1 de diciembre de 2010

Un peón "de a de veras"

Caray, saben qué? A veces es tan pero tan difícil hallar un buen motivo para escribir en el blog que resulta desalentador y no porque no existan sino porque no consigo verlos.

Me explico: Paso todo el día en el invernadero con las manos metidas en sustancias nutritivas para las plantas, entre baldes, arena, fibra de coco y arena; conversando y trabajando junto a gente adorablemente sencilla y trabajadorcísima que cuando llego a la web y leo una tras otra nada más que noticias espeluznantes, enseguida –como de un portazo- cierro la pantalla y regreso a lo que me rinde satisfacción y con lo que estoy en capacidad de lidiar.

Así pasan los días sin aparecerme por el blog, apenas si comento en los demás sitios y así también es como -sin quererlo- voy perdiendo interés en escribir y, lo que es peor, interés en prestar atención a la vida para descubrirle buenas razones para dar gracias.
Pues bien, a falta de haber estado atenta he hecho hoy -no un pequeño esfuerzo- para encontrar un buen motivo para una entrada y lo hallé, el mismo consiste en la dicha que me ha llegado en un joven trabajador que contraté el lunes pasado.

Para que comprendan el motivo de mi alegría les resumo en una palabra nuestra situación en cuanto a la contratación de personal de campo: desastrosa.

Hace como mes y medio creíamos que habíamos dado con los trabajadores ideales, una familia de inmigrantes muy eficientes, inteligentes y sin miedo al trabajo duro, pero no, no fue así. El padre resultó ser todo esto pero también un señor patológicamente controlador quien tan solo tenía una semana de estar trabajando y ya se estaba tomando atribuciones que no le correspondían, por ejemplo, disponía de su tiempo y del de sus hijos para irse a trabajar a otros lugares el día y hora en que se le ocurría. Fatal, sencillamente, un desastre.

Bien, tras este fiasco, me quedé –de nuevo- sin un buen peón, por lo que el lunes –desesperada- informé a mi hermano y gerente que colocaría un rótulo en el portón buscando trabajadores y cuál no fue mi sorpresa que a media mañana me llaman para decirme que me busca afuera un muchacho. Era Alexander.

Alexander tiene dos hijas, desde hace meses está sin trabajo estable por lo que su esposa con sus niñas tuvieron que irse a vivir con la abuelita materna mientras su padre lograba estabilizarse, pero la estabilidad no llegó y así es como han pasado meses y meses y la familia no se ha podido reunir.

Esta situación, por supuesto, le ha traído además de triste, desesperado. Tomó inmediatamente mi oferta (que fue buena a pesar de que yo todavía no conocía su situación) y al día siguiente llegó a las 6am tal y como prometió.

Tengo tan solo dos días de tenerlo a mi lado y no quepo de la alegría. Es magnífico trabajador. En varias ocasiones me ha dicho que todavía no se cree que haya conseguido trabajo fijo, que espera poder quedarse mucho tiempo y que está feliz porque por fin podrá comprarle algo a sus chiquitas.

Entre una cosa y otra, ayer me di cuenta de que no traía su merienda como acostumbran los peones. Fue cuando rajatabla le pregunté si tenía comida en la casa y me dijo que no. La cosa es que me he venido ocupando de que se alimente por lo menos de aquí al sábado que se le pague. Hoy, por cierto, que estamos de temporal y hace un frío de espanto, le he servido un plato abundante de sopa de pescado con verduras que me imagino le ha sentado muy bien.

A mí, la verdad me da mucha vergüenza venir a contar asuntos tan triviales a este sitio, pero es que al lado de tanta mala noticia me imagino que les alegrará que un joven padre de familia haya encontrado la oportunidad de trabajo estable que andaba con desesperación buscando.

Demos gracias a Dios que, aún a pesar de la crisis, algunos podemos ofrecer trabajo estable y bien pagado.

Alegrémonos por Alexander, por su esposa y sus hijas, pero también alégrense -aunque sea un poquitito- por mi; porque no es cuento, mis lechugas y yo merecemos -después de tantos meses de buscarlo- un peón “de a de veras".

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