29 de agosto de 2010

Gelatina con helado

Siempre he dicho que ciertos objetos poseen la cualidad de evocarnos -entre otras cosas- quienes fuimos, por ejemplo, la gelatina con helado (y ojalá pudiera ser, gelatina de fresa con helado de vainilla), me evoca tanto los días de vacaciones de verano al lado de mis primos como me trae a la memoria la niña que fui: una niña enfermita pero optimista, creativa y amistosa.

Fotografías, alguna ropa, olores, muebles, espacios, frases, gestos, mencionen lo que se les ocurra, todo ello posee esa rara cualidad que sirve para recordar tanto lo agradable como lo desagradable de la vida.

En lo personal, hace mucho tiempo tomé la decisión de que -cuando me asaltan recuerdos desagradables- recibirlos con calma y ponerlos de inmediato a un lado, porque hace mucho tiempo también concluí que, recordar y entregarle más de unos segundos a asuntos con los que me reconciliado, es una pérdida de tiempo.

Por lo tanto, si algún objeto me hace presente un recuerdo, opto por conservar y degustar solo los buenos recuerdos, sobre todo los que me permiten recordarme en los aspectos en que fui y seguiré siendo amada, querida, útil y necesaria; tal cuál Dios hubo de pensarme y me piensa. No hace falta dar mayores explicaciones, verdad?

Pues bien, así como la gelatina con helado, existen multitud de aspectos de la realidad que funcionan, no para recordarnos, si no para develarnos aquello que nuestro corazón anhela: el Infinito.

Cada ser humano venido a la vida llega con esa ansia y buscar satisfacerla, el medio que elige para hacerlo lo define su libertad guiada por su inteligencia de la realidad y su voluntad.

En lo que se refiere a la libertad que tan manida está y tantos dolores de cabeza nos dan a muchos, don Giussani -unos días atrás- me ha redondeado la idea: “Si tú eres “moral”, esto es, si estás en la actitud original con la que Dios te ha creado, en una actitud abierta a lo real, entonces entenderás, o al menos buscarás, preguntarás”.

Buscar y preguntar por el camino de la vida, como lo haría uno que ha perdido la ruta hacia su destino veraniego; un hombre libre buscará y preguntará: preguntará a los transeúntes, revisará su mapa, se orientará con los puntos cardinales, es decir, hará todo lo que esté a su alcance para llegar a su ansiado destino.

“Si, por el contrario, no estás ya en esa postura original, si estás alterado [ ], falseado, bloqueado por el prejuicio, entonces eres “inmoral” y no podrás entender [la consecuencia no es que vayas al infierno o seas incoherente (o que no llegues al destino de tus vacaciones), no: ¡es que no puedes comprender!]”

Y no se a ustedes, pero el “no comprender” me puede quitar el sueño varias noches consecutivas al grado de llevarme al límite de petrificarme; pero aquí siempre reacciono: el temor, la angustia, el desvalimiento, la soledad, cuando se hacen presentes me remiten, inevitablemente, a Aquel que me ha regenerado y, entonces, comprendo.

Por eso apenas he abierto hoy los ojos me he venido a hablarles de la gelatina con helado, porque así como tantos objetos como existen poseen la cualidad para evocar gratos recuerdos, la realidad toda en cada ínfimo detalle, nos ha sido ofrecida como don para remitirnos a Aquél que satisface nuestro anhelo.

En aquella época al lado de mis primos, la gelatina contenía azúcar y el helado de vainilla también (así como toda la crema de leche que requiriera para deleitarse), justo como debía ser; sin embargo, las cosas han cambiado, ahora la gelatina debe ser dietética y el helado de yogourt, pero -qué más da- acaso el diagnóstico del médico no forma parte de la realidad a la que estoy abierta y que me ha revelado cuán querida, amada, útil y necesaria soy?

¿Se dan cuenta? ¡Hasta el diagnóstico del medico!
¡Cada ínfimo detalle nos abre de par en par a Cristo!.

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