27 de diciembre de 2010

El cristianismo: un camino humano

Me ha llegado esta entrevista que deseo compartirles y que he titulado El cristianismo: un camino humano.

Las respuestas que ofrece a Cope el sacerdote español y presidente del Movimiento Comunión y Liberación el padre Julián Carrón dentro del marco del Congreso Católicos y Vida Pública realizado en España este año y recogidas por el portal El sentido busca al hombre.com no solo ofrecen información valiosa para comprender el carisma del Movimiento sino que presentan un desafío al cristiano de nuestro tiempo y ya que, como cristiana, soy ávida de desafíos asumo que a ustedes también.


Entrevista a Julián Carrón
COPE.es

Usted ha querido empezar su participación aquí, en el Congreso Católicos y Vida Pública, con una frase de Dostoyevski,que es una pregunta: "¿puede el hombre europeo culto creer, seguir creyendo?" ¿Por qué ha querido empezar con esa pregunta?
Porque me parece que pone delante de nuestros ojos cuál es el desafío que tiene la fe cristiana para cada uno de nosotros que somos, como dice Dostoyevski, un europeo que ha estudiado, que es culto, que tiene la razón, que tiene la libertad y que, por tanto, se pregunta si es razonable hoy creer en Jesucristo. Hoy, cuando uno no quiere continuar simplemente creyendo por tradición, devoción o costumbre. Es decir, si verdaderamente es razonable creer en Jesucristo. Y sin dar una respuesta adecuada a esta pregunta, a nuestra adhesión a la fe le faltan los ingredientes fundamentales para que sea verdaderamente nuestra, humana y, por tanto, para que esté a la altura del desafío del tiempo en el que vivimos. No estaremos en condiciones de dar razón de esa fe cuando alguien nos las pide sin esta pregunta.

El cristianismo se encuentra en una sociedad plural, en España es evidente. Algunos reaccionan pensando que es el momento de retirarse a los cuarteles de invierno; otros piensas que es el momento de reaccionar con fuerza para recuperar el terreno perdido. ¿Estas dos interpretaciones son restrictivas? ¿No son adecuadas?
Son insuficientes, porque no son capaces en el fondo de interesar a la persona por lo que es el cristianismo. Ninguna de estas dos interpretaciones tiene su fundamento en aquello que será siempre el canon de lo que ha sido el anuncio cristiano: el Evangelio. Jesús se pone en la sociedad con un atractivo tan absolutamente irresistible que fue lo que fascinó a los hombres de su tiempo. Como dice Péguy, Él no perdió el tiempo en lamentarse de la maldad de su tiempo, no les reprochó sus males, simplemente cortó por lo sano -diríamos en español-. ¿Cómo? Haciendo el cristianismo, es decir, poniendo en la realidad de la historia una presencia humana tan absolutamente fascinante, la suya, que todo el que la encontró, cualquiera que fuera la decisión que tomara al final respecto a ella, tuvo que hacer las cuentas con ella, para rechazarla o para afirmarla, para adherirse. Pero a ninguno le dejó indiferente. Sin embargo, una posición ideológica normalmente deja indiferentes a todos menos a los de la parroquia, a los del propio grupo. No desafía, no plantea un interrogante al otro, no desafía su razón y su libertad. Por eso, no tiene nada que ver con lo que sucedió en la historia, y con lo que sucede hoy en la historia cuando uno encuentra un cristiano.

