Yo no se, pero alguien que tenga corazón humano, cuando la realidad le presenta un joven dependiente de banco muy decente y con maneras de señorita, no puede menos que recibir ese impacto a manera de gracia y ternura; máxime si el dependiente le recibe con una enorme sonrisa, le atiende magníficamente como si fuera el único cliente del mundo y además lo despide con un “Dios la acompañe”.
Esa es la reacción de cualquier corazón humano, esa tendría que ser para que tenga derecho a alardear de tener corazón humano.
Más sin embargo, existen otras circunstancias –como en Europa- que los corazones humanos de gran parte de los católicos no liberales ha venido resintiendo desde hace años y que es el impacto de la realidad que recibe de, por ejemplo, usuarios del transporte público con pelucas color de arco-iris que entran al metro gritando, riéndose y desordenando sin que nadie ni nada les pueda decir ni pío a riesgo de recibir de ellos algunos improperios y si no se cuidan, hasta una demanda.
Cualquier corazón humano que reaccionó con gracia y ternura al primer caso, luego de tener que enfrentar durante años decenas y decenas y aún más gravísimos casos como el segundo, tiene que reventar, porque se trata –sencillamente- de un corazón humano.
Este caso de corazones reventados es el caso de muchos de los comentaristas y quizá de muchos otros que guardan silencio, según me dicen algunos en privado y según confirmo a diario en mis blogs. La realidad que para mi es apenas un asomo, para ellos y sus hijos es el panorama diario, un panorama rudo y desesperanzador.
Por lo mismo y porque tengo la “ligera” impresión que mi posición ante las personas homosexuales no ha quedado clara es que deseo aclararla ahora.
En primer lugar, estoy totalmente del lado del Evangelio, de la Tradición y del Magisterio.
Luego, cuando hablo acerca del tema de la homosexualidad lo hago como Latinoamericana dirigiéndose a sus coterráneos dentro de un contexto muy diferente al europeo que ha evitado que mi corazón, refiriéndome a él como el lugar donde la fe y la razón elaboran un juicio, esté tan reventado como reventado está el de quienes desde hace años viven bajo toda clase de imposiciones del activismo LGBT.
Por otro lado, estoy transcurriendo por un itinerario de fe al haber empezado a participar de la Escuela de Comunidad de la Fraternidad Comunión y Liberación fundada por el sacerdote italiano Luigi Giussani en el cual muchos de los prejuicios que me ofrecían sustento están siendo “enjuiciados”.
Hacer un juicio sobre uno mismo es muchísimo más difícil que lo que uno acostumbra hacer cuando trata de descolar a sus semejantes haciéndoles ver -con toda buena intención- su pecado; muchísimo más difícil y aún más descolocador, por esta razón es posible que con mis intervenciones alrededor del tema de la homosexualidad parezca que estoy dejando cuestiones abiertas, indefinidas. No es así.
El fundamento del Evangelio sigue ahí, la ortodoxia permanece incólume. Lo que observan cuando escribo es –sencillamente- mi Yo enfrentado al Tu de Dios.
Esto es lo que en CyL llamamos “trabajo” y que consiste en atender internamente a las provocaciones de la realidad para elaborar un juicio y que éste conduzca a Cristo y en El a permitirle a uno colocarse ante la propia circunstancia desde Su perspectiva antes que de la propia y así poder ofrecer a ésta una respuesta cristiana, creativa.
Esto “trabajo” es parte fundamental de lo que don Giussani llama El Método de la Fe.
Continuo siendo, por mi circunstancia, de los que sonríen y consideran tiernos a los jóvenes dependientes que hablan como señoritas pero eso no me impide valorar y considerar los corazones reventados que han debido enfrentar por largo tiempo (y tendrán que continuar haciéndolo) a los jóvenes escandalosos y agresivos de las pelucas color arco-iris.
Esta entrada sirva para aclararlo.