22 de noviembre de 2010

El reto del catolicismo español

Días atrás ha participado el padre Julián Carrón en España en el XII Congreso “Católicos y vida pública” con un texto al que ha titulado ¿Qué significa ser cristiano hoy? en la misma tónica y ampliando lo que habíamos hablado el otro día sobre la pregunta de Dostoievski: «Un hombre culto, un europeo de nuestros días, ¿puede creer, realmente creer, en la divinidad del Hijo de Dios, Jesucristo?».

Asumo que, aprovechando su visita, Fernando de Haro le ha realizado una entrevista que es la que les traigo hoy.

No está de más decir que el título de la misma no solo me resulta acertado sino que también sugerente para los lectores de este portal.

Espero que lo que allí se ha dicho suscite su interés.



Entrevista a Julián Carrón
El reto del catolicismo español
Fernando de Haro 22/11/2010
Páginas Digital reproduce la entrevista emitida el sábado 20 de noviembre por el programa Entredós de Cope.

Usted ha querido empezar su intervención en el “Congreso de Católicos y Vida Pública” con una pregunta que se hacía Dostoyevski: “Un hombre culto, un europeo de nuestros días, ¿puede creer, realmente creer en la divinidad del Hijo de Dios, Jesucristo". ¿Por qué ha querido empezar con esa pregunta?
Esa frase me parece que pone delante de nuestros objetos el desafío que supone la fe cristiana para cada uno de nosotros. Somos europeos que hemos estudiado, somos cultos, tenemos la razón, tenemos la libertad y nos preguntamos si es razonable hoy creer en Jesucristo. No queremos seguir creyendo simplemente por tradición, por devoción o por costumbre. Sin dar una respuesta adecuada a esta pregunta, la adhesión a la fe no tiene los ingredientes fundamentales para que sea nuestra. No es humana. No está a la altura del desafío del tiempo en el que vivimos. Sin responder a esa pregunta no estaremos en condición de dar razón de esa fe cuando alguien nos la pida.
El cristianismo se encuentra en una sociedad plural -en España es evidente- y algunos reaccionan pensando que es el momento de retirarse a los cuarteles de invierno, otros piensan que es el momento de reaccionar con fuerza para recuperar el terreno perdido. ¿Estas dos soluciones son restrictivas?
Son insuficientes porque no son capaces, en el fondo, de suscitar el interés sobre qué es el cristianismo. Ninguna de las dos tiene fundamento en aquello que será siempre el canon del anuncio cristiano: el evangelio. Jesús se pone ante la sociedad con una capacidad de atraer que fascinó a los hombres de su tiempo. Como dice Pèguy, Él no perdió el tiempo en lamentarse de la maldad de los tiempos, simplemente cortó por lo sano: hizo el cristianismo. ¿Cómo? Puso en la realidad de la historia una Presencia humana tan absolutamente fascinante que todo el que se encontró con Ella, cualquiera que fuera la decisión que tomara al final, tuvo que hacer las cuentas. Para rechazarla o para afirmarla. A ninguno le dejó indiferente. Sin embargo una posición ideológica deja indiferente a todos menos a los de la propia parroquia, a los del propio grupo. No desafía, no plantea un interrogante a la razón y a la libertad del otro. No tiene nada que ver con lo que sucedió en la historia ni con lo que sucede ahora cuando uno se encuentra con un cristiano.
Sufrimos una crisis severa. Si usted tuviera que definirla, ¿cómo la pintaría? Hablamos de crisis económica -en España tenemos más de 4.500.000 parados, de crisis ética. ¿Cuál es el fondo de la crisis?
El fondo de la crisis es mucho más profundo, lo que menciona son consecuencias. La gravedad de la situación -lo vemos en la escuela- no está determinada porque falten recursos para la enseñanza en un momento de crisis en el que todos desearíamos tener más instrumentos. El problema es que los alumnos no tienen ningún interés por estudiar, por aprender. A la crisis no se responde sólo con más medios técnicos o con más medios económicos. Hace falta otra cosa. Por eso hablamos ahora de “emergencia educativa", una expresión que antes nos resultaba extraña cuando la escuchábamos. Lo mismo sucede con el trabajo. Resulta difícil encontrar empleo y ¿con qué recursos cuenta una persona para poder movilizarse, para poder reciclarse y para poder adaptarse a la nueva situación? Podemos ir abordando desde esta perspectiva todas las cuestiones. Cuando el hombre ha sufrido durante años esta pasividad, cuando no ha se ha puesto en juego…
…cuando hay falta de energía…
