6 de agosto de 2011

Madurar nunca es breve ni indoloro

Consistentemente aparecen en mi vida y además situados en “puestos clave” varones presuntuosos, controladores y agresivos que me disparan la “locura”; tengo a uno de ellos entre mis parientes, a otro en un grupo en el que participo y a otro lo tuve en la universidad de profesor. 

Conozco un poco sus historias y se que cada uno de ellos ha sufrido de un padre ausente lo cual explicaría muchas cosas (en cuenta buena parte de su locura), pero el caso es que no necesito explicármelos sino explicar mi reacción porque es la que me ha sufrir.

Y es que en relación con ellos no consigo ser yo misma por lo que al final lo único que les queda claro es que la loca soy yo. 

Para colmo, son varones católicos con autoridad quienes –además- sin reparo llaman públicamente mi atención por lo que me dejan fácilmente hecha una ruina emocional.

Cada uno de nosotros tiene una historia y unos locos de atar que le disparan la locura, el caso es que yo he debido plantarme ante esta situación recurrente para ir hasta el fondo y hallarle sentido porque ni loca puedo creerme que me permita verme reducida a esto.

Haciendo el esfuerzo por ir hasta el fondo reconocí algo muy importante que es mi necesidad de aprobación la cual de alguna forma les reclamo y, a lo que es obvio, reaccionan con desaprobación; es decir, de estos varones jamás obtendré lo que necesito lo que quiere decir que mi necesidad quedará por siempre insatisfecha y que, aunque con ellos no me relacione, seguirá latente esperando la próxima oportunidad en que alguien con sus características se haga presente en mi vida.

Todo esto me hace considerar que esa necesidad de aprobación está ahí por una razón, en realidad, por dos razones:
- Una, para que me reconozca necesitada.
- Otra, que reconozca que esa necesidad es infinita y que solo el infinito puede colmarla.

Y, adivinen qué? Nadie en este mundo es capaz de colmarla, el único capaz de hacerlo es Cristo.

Y, adivinen qué más? Que eso me hace igual que Pedro y tantos otros que a lo largo de la historia se han reconocido fascinados por la humanidad de Cristo en la cual han descubierto su propia humanidad redimida.

Pues bien, por dirigirme en Cristo hacia esta mi humanidad redimida es que hago el trabajo de ir hasta el fondo de estas cuestiones que poco o mucho me atormentan.

Porque hago este trabajo, el cual –dicho sea de paso- nunca es breve ni indoloro, es que caigo en la cuenta de los beneficios y, aunque pierdo privacidad es probable que con esta pérdida obtengan ustedes ganancia con lo cual me daría por completamente satisfecha.

Mi profesor, mi amigo y mi pariente permanecerán indefinidamente en sus “puestos clave” pero ahora soy yo quien ha obtenido “la clave” que me ha ofrecido un ángulo completamente diferente de la cuestión.

¡Deo omnis gloria! ¡Que madurar nunca es breve ni indoloro!

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