10 de agosto de 2011

Estamos todos en la pachanga, pero ¿qué es lo que escuchamos?

Qué es lo que se escuchamos detrás de nuestras quejas? Cuando me refiero a quejas, me refiero a cuando un acontecimiento como la JMJ provoca que alcen la voz los anti-clericales; por quejas me refiero no solo a esta su voz impertinente si no a la nuestra que reacciona indignada y se une a la pachanga. Qué es lo que escuchamos?

Yo escucho muy dentro de mi corazón, por ejemplo, cuando algunos comentaristas intervienen en mi blog quejándose de que Mauricio esté en la JMJ, una especie de sonido seco y ahogado que consigue que me duela el alma cuando se percata de cuán grave es la herida y cuán profundo el dolor que le puede impulsar a alguien a quejarse de que este muchacho costarricense, quien ha estado a lo largo de toda su vida privado de tantas oportunidades, se le haya ofrecido la de viajar a Europa.

Leo a esta gente y, simplemente, lo primero que escucho es una voz que airada me dice que son unos desgraciados. Y si, probablemente lo sean, pero eso no es lo importante. Qué es lo importante y lo que verdaderamente escucho detrás de mi queja? 

Escucho dolor, vacío y sin sentido; podría decirse que hasta físicamente percibo mi miseria, pero, qué son esos sentimientos, qué son? De dónde llegan, por qué están ahí? 

Prestándoles atención, podemos darnos cuenta que son tan vívidos que pueden llegar a percibirse como el hambre a la hora de comer o como cuando, en mi caso, tengo asma y necesito el inhalador. 

Yendo un poco más al fondo, puede decirse que llegamos a sentirlos -literalmente- como una profunda herida o como la carencia de aquello que a uno lo constituye y que echa de menos lo indecible, tanto que hasta duele.

Ellos no lo saben, pero como la de los desgraciados que mencioné arriba así es mi necesidad, mi anhelo, mi carencia, así es mí herida. La de todos.

Pues bien, ellos se quejan y nosotros nos quejamos, estamos todos en la pachanga, pero, qué es lo que escuchamos? 

Lo que escuchamos es el lamento de nuestra alma que gime por pertenecer completamente a Dios; lamento que clama por Bondad, Justicia, Verdad, Belleza… No es otra cosa lo que escuchamos. Qué otra cosa podría ser? 

Alguien como Mauricio, quien tendría muchísimo más que cualquiera de nosotros por lo que quejarse, ha prestado oído atento a sus lamentos y por eso está hoy en la JMJ, quejándose quizá por no haber podido comer gallo pinto ya no se sabe ni en cuánto tiempo, pero al menos está y está ilusionado; mal dormido y cansado también pero colmado de esperanza; reconociendo agradecido en cada amanecer que de no ser por esa profunda herida que lleva encima jamás habría llegado a Madrid a ver al Papa.

Alguien como yo, que tan sorda a esta altura de la vida no estoy, he comprendido hasta tal punto de dónde viene y adónde lleva este dolor que a veces me he encontrado a mi misma diciendo: “Este dolor es mío y no permitiré que nadie me lo arrebate”; tanto así porque me doy perfecta cuenta de que sin el jamás podría reconocer lo que me constituye.

Para algunos “quejumbrosos innombrables” la voz de ese lamento es la misma que para nosotros lo que pasa es que, aún cuando están en Madrid o quejándose en cualquier otro lugar de España, sus gemidos no pasan de ser el abismo de desesperación que se merecen, más que por sordos, por imbéciles.

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