Estamos en un tiempo de crisis. Si usted tuviera que definir esta crisis. ¿Cómo la pintaría? Hablamos de crisis económica, es cierto, tenemos 4 millones de parados, hablamos de crisis ética; pero, ¿cuál es el fondo de esta crisis?
El fondo de esta crisis es mucho más profundo que todas estas cosas, que son en el fondo consecuencias. La gravedad de la situación, lo vemos sobre todo en la escuela, no es que falten recursos para la enseñanza -en un momento de crisis todos desearíamos tener más instrumentos- el problema es que los alumnos no tienen ningún interés por estudiar, por aprender. A esto no se puede responder únicamente con más medios, técnicos o económicos, sino que hace falta otra cosa. Por eso, hablamos hoy de emergencia educativa, que antes era una cosa que resultaba extraña y, sin embargo, cada vez más lo vemos como el pan de cada día. Lo mismo sucede respecto al trabajo: los problemas que se alegan son, ahora que es difícil encontrar un trabajo, qué recursos tiene la persona para poder movilizarse, para poder reciclarse, para adaptarse a la nueva situación; pero, ¿está dispuesta a esto? Y así podemos ir abordando todas las cuestiones. Cuando durante años el hombre ha sufrido esta pasividad, esta falta de energía para ponerse en juego con todo lo humano, con todos los recursos humanos de su persona, está en peores condiciones para afrontar la situación. Y, por eso, estamos delante de un verdadero desafío. Todos nosotros. Porque algunos piensan que es un desafío de la Iglesia, o que afecta solo al mundo religioso. Esto afecto a todos: a los partidos políticos, a las instituciones, a la escuela, a los sindicatos; es decir, afecta a todo aquello que tiene que ver con lo humano. Por tanto, que no se encuentren personas que puedan ponerse en juego con toda su razón y su libertad es una desgracia para todos. Algunos se frotan las manos pensando que es una desgracia para la Iglesia solo. ¡No! En este momento, es cuando podremos saber quién tiene la capacidad de despertar lo humano; la Iglesia tiene delante de sí la aventura más fascinante, como cuando empezó: poder mostrar que a esta crisis, a su naturaleza -que no es solamente ideológica, que no se debe reducir a reclamar un hueco dentro de la sociedad, sino que tiene toda la hondura del decaimiento humano, de la falta de interés de lo humano- pueda mostrar que en ella hay algo en condiciones de poder despertar, de poder interesar al hombre de nuevo. Aquí es donde tendrán que retratarse todas las realidades, incluidos los que se alegran de este deterioro. Y veremos quién se lleva el gato al agua.

Usted ha dicho que, a pesar de esa crisis, sigue estando presente esa gran talla del hombre que expresaba, por ejemplo, Machado: "mi corazón espera / también, hacia la luz y hacia la vida, / otro milagro de la primavera". ¿A pesar de la crisis hay algo que no se llega a destruir del todo?
Absolutamente. Todos nosotros, como Machado, esperamos un milagro de primavera. Y esto, cualquiera que sea la situación en que nos encontremos, la posición ideológica, el momento de la vida, las circunstancias favorables o adversas en que nos encontremos. ¿Quién de nosotros no espera un milagro de primavera mediante el cual podamos verdaderamente ver cumplida nuestra vida? Como dice Antonio Machado en otro verso: "alguno podrá pensar que esto es un sueño", pero ¿por qué lo esperamos?, ¿por qué no podemos dejar de evitar desear este milagro de primavera? Esto es lo que constituye el ser humano, y esto muestra que, aunque el hombre puede decaer y lo humano puede ser reducido -tantas veces tantas realidades de este mundo intentan socavar este deseo minimizándolo, intentando distraerlo o llenarlo con cosas que en el fondo le dejan más insatisfecho o más escéptico-, nadie podrá nunca arrancarlo del corazón. Y, por eso, se convertirá siempre este deseo en el criterio de juicio para juzgar las cosas que encuentra en la vida. Al hombre le pueden tomar el pelo durante un cierto tiempo, pero aquí el problema es durar: el signo de la verdad es que aquello que te fascina, que te ilusiona, aquello que en un momento concreto te despierta un interés, dure.

¿Qué tiene que ver el cristianismo con ese deseo?
El cristianismo tiene mucho que ver porque es la única respuesta que dura. Todo lo humano, incluidas las cosas más bellas que puedan suceder -cuando uno ama a una persona, cuando uno empieza a trabajar-, con el tiempo decae. La única cuestión es si existe algo que no decaiga. El cristianismo tiene la pretensión, justamente por el origen -que no es humano, aunque se pueda encontrar en el rostro de los hombres de hoy que lo han encontrado-, tiene la pretensión de que dura en el tiempo y para la eternidad.

