De las celebraciones de Semana Santa, una de las que más me conmueven, es la celebración del Jueves Santo en la Catedral Metropolitana.
Me conmueve, por un lado, porque es la celebración a la que asistimos tanto aquellos que tenemos sacerdotes que son parientes, amigos o simplemente conocidos como aquellos que colaboramos asistiéndolos en la Liturgia, por lo que se nos puede ver muy hermosas y a ellos muy galantes, asumiendo nuestra función con toda dignidad.
En el aspecto del rito, un motivo de conmoción es porque ser una celebración cantada por el coro del Seminario Central de Paso Ancho y porque, al lado de que tienen unas voces fenomenales, su presencia allí es promesa.
Así como con la presencia de los seminaristas, los innumerables detalles del rito conmueven porque hablan con tanta claridad del amor de Dios por su Pueblo y abre tantos espacios para nuestra respuesta de amor a Cristo y a la Iglesia que no queda otra que conmoverse nuevamente y hacer extensivo este amor a sus consagrados.
Por el lado doctrinal, es una celebración espectacular, para mencionar un detalle: desde que inicia el canto de entrada se ve uno transportado a estratos sobrecogedores del Misterio de Redención; en este momento, usualmente el coro canta el himno “Pueblo de Reyes” cuyo contenido es riquísimo, de tal belleza y tan vasto que entre letras y acordes, se le colma a uno el alma.
No se si lo conocen, la primer estrofa dice así:
Te cantamos, Oh, Hijo amado del Padre;te alabamos eterna Palabra salida de Dios.Te cantamos, Oh, Hijo, de la Virgen María;Te alabamos, Oh, Cristo nuestro hermano, nuestro Salvador.
Con solo este canto se pone en alerta la mente y el alma toda.
La multitud que ingresa en ese momento en procesión por el pasillo central es magnífica: cientos de sacerdotes unidos a su Obispo preparados para renovar las promesas de su Ministerio Sacerdotal.
Año tras año, esos hombres que, son solo hombres pero que poseen la singularidad de su consagración, se hacen presentes ante el Altísimo para renovar el sí que con el que por amor le entregaron sus vidas hace 50, 35 o 6 años. Lo hacen así cada año sin faltar a su cita.
El peso de esta evidencia es grandísimo. Uno, ante ella, se llega a preguntar acerca del tipo y la calidad de las motivaciones que producen que un ser humano realice ese sencillo gesto con toda fidelidad una y otra vez, cada año y hasta el final de sus días.
La única respuesta que viene a mi mente es el Amor. Un amor de tal calidad y magnitud que es como el que sale del propio corazón de Cristo.
Amor que “es paciente, servicial; amor que no es envidioso, que no hace alarde, que no se envanece, que no procede con bajeza, que no busca su propio interés, que no se irrita, que no tiene en cuenta el mal recibido, que no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. Es un amor que todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. Es el amor que no pasará jamás”.
Con la espléndida Liturgia del Jueves Santo cae uno cae en la cuenta de qué manera espléndida también se acerca Dios a sus criaturas, bajando del cielo y ofreciéndolo con sus propias manos el Amor que les hará posible alcanzarle.
Amor infinito de quien solo del Señor de cielo tierra podría llegarnos contenido en un “si” diminuto, en la respuesta afirmativa de esos hombres, los hombres del Jueves Santo.
“Hombres que suben solos a los altares y bajan con todos a la calle y a las plazas.
Esos hombres que, para algunos, son los que siempre tienen la razón y que para otros, los que tienen la culpa de todo.
Hombres que se han metido en el lío descomunal de querer continuar nada menos que la obra de Cristo y claro, tantas veces lo hacen mal. Porque no son más que esos hombres.
Son esos hombres que piden perdón a los cristianos, a todos los hombres, por lo mal que manejan las enormes y estupendas cosas de Dios, que les piden que tengan un poco de paciencia con ellos, y que recen mucho hoy y siempre, pero especialmente hoy, por todos ellos, porque no son más que esos hombres".
¡Por esos hombres, hombres del Jueves Santo, sea por siempre a Dios toda la gloria!