Claro que nuestra Iglesia y sus miembros nos hemos convertido en
personas difíciles de comprender. Lo somos ahora más que antes y en gran
medida debido a que vivimos nuestra fe pendiendo en el vacío que es la
separación que hemos establecido entre lo visible y lo invisible y en la
cual se le hace a la fe imposible sobrevivir. Sobrevivirán, quizá y
estaría por verse, nuestras ideas, pero no la fe.
El Card. Ratzinger ha dicho en su libro “Introducción al cristianismo” que “la
fe es una decisión por la que afirmamos que en lo íntimo de la
existencia humana hay un punto que no puede ser sustentado ni sostenido
por lo visible y comprensible, sino que linda de tal modo con lo que no
se ve, que esto le afecta y aparece como algo necesario para su
existencia” (Ediciones Sígueme, pág. 49)
La fe, por tanto, es una decisión en la que afirmamos que “lo invisible” se nos presenta como necesario.
Esto es lo básico que tendríamos que aprender sobre la fe pero
también el que si ésta “sirve para vivir” es debido a que nuestra
necesidad de “lo invisible” representa un insaciable anhelo.
Sin embargo, tal parece que a muchos católicos la fe no nos sirve
para vivir lo que se debe a que nos hemos lanzado tras “verdades” a las
que les otorgamos credibilidad únicamente si son “verificables”, tras
“bondades” tan alejadas del Bien que hasta miedo dan y tras “tipos de
belleza” que por si mismos jamás satisfarán y, lo más grave es que a
estos desvíos de la fe lo continuamos llamando muy orgullosamente
“nuestra fe católica”.
Tres ejemplos bastarán:
1. El de algunos jóvenes tradicionalistas que reconocen públicamente no asistir a misa si no es tridentina por lo que no van a misa o solo de vez en cuando.
2. El de sacerdotes y laicos que pasan de largo de las enseñanzas del Magisterio y del Santo Padre tanto en lo que se refiere a lo “pastoral” como en lo “litúrgico”.
3. El de sacerdotes, teólogos y consagrados que se permiten ser instrumentalizados por la ideología de turno para hacer valer sus peculiares ideas sobre la fe y la Iglesia.
1. El de algunos jóvenes tradicionalistas que reconocen públicamente no asistir a misa si no es tridentina por lo que no van a misa o solo de vez en cuando.
2. El de sacerdotes y laicos que pasan de largo de las enseñanzas del Magisterio y del Santo Padre tanto en lo que se refiere a lo “pastoral” como en lo “litúrgico”.
3. El de sacerdotes, teólogos y consagrados que se permiten ser instrumentalizados por la ideología de turno para hacer valer sus peculiares ideas sobre la fe y la Iglesia.
No es acaso que los primeros no obstante su desconocimiento de la
doctrina demandan “pruebas” a la Iglesia de su fidelidad a la tradición?
No es acaso que los segundos ponen su confianza en “estadísticas”
pastorales? No es acaso que a los terceros ofrece mayor certeza un
conjunto de ideas que la presencia de Cristo?
Acaso todos ellos no han escogido, antes que afirmarse con su inteligencia y voluntad en obediencia y sumisión a “lo invisible”, someterse a ciegas únicamente ante lo verificable?
¡Diay! Pues, entonces, pa´qué la fe?
Esta es la tensión que existe entre tradicionalistas y progresistas
que resultan no ser opuestos sino la gama de un fenómeno que tiene como
fundamento el haber colocado su fe en el objeto equivocado.
A esto se refiere el nuevo prefecto para la Doctrina de la Fe cuando habla sobre que es necesario “encontrar una nueva unidad de fondo en la Iglesia”. Al respecto le preguntó Radio Vaticana: ¿Cómo encontrar esta unidad? Responde Monseñor en un solo trazo:
“Nosotros creemos en la Iglesia que es “una” y está unida en Cristo. Y si realmente creemos en Cristo, sin instrumentalizar el Magisterio de la Iglesia subrayando sólo algunos puntos a favor de la propia ideología sino que se confía incondicionalmente en Cristo, tampoco la unidad de la Iglesia es despedazada…”
Esta es la fe que nos sirve para vivir: nuestra confianza puesta incondicionalmente en Cristo.
Pues bien, a trabajar por reducir en nuestra vida la separación entre
lo visible e invisible, por recomponer esta unidad de fondo
re-encauzando el camino de nuestra fe para que, finalmente, ésta nos
sirva para vivir.