Algunos de los que me leen aquí o me siguen en facebook me han pedido que les hable de Rimini así como de Comunión y Liberación.
Una cosa que debo dejar clara y que me la enseñó Diego, nuestro responsable, es que el vínculo deseable con CyL debería generarse a partir, no de la palabra, sino de la amistad, claro está, mediante el contacto personal.
Pues bien, Diego también dice que Internet no es lo que se podría llamar un “contacto personal” pero a cómo estoy viviendo esta experiencia en InfoCatólica así como lo que me han llegado a conocer algunos en facebook, tal parece que lo que he venido diciendo o haciendo ha suscitado en algunos de ustedes el interés; por lo mismo y tomando en cuenta que algunos me consideran su amiga, pues sin mayores contemplaciones les invito a leer este fragmento del texto de los Ejercicios Espirituales que estaremos realizando durante los primeros días de setiembre. Lo he leído anoche y me ha provocado un gran impacto, no veo la hora en que el padre Miguelón llegue a mi país para poder comentarlo con él y con mis amigos de la Escuela de Comunidad.
Espero que así como a mí, les ofrezca pistas sobre la forma en que enfrentamos la realidad.
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«La libertad no se demuestra tanto en el momento llamativo de la elección; la libertad se pone en juego más bien en el primer y sutilísimo amanecer del impacto de la conciencia humana con el mundo [es decir, en el impacto con la realidad]».
Por eso me impresionó tanto, desde que la oí por primera vez, esta historia de Elsa Morante: «Había una vez un soldado de las SS que, por los delitos horrendos que había cometido, era llevado al patíbulo al alba. Le quedaban todavía por recorrer unos cincuenta pasos hasta el lugar de la ejecución, en el mismo patio de la cárcel. En ese recorrido, su mirada se posó por casualidad en el muro agrietado del patio, donde había brotado una de aquellas flores sembradas por el viento, que nacen donde pueden y diríase que se alimentan de aire y de polvo. Era una florecilla miserable, compuesta de cuatro pétalos violetas y de un par de hojitas pálidas; pero con aquella primera luz del alba, el soldado vio en ella, con su esplendor, toda la belleza y la felicidad del universo, y pensó: “Si pudiese volver atrás y detener el tiempo estaría dispuesto a pasarme toda mi vida adorando esa florecilla”. Entonces, como desdoblándose, escuchó dentro de sí su propia voz, pero llena de gozo, limpia, y sin embargo lejana, venida de quién sabe dónde, que le gritaba: “En verdad te digo: por este último pensamiento que has tenido al borde de la muerte, serás salvado del infierno”. Contar todo esto me ha llevado un cierto tiempo, pero allí duró medio segundo. Entre el soldado de las SS que pasaba por en medio de los vigilantes y la flor que se asomaba al muro había todavía más o menos la misma distancia inicial, apenas un paso. “¡No! –gritó para sí el soldado, dándose la vuelta con furia – ¡No voy a volver a caer en ciertos trucos!”, y, como tenía las manos atadas, arrancó aquella flor con los dientes, la arrojó al suelo, la pisoteó y escupió sobre ella»
En el primer y sutilísimo amanecer, en un instante, se juega este drama: «He aquí la alternativa en que el hombre casi insensiblemente se la juega: o caminas por la realidad abierto a ella de par en par, con los ojos asombrados de un niño, lealmente, llamando al pan, pan, y al vino, vino, y abrazas entonces toda su presencia [la presencia de la realidad tal como te viene dada] acogiendo también su sentido; o te pones ante la realidad en una actitud defensiva, con el brazo delante del rostro para evitar golpes desagradables o inesperados, llamando a la realidad ante el tribunal de tu parecer, y entonces sólo buscas y admites de ella lo que está en consonancia contigo, estás potencialmente lleno de objeciones contra ella, y demasiado resabiado como para aceptar sus evidencias [no lo que no está claro, sino las evidencias] y sugerencias más gratuitas y sorprendentes [cuando vemos que sucede en nosotros resulta verdaderamente patético: gente que insiste en que no hay hechos, simplemente porque no está disponible a reconocerlos, no porque no existan]. Ésta es la opción profunda que nosotros realizamos cotidianamente ante la lluvia y el sol, ante nuestro padre y nuestra madre, ante la bandeja del desayuno, ante el autobús y la gente que hay en él, ante los compañeros de trabajo, los textos de clase, los profesores, el amigo, la amiga… [cada uno puede añadir lo que quiera]. Esta decisión que he descrito la tomamos de hecho ante toda la realidad, ante cualquier cosa.
En esta decisión está claro dónde está la racionalidad, lo enteramente humano [¡lo plenamente humano!]: en la postura del que está abierto y llama al pan, pan, y al vino, vino. Éste es el pobre de espíritu, aquel que no tiene nada que defender ante la realidad».