Usted sostiene que no cualquier tipo de cristianismo está en condición de responder al deseo del hombre. Por ejemplo hay un cristianismo identificado con la doctrina, o un cristianismo identificado con la moral, que no pueden hacer las cuentas con ese gran deseo del hombre.
Efectivamente. Un cristianismo reducido a esto no es capaz. Nosotros lo sabemos bien: durante años se ha trasmitido en la escuela la religión cristiana, pero ¿cuántos salían de la escuela ya con el juicio claro de que aquello no les interesaba? O lo vemos también en la vida de la Iglesia: ¿cuántas veces de un grupo de confirmandos, después de hacer tres años de catequesis, no queda ni uno? Es decir, nosotros sabemos por experiencia que hay un modo de hablar del cristianismo que no despierta el interés por el cristianismo. Parto de la experiencia española reciente, son datos de mi experiencia pastoral y de la experiencia que veo en torno a mí: si no se respeta la naturaleza del cristianismo tal y como se ha puesto en la historia, entonces este cristianismo no es capaz de prender el corazón. Sin embargo, yo veo en tantas otras personas -iguales que las demás, con el deseo reducido, sin interés por el cristianismo- que encuentran otro tipo de cristianismo, que se interesan por él justamente porque sucede esto: encuentran personas donde este cristianismo es vivido según su propia naturaleza.

Por la tradición española es muy fácil dar por supuesto qué es el cristianismo, o incluso identificarlo con la cultura, con la tradición, con un patrimonio histórico, con unos principios doctrinales...
Es facilísimo que se produzca esto. Yo lo he dado por descontado en mi propia experiencia, por eso entiendo perfectamente qué es lo que les puede pasar a muchos de los católicos españoles. Hace falta una lealtad muy grande con su propia humanidad para confesarse a sí mismo que, tras un cierto tiempo viviendo el cristianismo de un modo determinado, éste no es capaz de responder a las exigencias humanas. Uno tiene que confesárselo a sí mismo, y a veces no es fácil.

Dígame si le estoy entendiendo bien: ¿usted lo que dice es que hay que poner el cristianismo a prueba?
Evidentemente. El cristianismo está siempre a prueba, no es que haya que ponerlo. Está siempre a prueba delante de la exigencia del corazón, como toda la realidad está siempre a prueba, como la propuesta política o como la propuesta que hace un profesor. A sus alumnos les podrá interesar o no. El cristianismo no se libra de esta prueba. Y no simplemente no se libra, sino que Cristo se ha despojado de todo precisamente para someterse a esa prueba. Lo fascinante del cristianismo es darse cuenta de hasta qué punto Dios, despojándose de su capacidad y de su poder, se ha hecho hombre para respetar la dignidad del hombre, su razón y su libertad. Para decir: "mira, comprueba, si viviendo conmigo, si estando en relación conmigo, tú ves algo que te interese para vivir, para hacer tu vida más grande, más plena, más dichosa: aquello que tú no eres capaz de conseguir con todos tus esfuerzos, lo puedes conseguir si me sigues". Por eso está siempre a prueba. Es verdad que existe una condición: que yo me implique en una relación, en un seguimiento, en un lugar donde yo pueda hacer esta verificación. Pero el cristianismo está siempre a prueba, como todo, porque el hombre no puede evitar hacer constantemente el parangón entre lo que encuentra en la vida y las exigencias de su corazón. Es inevitable: no pasamos un minuto con una persona sin hacernos una idea, nos provoca rechazo o simpatía. Nada que entra en el horizonte de lo humano está sin poner a prueba lo que tiene delante. Por lo tanto, esta prueba se transforma en un juicio que hacemos inmediatamente, el juicio es contemporáneo. También Cristo se sometió a esto, haciéndose hombre. Tanto es así que desde el primer momento se expuso Él mismo a esta comparación. Cuando los discípulos, los dos primeros que le encontraron, Juan y Andrés, le preguntaron: "¿dónde vives?", Jesús les responde: "venid y lo veréis". Es desarmante en su sencillez. ¿Por qué? Porque dice algo absolutamente único: el Dios Todopoderoso se deja en manos del juicio, del criterio, de los dos primeros que lo encuentran: "venid y lo veréis"; si hay algo que ver interesante para vuestra vida lo veréis, y si no, pues lo veréis también.

