16 de agosto de 2010

Mi corazón humano

No se cómo aproximarme a ellos

No se cómo aproximarme a ellos sin dejar de ser lo que soy.

Hablo de mis antiguos amigos, muchos de ellos ahora ateos y otros homosexuales. Pero, por qué o para qué querría hacerlo?

Les diré qué sucedió para que comprendan por qué se me plantaron entre ceja y ceja estos pensamientos.

Existe uno de estos amigos que cuando me encontró en facebook tras años -quizá décadas- sin saber de mi, en su alegría por encontrarme se soltó en poemas que me retrataban tal cual me había conocido: una Maricruz con un “sentido del humor agridulce terriblón con buen corazón” como él mismo lo llama y del cual no había vuelto a tener noticia hasta que él me lo recordó.

Su presencia gay en mi muro de facebook al principio fue un choque grotesco porque podía leer sus bromas junto al Evangelio de San Juan, a Santa Catalina de Sienna o seguido de alguno de mis contactos que pedía oración por su padre enfermo. Caen en la cuenta? Además, estaba muy atareada defendiendo la vida y –de paso- argumentando contra la unión de personas del mismo sexo. Por todo esto me sentí impelida a recurrir al recurso que ofrece facebook de ocultar su presencia en mi muro, es decir, a ponerlo de nuevo fuera de mi vida.

Sin embargo, lo saqué un buen día de su ocultamiento y algo de lo primero que descubrí fue una fotografía simpatiquísima que subió de un toldo rosado con la que él, que es diseñador gráfico, probablemente ilustraría una noticia sobre una boda gay y –palabra- que me desternillé de risa, máxime que él mismo hacia mofa del toldo y de la boda ridícula. De seguido pensé: “¡Eso se vería genial en mi jardín!”. “Una boda gay?”, me imaginé y , en seguida, me desternillé de risa de nuevo.

En medio de esto, mi corazón dio un vuelco; me di cuenta de una parte de lo que nos había vinculado años atrás, era ese “sentido del humor agridulce terriblón con buen corazón” y, fue entonces que -como una marejada- se me llenó el corazón de cariño que se desbordó por mis ojos en inusitados lagrimones.

Decíamos el otro día en la Escuela de Comunidad que antes que las palabras del testigo lo valioso son sus acciones; pero, entonces, qué dicen mis acciones en relación a mi amigo y en general hacia estas personas? Dicen que les desprecio. No dicen otra cosa; eso, exactamente.

Claro, entonces me pregunto: cómo he sido capaz de considerarme testigo del amor de Dios si les mantengo fuera de mi círculo. ¡Dah! ¡Qué enorme contradicción! ¿Se dan cuenta?

En el fondo, mi corazón me dice que tuve por mi amigo un gran cariño y que además lo conservo, pero mis acciones no expresan el sentir de mi corazón y lo que es peor, no expresan el profundo significado de mis convicciones.

De qué se trata entonces? De volver a relacionarnos como en otro tiempo? No, de eso no se trata, porque además es imposible, ambos hemos cambiado muchísimo; se trata de –como dijo mi amigo Gustavo y el padre JF hace unos días- buscar puntos de encuentro.

Pero… es eso posible? Es posible, claro que si; es decir, qué impedimento tengo para invitar a mi amigo a almorzar un domingo a casa? O qué me impide pedirle su dirección para llevarle un día de estos algunos de mis pimientos o lechugas recién cosechados y de paso darle un fuerte abrazo?

Me doy cuenta que soy perfectamente capaz de seguir pensando como pienso y creyendo en lo que creo pero a la vez ser más humana.

Por supuesto, lo que en seguida me pregunto es: cuándo y cómo fue que dejé de serlo que no me di cuenta?

Porque queda claro que he dejado de serlo y eso fue cuando empecé a dejar de ver a las personas como personas y las clasifiqué: “estos del lobby LGBT”, estos los “infames ateos”, estos los del “Estado laico”, estos los “católicos mediocres”, estos “los así” y aquellos “los asá”.

¡Santo cielo!. Caigo en la cuenta que es por esto, en buena medida, por lo que me he venido sintiendo mal conmigo misma.

Me he venido sintiendo miserable porque he venido alejando a muchas personas que me quieren, que son capaces –a diferencia de mí- de ver más allá de lo que pienso y creo e ir hasta el fondo de lo que soy y quererme por eso mismo.

Y encima, como para rematar, son las personas a las que -se supone- estoy llamada a amar con mi mejor amor, con el amor de Dios con el que tan generosa e inmerecidamente me ha regalado.

Padre querido, ¿qué es lo que he venido haciendo? Y yo que siempre te he pedido un corazón generoso. ¡Qué vergüenza! Sobre todo por tan a mano que siempre de mi he tenido mi corazón humano.

¿Mi corazón humano?

Si, mi corazón humano.

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