Saben? Desde que mantengo contacto con mis plantas de chile y mis lechugas como que ando algo sensible a los pequeños detalles gráciles de la vida pero también sensible a aquellos que prometen incertidumbre.
Y es que si, de la agricultura derivan grandes recompensas pero también muchísimos sobresaltos; por dar un ejemplo: un día hacemos una aplicación de un insecticida natural y –como ya sucedió- un par de semanas después las plantas pierden todas las hojas. Otro caso: si la conductividad del agua de riego no está dentro del rango 6 y 6.5 las plantas no absorben la nutrición adecuadamente, se enferman y hasta podrían morir.
Y es que si, de la agricultura derivan grandes recompensas pero también muchísimos sobresaltos; por dar un ejemplo: un día hacemos una aplicación de un insecticida natural y –como ya sucedió- un par de semanas después las plantas pierden todas las hojas. Otro caso: si la conductividad del agua de riego no está dentro del rango 6 y 6.5 las plantas no absorben la nutrición adecuadamente, se enferman y hasta podrían morir.
Con esto deseo dar la idea que la agricultura es casi como un mundo paralelo en el incursiono a diario como a tientas, nunca un día es igual al otro y, sobre todo, nunca el trabajo es aburrido.
Hablando de trabajos aburridos, muchos considerarían que entutorar es uno de ellos, pero en absoluto lo es. Ayer lunes estuve entutorando todo el día.
Para aquellos que no saben lo que entutorar significa les adelanto que en el diccionario se encontrarán “tutorar” definido como la acción de poner tutores o rodrigones a la plantas; sin embargo, los tutores de mi chilar no los puse yo, los colocó don Víctor y son de “caña brava” enterrados a 40cm, a unos 3mts de distancia uno del otro y unidos entre si por una línea de cuerda en sentido horizontal.
Para hablar con claridad, lo que –específicamente- llamamos en mi tierra “entutorar” es tomar cada “hijo” (rama) ceñirla con hilo de piola mediante un nudo especial y colgarla de la línea horizontal.
Uno, entutorando, entra en un ritmo vital muy interesante, uno se siente útil ayudando a las plantas, además, el silencio en el invernadero es realmente reconfortante; bajo estas condiciones, el tiempo pasa volando.
Sucede que, entutorando en silencio, me da por pensar en Dios así como en lo interesante y hermosa que es esta vida.
Pienso a veces cosas un poco descabelladas, como lo que pensé ayer; claro, salvando todas las distancias: pensé que si mis plantitas de chile fueran seres racionales (jeje) para ellas yo sería como Dios. Por qué? Porque aunque no me ven estoy allí, me reconocen por mis manifestaciones y, sin atentar contra su libertad, les ofrezco sustento y dirección a sus ramas de tal manera que pueden crecer erguidas, fuertes, robustas, mirando a lo alto, siempre a lo más alto porque, entre a mayor altitud se extiendan, más y frutos de mayor tamaño estarán en capacidad de producir.
La actividad de entutorado exige sensibilidad; por ejemplo, uno debe observar tanto la posición del tallo y ayudarle a ponerse derecho como ayudar a las ramas a colocarse de tal forma que pueda cada una crecer en libertad.
A veces una rama crece gruesa, muy fuerte y rígida, no obstante, el peso de dos o tres chiles la doblega y cae. Otras veces, una ramita delgada, aparentemente débil pero flexible, cargando la misma cantidad de chiles consigue sostener todo el peso sin quebrarse.
Es hermosísimo hallar una planta cuyas ramas crecieron muy rápido y se enredaron unas entre las otras y entonces, con mucho cuidado, empezar a ordenarlas según la dirección natural a la que tienden. Una vez se consigue ordenar las cuatro o seis ramas de una plantita y unir cada una a la línea da gusto ver lo cómoda y segura que se ve.
Es tarea gratificante tomar con delicadeza las ramas tiernas que vienen con muchas flores y sujetarlas a la línea que le asegurará un seguro desenvolvimiento.
Total arrebato de alegría es comprobar que una planta que hace una semana más parecía un plato de espaguetti crece ahora apuntando hacia lo alto; que no solo supera la altura esperada si no que promete llegar más allá cargada de flores y frutos.
Uno, como agricultor, observa la vida y el crecimiento de las plantas, después de un tiempo casi podría llamarlas por su nombre. Uno las observa y observa la propia vida y además piensa en Dios y puede darse cuenta, si tiene la fortuna de contar con algunas “ramas” flexibles, lo bien que –como a la plantita- le sientan los hilitos de piola con que a uno lo ciñe Dios.