7 de abril de 2011

“Todo empezó por un mero y condescendiente no decirse la verdad”

¡Fabuloso! Me ha venido como anillo al dedo este articulito de Alfonso Aguiló Pastrana que ha publicado nuestro estimado Juanjo Romero en su sitio Conoze.com
 
El artículo habla de la falsa compasión y de el resalto la siguiente frase “Todo empezó por un mero y piadoso no decir la verdad”

Ha quedado como anillo al dedo porque, en lo que a estos últimos meses concierne, la realidad me ha colocado de frente a ella haciéndome ver que ella es una y ante la cual puedo elegir únicamente entre dos opciones: si o no.

Si, es evidencia y por tanto verdad lo que tengo ante mis ojos.
No, es todo mentira e imposible discernir y confiar en lo que veo.

Un poco radical? Pues no, las opciones son claras y evidentísimas las consecuencias que se destacan por representar opciones tan radicales como la del “si” de María o la del “no” de, por ejemplo, cualquier descreído, católico “irresoluto”, etc.

Pues bien, el artículo de Aguiló Pastrana hace referencia a una novela de Stefan Zweig en la que un joven por no herir la sensibilidad de una joven provoca en perjuicio de sí mismo y de los que le rodean una situación por demás absurda, tanto como las que provocamos en la vida real.

Siempre he odiado la mentira pero la mentira en otros, porque son los otros los que mienten, uno ¡jamás! y mucho menos a sí mismo, pero eso también es mentira, todos nos mentimos y nos mentimos para evitarnos el dolor, el profundo dolor que deriva de ser realista, de mirar la evidencia y decirse la verdad. 

Qué tipo de verdades evitamos? Verdades del tipo:

- Claramente, soy orgulloso.
- Indudablemente, soy desconfiado.

U otro tipo de mentiras notablemente más difíciles de admitir:

- Soy culto por tanto soy inteligente.
- Soy ateo por tanto soy racional.
- Soy “x” tipo de católico por tanto estoy más cerca de la santidad.

Si el pecado original ha provocado tanto daño como hemos podido comprobar es porque los primeros padres no consiguieron, simple y llanamente, admitir la evidencia.

Hubiese bastado para la pareja primigenia que antes de elegir se hubiese detenido, mirado y admitido que “todo este espléndido jardín está aquí todo para nosotros y únicamente nos hemos de privar de este pequeñísimo árbol al cual nos han dicho no debemos acercarnos”; pero no, tenían que aproximarse, tomar y salirse con la suya, eh?

“Todo empezó por un mero [y condescendiente] no decir(se) la verdad” y por lo mismo aquí seguimos negando la evidencia, mintiéndonos y haciendo de la fe una herramienta inútil y de esta vida -que podría ser anticipo de la Gloria- un absurdo de lo más espectacular.

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