6 de agosto de 2010

Acostumbrar nuestros ojos a la noche

De las experiencias que más me deleitan es permanecer más de una hora sin fluido eléctrico porque me da la sensación que salí de paseo fuera de mi casa. O es que acaso no es un deleite permitir a los ojos acostumbrarse a la noche y a los oídos a los sonidos de la oscuridad? Pues si, por eso mismo me encantan los apagones, máxime aquí en el campo, donde vivo.

Otra experiencia similar es cuando voy de campamento, no solo por estar obligada a utilizar fuego y una linterna, sino por verme libre de las comodidades del hogar, es todo un desafío para el cuerpo, la mente y el espíritu, eso también me emociona muchísimo.

Cuando voy a acampar tengo un ritual con el que me doy la bienvenida y que consiste en que, poco antes del crepúsculo me dedico a recoger palitos secos y algunas rocas en la playa para hacer un fuego en la arena; busco mi ollita, agua, una cuchara y la tradicional sopa de tomate para sentarme a disfrutar de la caída del sol preparándola y bebérmela lentamente hasta que aparecen las estrellas y quedarme ahí regocijándome hasta bien entrada la noche.

Dicho momento ante el crepúsculo constituye una especie de entrada a otro mundo, a requerimientos del cuerpo, la mente y el espíritu totalmente diferentes. Me parece que por lo que tanto lo disfruto es debido a que encuentro que se activa mi instinto de sobrevivencia el cual da la impresión de permanecer inactivo en el hogar bajo condiciones opuestas.

Ir de campamento, es uno de esos momentos felices, fáciles y baratos que uno es capaz de proveerse y disfrutar enormemente mientras los ojos se acostumbran a la noche y los oídos a los sonidos de la oscuridad.

En estos días, cuando -tras incursionar en el mundo de las noticias internacionales- me encuentro, una tras otra la información sobre las diversas acciones emprendidas en Argentina, Chile, Estados Unidos pero también en lo que incluso en nuestro país vamos andando en torno a la instauración como figura legal del matrimonio entre personas del mismo sexo y “viéndola venir” –como decimos en mi tierra- no puedo menos que admitir que –como cuando voy de camping- deben activárseme todos los mecanismos de sobrevivencia; y no solo los mecanismos de orden físico, sino –sobre todo- los de orden moral y espiritual.

San Pablo, tanto a los Efesios como a los Tesalonicenses les llamó hijos de la luz y les exhortaba constantemente a que –como tales- se comportasen a la altura de las circunstancias; y ¡vaya que debían hacerlo! debido –precisamente- a las circunstancias bajo las cuales fueron escritas sus epístolas.

Ahora bien, ni en sueños imaginó san Pablo lo que sobrevendría a los cristianos en los siguientes siglos, pero al menos había cumplido con su encargo, dejando testimonio de la Esperanza.

Ni en sueños podrían haber imaginado Castellani y Newman, quienes –entre otros- vislumbraron la entrada de la humanidad en este ciclo de decadencia moral que se me figura –sin temor a exagerar- un “cataclismo de tinieblas” que ha dejado ya de ser ese antiguo deleite de contemplar el crepúsculo sino una auténtica situación en la cual la mirada debe adaptarse a la insuficiente luz del día que nos presenta los objetos del mismo color y donde es prácticamente imposible distinguir la figura del fondo.

Pero bien, san Pablo no solo hizo una lectura oportuna y acertada de los signos de los tiempos sino que ofreció tanto a efesios y tesalonicenses como a la cristiandad toda, los instrumentos para una situación en la que el pueblo de Dios se viese desprovisto de las “comodidades del hogar”.

Muy bien lo ha dicho:

“Pero ustedes, hermanos, no viven en las tinieblas para que ese Día los sorprenda como un ladrón: todos ustedes son hijos de la luz, hijos del día. Nosotros no pertenecemos a la noche ni a las tinieblas. [ ]…pertenecemos al día: revistámonos con la coraza de la fe y del amor, y cubrámonos con el casco de la esperanza de la salvación. Anímense, entonces, y estimúlense mutuamente, como ya lo están haciendo” (I Tes 5)

Creo que, dicho sea de paso, ahora comprendo el profundo valor que tenía para los primeros cristianos tanto la tradición escrita como oral.

Pueden imaginar el “cataclismo de oscuridad” que le sobrevino a los apóstoles aquél fin de semana de la muerte de su Señor? Y pueden compararlo con lo que significó para ellos la Resurrección y tener –además- la posibilidad de aferrarse a su experiencia y conservarla de forma oral y escrita?

Creo que así como para aquellos primeros cristianos, para nosotros no habrá otro período dentro de la Historia de salvación en el cual con mayor necesidad y vehemencia debamos aferrarnos a la Palabra de Dios que es la Luz para que sus hijos lleguemos a adaptarnos a las incomodidades “fuera del hogar” si no también la que nos permitirá acostumbrar nuestros ojos a la noche y nuestros oídos a los sonidos de la oscuridad.

Así sea.

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