Muchos coincidimos en que la infancia fue la mejor época de nuestras vidas.
Ya de viejos, no importan tanto las carencias afectivas o materiales que debimos superar, sino conservar intactos los recuerdos y recuperar todo aquello que hizo posible que dentro de la adversidad fuéramos felices.
Los que a cierta edad nos hayamos encontrado con la opción de mirar nuestra infancia con los mismos ojos que la mirábamos de niños le estamos agradecidos a Dios y a la vida.
Me parece muy difícil que alguien que llegue a mirar su vida con esos ojos sea una persona triste, amargada o malagradecida, sencillamente, no lo concibo; por tal motivo, desearía que todos pudieran o quisieran hacerlo porque es de gran provecho.
Yo, por ejemplo, de mirarme así he descubierto potencial que había olvidado tenía: capacidad de amar, voluntad, la paciencia que con el tiempo fui perdiendo, lo mismo que la tolerancia y facilidad para perdonar así como muchas otras cosas que me doy cuenta ahora puedo recuperar con ayuda de Dios y con voluntad.
Me ha salvado que con los años no he perdido capacidad de asombro y que todo, absolutamente todo, me resulta interesante y esto ha sido desde que -por aquel tiempo- me encontré con el Señor.
Y qué es encontrarse con El sino dar dentro de uno mismo con su persona y en El con todos nuestros más profundos anhelos de humanidad? Pues eso, justamente.
Porque, de cuándo acá, tendríamos que haber llegado a la vida conmovidos, insaciables, con esta sensación perenne de saberse incompleto para que todo eso no llegara a servirnos más que para entristecernos? Que no, que no tiene sentido. Tiene sentido, eso si, reconocer desde lo profundo de esa tristeza que todavía podemos mirar con esos ojos con los que nos percatamos que “por aquí anda Dios".
Pues eso, que de la infancia al mirarla con nuestros ojos de niño, podemos recuperar la pureza de todo a lo que hemos sido llamados, de todo aquello a lo que nuestra naturaleza tiende y a lo que nos impele la impronta divina.
De ahí que, quizá, me siguen endulzando el alma las canciones de mi infancia. Porque hasta eso, una canción, un viejo libro de poemas, un juguete olvidado, un dibujito, una estampa o vieja fotografía pueden devolvernos la memoria de nuestros días con lo que se nos entrega el don de recuperar esa mirada de niño hacia del don de la vida.
Pues eso, que fue una las canciones preferidas de mi infancia la que me trajo hasta aquí para recodarles que seguimos siendo esas personas con capacidad de mirarlo todo con interés pero también para mirarnos de ese modo.
Para que recordemos juntos que “por aquí anda Dios“