Siempre he escuchado que hemos de prepararnos para asistir a misa
tanto en el aspecto espiritual pero también en el aspecto material y
que, esa preparación, es ya una introducción en el no espacio-tiempo de
Dios en el que se actualiza el sacrificio de Cristo que tiene su culmen
en la Liturgia Eucarística.
En el aspecto material, procuro arreglarme y organizarme con
antelación ya que vivo lejos del templo donde asisto por lo que también
las circunstancias me obligan a ello. En el aspecto espiritual, pues,
qué les digo, desde el sábado estoy pensando en que el domingo iré a
misa y se me alborota el alma al pensar que regreso a casa. Porque si, para mi, asistir a misa, es como llegar a casa. ¡Qué bien se está ahí!
Ahora comprenderán por qué, considerándolo de esta forma, desde que
decidí el viaje a la misa solemne en Guadalajara empecé a “estar en
misa” y me introduje en ella plenamente haciéndome presente en el
recinto sagrado aquél viernes 11 de mayo del 2012.
Ahora bien, si lo recuerdan, entre lo que puse mis pies en el avión,
pisé tierra mexicana y llegué a misa, me encontré con la señora Leticia,
con don José de Jesús, el taxista que conocía de la misa tridentina y
con Mauricio el joven indigente costarricense.
Me iban acompañando no solo estos encuentros singulares y
maravillosos sino también emociones, sentimientos, pensamientos no todos
que me conferían seguridad; pero, ahí iba yo, arregladita pero también
armada con mi cámara y aquella chalina especie de velo que fue lo único
que conseguí.
No más sorteando a como pude la multitud aglomerada en la puerta de la Catedral lo primero tuve ante mis ojos fue esta imagen.
Minutos más tarde, saqué la cámara y grabé lo que verán aquí.
Como podrán imaginar, el corazón se me salía del pecho. El calor y la
aglomeración no ayudaron en nada para que la disfrutara tal como me
había preparado ya que, según yo, estaría llegando al templo 45 minutos
antes de iniciar la celebración.
Pero, no fue así, ¡llegué tarde!
“Pero, por qué?” se preguntarán. Pues, porque a esta cristiana, le
suceden cosas absurdas de vez en cuando. Fue así: esa mañana encontré un
relojito muy lindo en la tiendita de un chino el cual, obviamente, era
una porquería de reloj ya que atrasaba. Ese “pinche” relojito fue el que
me hizo llegar tarde.
En fin, esa contrariedad pasó a último plano cuando me encontré de frente ante el altar de Dios.
¡Señor –déjame decirte- qué bien se está aquí! Era
lo único que escuchaba en mis adentros con los sentidos a más no poder,
en medio del calor, el tumulto y el torbellino de emociones.
Y cómo no iba a estar bien allí con tres sacerdotes de la Fraternidad
Sacerdotal San Pedro quienes parecía que, en lugar de pisar el suelo,
volaban danzando con sus vestimentas de un lado al otro del altar; como
querubines seguros de sus gestos y acciones en lo que concierne al culto
a Dios, colocándose una vez en fila, otra en trío o en dueto y, otras
veces, dejando en solitario ante el Santísimo al padre John Berg,
Superior de la Fraternidad de quien más tarde pude disfrutar su sonrisa
cuando a través suyo invité a la FSSP a venir a mi país.
Y, cómo no iba estar bien allí si el templo en su arquitectura y
disposición, como dijo Bruno Moreno en uno de sus artículos, parecía
haber estado clamando al cielo desde hace sesenta años que una de estas
misas se volviera a celebrar en el. Casi podría asegurar que, si todo mi
ser parecía estar inmerso en la maravilla, no menos que eso podrían
haberlo estado todos los rincones de la Catedral.
Y cómo no iba a estar bien si, no solo el coro hacía subir sus voces
hasta el mismísimo trono del Altísimo, sino que la asamblea jubilosa al
unísono y con la mirada fija en el altar hacían retumbar el templo con
su respuestas en latín?.
Ciertamente, aquél coro de la asamblea, fue para mi un atisbo del cielo. Se los aseguro.
Y, cómo no iba a estar bien allí con aquella cantidad de
significativos detalles: chorromil niñas y mujeres de todas las edades y
condiciones sociales, con velo o con reboso colocado sobre su cabeza,
vestidas con pudor, algunas con lágrimas en los ojos.
Chorrocientos de hombres de todas las edades y condiciones sociales,
vestidos con atuendos dignos, en silencio, de pie o de rodillas,
acompañados de sus esposas siguiendo cada detalle de la celebración.
Y, ni que se diga de la enorme cantidad de acólitos, algunos de ellos a quien conocí y disfruté de su compañía más tarde.
En fin, que a mi, con la misma candidez de los discípulos en la
Transfiguración, lo único que me faltó fue solicitarle a Edgar
Fernández, presidente de Una Voce México, que les pidiera a los
sacerdotes de la fraternidad hacer el “reprise”.
¡Así de bien estuve ahí!
La misa solemne en Guadalajara empezó para mí en el momento en que
decidí asistir a ella. Una semana después, todavía no ha terminado.
De eso es de lo que se trata la Gracia de la misa.