibi sea condenada a la muerte por una conversación que tuvo con otras mujeres mientras tomaban agua del pozo.

La verdad de que es injusto que los benedictinos no puedan celebrar misa en el Valle de los Caídos.

La verdad de que es injusto que los Obispos chinos los pongan a elegir entre el Papa y sus gobernates.

Y así continua el griterío que busca amedrentar, silenciar, espantar a gente como yo que básicamente trabaja en silencio.

Que trabajamos en silencio porque hemos descubierto aquello por lo que vale la pena ofrecer la vida; asuntos muy concretos que nos piden sudores y cansancio pero que a cambio nos devuelven la verdadera vida.

Por lo mismo, lo que soy yo (ésta muy concreta yo) no estoy dispuesta a gritar para hacerles la competencia.

Continuaré en silencio, apenas entre susurros diciendo justo lo necesario y en mi tono normal de voz; como siempre -haciendo lo que me corresponde- y, ¡que se frieguen!, porque de mi no escucharán ni un solo grito.

(ni siquiera a la hora de mi muerte. Pueden contar con ello)

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