…cuando faltan energías para ponerse en juego con todos los recursos de lo humano y cuando se está en peores condiciones para afrontar la situación, entonces nos damos cuenta de que estamos delante de un verdadero desafío. Estamos todos ante un desafío. Algunos piensan que es un desafío que se refiere sólo a la Iglesia o al mundo religioso y, en realidad, afecta a todos: a los partidos políticos, a las instituciones, al mundo de la escuela, a los sindicatos. Afecta a todos los ámbitos que tienen que ver con lo humano. Es una desgracia para todos que las personas no se pongan en juego con toda su razón y su libertad. Algunos se frotan las manos pensando que es sólo una desgracia para la Iglesia. En este momento la Iglesia tiene delante de sí la aventura más fascinante, la misma que cuando empezó, la aventura de poder mostrar que ante esta crisis -que no es solamente ideológica o que no depende sólo de que nos dejen un hueco en la sociedad, que tiene toda la hondura del decaimiento de la persona y de la falta de interés- hay algo capaz de despertar y suscitar de nuevo ese interés. Ante esta situación tendrán que retratarse todas las realidades, también aquellas que, a veces, se alegran del deterioro.
A pesar de esa crisis sigue muy presente la gran espera del hombre a la que usted se ha referido citando unos versos de Machado en su poema A un olmo seco: “mi corazón espera / también, hacia la luz y hacia la vida, / otro milagro de la primavera".
Todos nosotros, sea cual sea la situación en la que nos encontremos, esperamos un milagro de la primavera. Cualquiera que sea la situación, la posición ideológica, el momento de la vida, las circunstancias adversas o favorables en las que estemos, esperamos un milagro de primavera en el que ver cumplida nuestra vida. Como dice Antonio Machado en otro verso, alguno podrá decir que esto es un sueño pero entonces, ¿por qué lo esperamos? ¿Por qué no podemos dejar de esperar ese milagro de primavera? Esto es lo que constituye al ser humano. El hombre puede decaer, lo humano puede ser reducido. En muchas ocasiones muchas realidades de este mundo pretenden socavar este deseo minimizándolo, distrayéndolo o llenándolo de cosas que después lo dejan más insatisfecho o más escéptico, pero nadie puede arrancarlo del corazón. Por eso este deseo se convertiría siempre en el criterio para juzgar las cosas con las que el hombre se encuentra. Le pueden llegar a tomar el pelo por un cierto tiempo, puede sentirse atraído durante un período por algo pero el problema es la duración. El signo de la verdad es que lo que te fascina e ilusiona, lo que te ha despertado el interés, dura.
¿Qué tiene que ver el cristianismo con ese deseo?
El cristianismo es la única respuesta que dura. Todo lo humano, incluidas las cosas más bellas que puedan suceder -lo vemos cuando uno ama a una persona o cuando empieza un trabajo- decaen. La única cuestión es si existe algo que no decae. El cristianismo tiene la pretensión -porque su origen no es humano aunque se puede encontrar en los rostros de los hombres que hoy lo han encontrado- de durar en el tiempo y en la eternidad.
Pero usted sostiene que no cualquier tipo de cristianismo -por ejemplo un cristianismo identificado con la doctrina o con la moral- puede hacer las cuentas con ese gran deseo del hombre.
Efectivamente. Un cristianismo reducido no es capaz de dar respuesta. Nosotros lo sabemos bien. Durante años en la escuela se ha transmitido la religión cristiana, ¿y cuántos salían de esa escuela con el juicio claro de que aquello les interesaba? Lo vemos también en la vida de la Iglesia. En muchas ocasiones, en un grupo de confirmandos, después de hacer tres años de catequesis, no queda ninguno. Nosotros sabemos por experiencia que hay un modo de hablar del cristianismo que no despierta el interés.
¿Se refiere a la experiencia española reciente?
Son datos de mi experiencia pastoral y de la experiencia que veo a mi alrededor. Si no se respeta la naturaleza del cristianismo, tal y como ha surgido en la historia, no prende en el corazón. Y, sin embargo, veo que hay personas que se interesan por el cristianismo cuando es vivido según su naturaleza. Son personas como todas, con el deseo reducido o que no tenían un interés previo por la fe.
Por la tradición española es muy fácil dar por sabido qué es el cristianismo, identificarlo con una cultura, con una tradición, con un patrimonio histórico, con algunos principios.
Es facilísimo. Yo mismo lo he dado por descontado en mi propia experiencia. Por eso entiendo perfectamente lo que le puede pasar a muchos católicos españoles. Hace falta una gran lealtad contigo mismo para confesarte que un cierto modo de cristianismo no es capaz de responder a tus exigencias humanas. Hay que confesárselo a uno mismo y, a veces, no es fácil.
¿Usted lo que dice es que hay que poner el cristianismo a prueba?
