Un día de estos, muy enfadada, una persona que leyó mis comentarios
sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo me arrojaba por facebook la consabida
retahíla de las lindezas con las que nos califican, acusan y sentencian
de intolerantes a los católicos.
Yo, sinceramente, hasta ese momento no me daba por enterada qué hacía
para que se pusiera así pero el caso es que su desbordada reacción que
terminó afectando a terceros me ha hecho reflexionar sobre si,
verdaderamente, al exponer las razones de nuestra fe, defender a la
Iglesia o al Papa, se sabe que nos hemos encontrado con Cristo tal como
Zaqueo, Pedro o Juan.
En qué se podría saber en la calle, en una reunión social, en el
trabajo, en la familia que nuestro corazón ya no nos pertenece porque
pertenece a Otro?
Bien, según esa persona se sabe porque en todo lo que digo, aunque
nada más diga “pa” trato de imponerme. Claro, hemos de considerar que
ese “pa” para mi puede ser una cosa muy diferente a lo que interpreta
pero el caso es que tras el “pa” esa persona no consigue ver por quien
palpita mi corazón.
Sin embargo, déjenme decirles una cosa. Ayer que almorcé y pasé la
tarde con María José y Lorca en casa de la primera nuestra anfitriona
hizo algo que me lo dejó ver.
Qué hizo? A las tres de la tarde miró su reloj y nos preguntó: -
Chicas, ustedes rezan la Coronilla de la Misericordia? Por supuesto,
dijimos Lorca y yo. Entonces nos invitó a rezarlo en su consultorio que
resultó ser un lugar silencioso y acogedor.
Recordarme sentada en el centro de un gran sillón, con María José a
mi izquierda y Lorca a mi derecha, las tres rezando viendo por la
ventana, “idas “en lo que decíamos para mí fue glorioso.
Tras de eso les comenté a las chicas: -Caray, muchachas. Saben una
cosa? Esto que hicimos me recordó la primera vez que vi católicos
comportarse privada y públicamente como verdaderos católicos y fue
cuando conocí a Tati y a su esposo Damián, una tica y un australiano que
se casaron tras conocerse de voluntarios en Calcuta al servicio de los
más pobres.
Rezaban el rosario en público, iban a misa diaria, se persignaban
cuando pasaban frente a un templo, guardaban silencio ante los
imprevistos dramáticos sin hacer aspaviento, siendo personas adineradas
eran extremadamente generosos, rezaban antes de comer con sus hijas y lo
hacían en latín estando o no en lugares elegantes, vestían con
modestia, eran sencillos y estaban siempre alegres.
Quizá la humildad en ellos era lo más destacado junto a lo razonables
y alegres que se presentaban quizá aprendido en mucho al lado de los
pobres más pobres y del corazón de las Hermanas de la Caridad.
Ahora bien, me digo que yo a ellos no me parezco en nada o en muy
poco, en todo caso. De ellos a la legua se sabe que son católicos pero
de mi? No, no se sabe y no se sabe porque en principio ando siempre
ordenándoles la vida a todos y siempre, siempre en las discusiones debo
de tener la razón y decir la última palabra.
Claro, podría hacerme la tonta en esas discusiones y callarme pero el
problema es que en verdad la tengo. Ya ven? Este es mi gran defecto
pero además la razón por la que no consiguen tras el “pa” ver nada de mi
Amado.
Ayer, hablando de esta experiencia por facebook con Luis Xavier y un
contacto que utiliza el seudónimo de Alonso Gracián, les pedí ayuda para
comprender. Me ayudaron mucho con diversas recomendaciones y
referencias las que aunadas con la rezadita espontánea de María José me
ha dejado pensando un poco triste en lo poco y casi nada que por mis
defectos los demás se enteran de por Quien vibra mi corazón.
Aunque bien, yo ante mis defectos que tan poco puedo me queda el
consuelo de que para mejorar todavía me queda esperar el auxilio de la
Gracia.