Qué les diré? Lo de la discusión sobre los abusos en la Liturgia de ayer en facebook estuvo fatal. Curas y laicos parecían perros y gatos, dieron un espectáculo deplorable.
Claro, pero no es por eso lo que vine.
Vine porque, como esa historia no ha terminado y necesito darme una pausa para pensar con claridad, mientras mejor les comparto un pequeñísimo pero deleitoso suceso que conservaré en la memoria hasta mi último día.
Dos días atrás como a las seis de la tarde estaba (para variar) en el ordenador. Caminando en la penumbra de la habitación sentí que mi padre con su bastón, sus pasitos cortitos y lentos se me acerca. Dejé que se aproximara lo más posible porque como está más sordo que una tapia es lo que conviene.
Faltándole como un paso para estar a menos de un metro de donde estaba empezó a hablar y fue cuando a mis espaldas lo escuché decir:
- “No se asuste, Crucita. Es que me le voy a acercar para darle un beso porque creo que no le doy uno desde que era chiquita".
No les voy a mentir, en ese momento me pareció natural y lindo que me zampara un beso en el cachete, pero nada más; seguimos conversando, luego de un ratito se alejó y yo seguí en lo mío.
Claro, como soy lenta para procesar ciertas cosas no fue si no hasta la mañana del día siguiente que recordé lo que había pasado con el famoso beso y fue cuando hice memoria para recordar cuándo había sido la última vez que mi padre antes de ese día me había besado. ¡No lo recordaba! Así que era cierto, desde que era quizá incluso de brazos, papá no me besaba.
Es gratificante darme cuenta que al acercarnos al final de nuestros días se remueven tantas cosas, es un consuelo porque eso quiere decir que la realidad continua ofreciéndonos desafíos para encontrarnos con nosotros mismos, con nuestros hermanos, con Aquél en quien todo tiene su origen y su final.
Ignoro cómo fue la vida afectiva de la infancia de mi padre, tal parece que no fue muy intensa, pero aún así fue siempre un afectuoso padre en la medida de su capacidad. Quizá no nos ofreció contacto físico pero eso nunca nos importó porque nosotros lo tomábamos de él con la misma libertad con que lo tomó de mí hace dos días.
Claro, pero no es por eso lo que vine.
Vine porque, como esa historia no ha terminado y necesito darme una pausa para pensar con claridad, mientras mejor les comparto un pequeñísimo pero deleitoso suceso que conservaré en la memoria hasta mi último día.
Dos días atrás como a las seis de la tarde estaba (para variar) en el ordenador. Caminando en la penumbra de la habitación sentí que mi padre con su bastón, sus pasitos cortitos y lentos se me acerca. Dejé que se aproximara lo más posible porque como está más sordo que una tapia es lo que conviene.
Faltándole como un paso para estar a menos de un metro de donde estaba empezó a hablar y fue cuando a mis espaldas lo escuché decir:
- “No se asuste, Crucita. Es que me le voy a acercar para darle un beso porque creo que no le doy uno desde que era chiquita".
No les voy a mentir, en ese momento me pareció natural y lindo que me zampara un beso en el cachete, pero nada más; seguimos conversando, luego de un ratito se alejó y yo seguí en lo mío.
Claro, como soy lenta para procesar ciertas cosas no fue si no hasta la mañana del día siguiente que recordé lo que había pasado con el famoso beso y fue cuando hice memoria para recordar cuándo había sido la última vez que mi padre antes de ese día me había besado. ¡No lo recordaba! Así que era cierto, desde que era quizá incluso de brazos, papá no me besaba.
Es gratificante darme cuenta que al acercarnos al final de nuestros días se remueven tantas cosas, es un consuelo porque eso quiere decir que la realidad continua ofreciéndonos desafíos para encontrarnos con nosotros mismos, con nuestros hermanos, con Aquél en quien todo tiene su origen y su final.
Ignoro cómo fue la vida afectiva de la infancia de mi padre, tal parece que no fue muy intensa, pero aún así fue siempre un afectuoso padre en la medida de su capacidad. Quizá no nos ofreció contacto físico pero eso nunca nos importó porque nosotros lo tomábamos de él con la misma libertad con que lo tomó de mí hace dos días.