5 de diciembre de 2010

Mil rollitos de culantro

Existen, en realidad, pocas cosas que pueda enseñar a alguien. De lo poquito que puedo transmitir que me parece tiene algún valor es sobre la mirada que echo sobre la realidad bajo la luz de mi amor por Dios, por su creación, por mis hermanos.

El otro día me encantó leer que el Santo Padre dijo: “quien ama a Dios es impulsado a convertirse, en cierto sentido, en un teólogo, uno que habla con Dios, que piensa sobre Dios y que intenta pensar con Dios”.

Sobre que amo a Dios no tengo dudas, pero ni de lejos me considero teólogo más sin embargo reconozco que hablo con Dios, pienso sobre Dios e intento pensar con Él de tal manera que las palabras del Santo Padre me animaron a continuar amándoLe.

Hablando sobre mirar la realidad ayer ésta se confabuló en contra mía, no en la magnitud en la que se confabuló para quienes necesitaron en España viajar por avión, pero si, todo ayer dió la impresión de estar en mi contra.

El viernes habíamos enviado a nuestro comprador nuestros primeros quinientos rollitos de culantro junto a las lechugas de cada semana y también ese día habíamos preparado mil rollitos adicionales que salieron temprano el sábado para sus bodegas y que, luego de casi siete horas de estar esperando que les recibieran, no les permitieron ingresar porque estaban mal empacados.

A la dos de la tarde estaban los mil rollitos de culantro de vuelta en casa y no fue sino hasta seis horas después que pudimos reenviarlos empacados correctamente solo para que al llegar nos dijeran que no podían recibirlos si no hasta el día siguiente; de tal manera que hoy van de vuelta los mil famosos rollitos de culantro viajeros.

De forma excepcional, durante la mañana había pasado cosechando un pequeño pedido de lechuga, fumigando los bancales y el invernadero así como limpiando el laboratorio, la planta de procesamiento y la bodega. Hube de atender también hasta el mediodía a treinta estudiantes que habían pedido cita para conocer y aprender de nuestro proyecto de hidroponía.

Este sábado, como dato adicional, era el aniversario de la muerte de mi madre y también el día en que habíamos planeado a salir a almorzar en familia para celebrar el cumpleaños de mi padre y el mío y no pude ir por verme obligada a quedarme re-empacando el culantro.

No fue si no hasta entrada la noche que conseguí almorzar como la gente luego, eso si, de un reconfortante baño caliente.

Buscando después de eso un momento de solaz me vine al ordenador y hallé a Bruno discutiendo sobre El buen gusto y la fe católica y unas horas después leí el artículo de Luis Fernando sobre Esperanza y conversión que echaron luz sobre lo que en principio iba llamar en esta entrada “un absurdo sábado”.

Echaron luz en este sentido:

Si mi amor a Dios no me alcanza para abrazar la realidad y descubrir en ella la Verdad y la Belleza en cada acontecimiento es porque en algún momento por hablar únicamente conmigo misma dejé de hablarLe, de pensar en El pero también de pensar con El.

Ahora bien, no es que haya dejado de amarLe pero haber colocado lo contrariada que estaba en el centro de toda mi atención constituyó un claro y flagrante obstáculo que me impuse en mi camino de conversión y que me impidió reconocer a Cristo.

No se, pero, se dan cuenta? A veces no hace falta ni siquiera un gravísimo pecado, a veces, tan solo rechazar la realidad tal y como se presenta lo constituimos –como a mis rollitos de culantro- en obstáculo para reconocer la Verdad y la Belleza.

Estoy segura que lo del producto mal empacado me podría volver a suceder más poseo capacidad para ir poco a poco corrigiendo las carencias del proceso, claro que si, tanto como estoy segura de que la Gracia me capacita para cada vez con menor frecuencia perder de vista el horizonte infinito de mi destino

Esto es lo que hace el Tiempo de Adviento conmigo, ésto y el dejarme impregnado en las manos y, cual mirada arrobada de Cristo, el aroma del culantro en el alma, ya ven?


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