El cristianismo siempre está a prueba. No es que haya que ponerlo. El cristianismo está siempre a prueba delante de la exigencia del corazón. No sólo está a prueba el cristianismo. Toda la realidad está siempre a prueba. Están a prueba las propuestas políticas, las propuestas de un profesor que se someten al juicio y al corazón de sus alumnos. El cristianismo no se libra de esta dinámica. No es que no se libre, es que Cristo se ha despojado de todo para someterse a esa prueba. Lo fascinante del cristianismo es que Dios, despojándose de su capacidad y de su poder, se ha hecho hombre para respetar la dignidad y la libertad del hombre. Se ha hecho hombre para decirle: “mira a ver si viviendo en relación Conmigo encuentras algo que te interese para vivir, para hacer tu vida más plena, más grande, más dichosa. Lo que tú no eres capaz de conseguir con tus esfuerzos lo puedes conseguir si Me sigues". Hay una condición y es que yo me implique en una relación, me implique en un seguimiento, en un lugar en el que pueda hacer esa verificación. Pero el cristianismo siempre está a prueba, como todo. El hombre no puede evitar hacer constantemente un parangón entre lo que se encuentra en la vida y las exigencias de su corazón. Es inevitable hacerlo. Si pasamos un minuto con una persona tenemos una impresión de ella, nos provoca rechazo o simpatía. Nada que entre en el horizonte humano se escapa. Hacemos un juico inmediato, contemporáneo. Cristo se sometió a esto haciéndose hombre. Desde el primer momento se sometió a esta comparación. Cuando los dos primeros discípulos le preguntan: “¿dónde vives?", Él responde: “venid y lo veréis". Es desarmante en su sencillez. Dice algo absolutamente único: Dios todopoderoso se pone en manos del juicio de los dos primeros que se encuentran con Él. “Venid y lo veréis. Si hay algo interesante para vuestra vida lo veréis y si no, también".
Algunos pueden decir que se refiere usted a ese tiempo en el que Jesús invitaba a ver determinadas cosas. Entonces se veían milagros, pero éstos no son los tiempos de los milagros.
Esta experiencia sigue sucediendo hoy como el primer día: cuando te encuentras con personas que te despiertan un interés y una atracción que te obligan a hacer las cuentas con lo que te ha pasado. Le pongo dos ejemplos. Hace dos semanas se ha celebrado en El Cairo un encuentro que es el culmen de algo que empezó hace unos años. Un amigo mío fue a estudiar árabe a la capital egipcia. Se encontró allí con un profesor que es musulmán. Podemos imaginar el encuentro: era el encuentro entre un cristiano con todos los estereotipos sobre lo que representa un musulmán y un musulmán con todos los estereotipos de lo que significa un cristiano occidental. Y entonces sucedió un imprevisto, se hicieron amigos. Comenzaron un camino en el que se descubrieron mutuamente. El profesor musulmán le preguntó a mi amigo cristiano por qué vivía su humanidad del modo en el que la vivía. El cristiano invitó al profesor musulmán a Italia, allí conoció el Meeting de Rímini y, fascinado por el tipo de humanidad que vio, quiso hacer algo semejante en El Cairo. El profesor musulmán ha invitado a muchos jóvenes egipcios a participar en ese encuentro. Esos jóvenes se han sentido también fascinados por la belleza de la relación que veían. El martes volví de Moscú, donde he conocido personas que no tenían nada que ver con la fe. La han descubierto encontrándose con personas que les habían fascinado. Algunos estaban bautizados en la Iglesia ortodoxa y se han interesado por el cristianismo como nunca lo habían hecho por unos amigos que lo vivían con intensidad y plenitud. Esto no es algo del pasado, es del presente. Podría estar horas contando historias de personas de todas las tendencias ideológicas, de todas las edades y de todas las latitudes que participan en este fenómeno.
El Papa en su reciente visita a España ha invitado a un diálogo entre la laicidad y la fe. Muchos cristianos están muy enfadados porque los laicos no quieren dialogar. ¿Qué haría posible este diálogo?
El diálogo es, evidentemente, entre dos. El problema no es que el otro no quiera dialogar sino qué pongo delante de él para que le interese y para poder abrir así una brecha en su decisión de no dialogar. Este es el desafío. Muchos de los que se encontraron a Jesús no estaban dispuestos al diálogo.
¿Entonces el problema es de los cristianos?
No sólo de los cristianos porque siempre entra en juego la libertad del otro, pero no puedo decir que sea sólo culpa de los otros. Me pregunto si cuando estoy delante del otro le estoy haciendo presente, contemporánea, la mirada de Cristo, la experiencia que Él introduce en la vida para que pueda interesarse por ella o rechazarla. Recuerdo siempre la frase del poeta Eliot con la que todos los cristianos de todos los tiempos nos tenemos que medir: “¿Es la Iglesia la que ha abandonado a la humanidad o es la humanidad la que ha abandonado a la Iglesia?". Cuando el Papa nos está llamando a la conversión nos está diciendo que para testimoniar a Cristo, para ser transparencia de Él -como ha dicho en su visita a España- tenemos que hacer un camino humano, interior y de fe. No sé si algún católico español puede sentirse excluido de la llamada del Papa. Yo no.
Usted ha definido el cristianismo como una belleza que hiere. ¿Por qué?
Porque la belleza hiere. Puedes estar sufriendo una circunstancia adversa pero no dejas por ello de disfrutar con la belleza de unas montañas o con el gesto lleno de conmoción y de caridad de una persona que te hace un gran favor desinteresadamente. En esos casos te sientes tocado, herido. Es lo que le ha pasado a muchas personas delante de la Sagrada Familia de Gaudí.

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