Los campesinos de mi tierra tienen, como todos los campesinos de todas las tierras, una manera particular de hablar. Los nuestros tienen, además, la costumbre de tomar agua dulce en lugar de café en algunos momentos del día y por diferentes motivos.
El agua dulce se hace con tapa de dulce que es lo que se conoce como panela, raspadura, piloncillo, etc. que es ni más ni menos que el jugo de la caña deshidratado.
La bebida de agua dulce es sencillamente deliciosa, la he recordado hoy que está haciendo tanto frío, frío de diciembre adelantado para ser más descriptivos.
Sienta muy bien esta bebida en días fríos pero también es ideal en velorios, novenas o septenarios que por hacerlos durante la noche cae de perlas, después de rezar por el difunto, acompañada de un pancito casero.
Pues bien, nuestros campesinos, utilizan el “agua dulce” bien “dulce” porque entre más “dulce” más rica.
Del agua dulce muy dulce deriva el uso campesino del término “ulci” para referirse a algo extremadamente apetitoso, como por ejemplo, cuando una persona es muy apetitosa para los zancudos, se dice que tiene sangre “ulci pa´ los zancudos” o que es “ulcititica” en el caso de que los zancudos acostumbren hacer banquete con ella.
Cada uno de nosotros es “ulci” para algún tipo de persona. Yo, por ejemplo, soy “ulci pa´ los obsesivos”, aquél de allá será “ulci pa´ los ateos”, el otro de aquél lado “ulci pa´ los heterodoxos”, cada uno podrá verificar fácilmente que resulta “ulci” para un determinado tipo de persona y si es afortunado, “ulci” para diversos tipos de persona, como le sucede al Santo Padre.
El Santo Padre ha probado en su viaje a España, una vez más y como en tantas otras ocasiones, ser “ulci pa´los groseros”: que el Papa va entrando por una puerta y Zapatero que sale por la otra; que el Papa dice que ya se va y en eso llega Zapatero para decirle adiós.
“Ulci, ulcititico el Santo Padre” y pa´ todos aquellos que de una forma u otra con su actitud terminan dándole la razón.
Para un cristiano ser “ulci” para alguien ha sido siempre señal de haberse encontrado con la mirada de la más dulce criatura sobre la tierra, la única mirada que pudo haber hecho bajar del árbol al jefe de los cobradores de impuestos, que consiguió mover a aquella mujer a admitir que no tenía marido, la mirada que a Pedro, Santiago y Juan movió a dejar todo por deleitarse en ella. Mirada apetitosa, mirada “ulci” a la que respondieron con dulzura aquellos que se reconocieron necesitados de ella.
Más para los que consideran que no la necesitan, pues no, esos se quedarán empalagados en lo suyo mientras pasa frente a ellos el Papamóvil sin enterarse que hubo otros que, por reconocerse necesitados, lograron dar con el mejor bocado.
Así que, enhorabuena, “ulci Cristo en la tierra”; enhorabuena “ulci” tu y aquél, el de más allá y ¡hasta yo!.