Alguno podría decir: usted se está refiriendo a cuando Jesús de Nazaret invitaba a ver determinadas cosas y se veían milagros, pero estos no son los tiempos de los milagros.
Esta experiencia sigue sucediendo hoy como el primer día: cuando uno encuentra personas que despiertan un interés, un atractivo tal delante, no pueden no hacer las cuentas. Le pongo dos ejemplos. Hace dos semanas se ha celebrado en El Cairo un encuentro que es el culmen de una cosa que comenzó hace unos años con un amigo mío que fue a estudiar árabe a El Cario y se encontró allí con un profesor. Podemos imaginarnos cómo eran: un cristiano que tiene todos los estereotipos del árabe musulmán y un musulmán que tiene todos los estereotipos del cristiano occidental. Pero sucede un imprevisto: se hacen amigos. Comenzaron un camino en el que se descubrieron mutuamente. El profesor musulmán le preguntó a mi amigo cristiano por qué vivía su humanidad del modo en el que la vivía. El cristiano invitó al profesor musulmán a Italia, allí conoció el Meeting de Rímini y, fascinado por el tipo de humanidad que vio, quiso hacer algo semejante en El Cairo. El profesor musulmán ha invitado a muchos jóvenes egipcios a participar en ese encuentro. Esos jóvenes se han sentido también fascinados por la belleza de la relación que veían. El martes volví de Moscú, donde he conocido personas que no tenían nada que ver con la fe. La han descubierto encontrándose con personas que les habían fascinado. Algunos estaban bautizados en la Iglesia ortodoxa y se han interesado por el cristianismo como nunca lo habían hecho por unos amigos que lo vivían con intensidad y plenitud. Esto no es una cosa del pasado, esto sigue sucediendo. Podría estar horas contando historias de personas de todas las tendencias ideológicas, de todas las edades y de todas las latitudes que participan en este fenómeno.

El Papa en su reciente visita a España ha invitado a un diálogo entre la laicidad y la fe. Muchos cristianos están muy enfadados porque los laicos no quieren dialogar. ¿Qué haría posible este diálogo?
El diálogo es, evidentemente, una cosa de dos. El problema no es que el otro no quiera dialogar sino qué pongo delante de él para que le interese y para poder abrir así una brecha en su decisión de no dialogar. Este es el desafío. Imagino que muchos de los que se encontraron a Jesús no estaban inicialmente dispuestos al diálogo.

¿Entonces el problema de los cristianos es este?
No sólo de los cristianos porque siempre entra en juego la libertad del otro, pero no puedo decir que sea sólo culpa de los otros. Me pregunto si cuando estoy delante del otro le estoy haciendo presente, contemporánea, la mirada de Cristo, la experiencia que Él introduce en la vida para que pueda interesarse por ella o rechazarla. Recuerdo siempre la frase del poeta Eliot con la que todos los cristianos de todos los tiempos nos tenemos que medir: "¿Es la Iglesia la que ha abandonado a la humanidad o es la humanidad la que ha abandonado a la Iglesia?". Cuando el Papa nos está llamando a la conversión nos está diciendo que para testimoniar a Cristo, para ser transparencia de Él -como ha dicho en su visita a España- tenemos que hacer un camino humano, interior y de fe. No sé si algún católico español puede sentirse excluido de la llamada del Papa. Al menos yo no.

Usted ha definido el cristianismo como una belleza que hiere. ¿Por qué?
Porque la belleza hiere. Puedes estar sufriendo una circunstancia adversa pero no dejas por ello de disfrutar con la belleza de unas montañas o con el gesto lleno de conmoción y de caridad de una persona que te hace un gran favor desinteresadamente. En esos casos te sientes tocado, herido. Es lo que le ha pasado a muchas personas delante de la Sagrada Familia de Gaudí.

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