31 de octubre de 2009

¿Acaso la santidad es algo que se pueda postergar?

- “Ay, mijita, es que si denunciáramos a todos los sacerdotes que no hacen bien las cosas muchísimas almas se quedarían sin el cuidado de su pastor”.

Con estas palabras me respondió un intachable sacerdote, muy amado y respetado por mi, dicho sea de paso, cuando le hablé de los abusos en la Liturgia en los que incurre un sacerdote conocido de ambos.

No tuve reparos en responderle: - "Padre, pues preferiría eso a que continúen faltando a su ministerio; eso preferiría, que nos quedáramos sin pastores a que continúen siendo escándalo y piedra de tropiezo para los fieles. Y claro, no incluí ahí: "piedra de tropiezo y escándalo para otros cristianos y muchísimos no creyentes".

No, si la cosa se quedara dentro de los límites de nuestra amada Iglesia quizá no sería tan grave, quizá hasta consideraríamos que es manejable el asunto, pero no, ya los trasciende, la gravedad del error está totalmente difundido.

Y es que, gratuito no es, que nuestro amado Pontífice ha declarado el presente año Año Sacerdotal.

Ahora bien, yo me pregunto: Continuaremos los fieles viviendo en comunidad como si no pasara nada? Seguiremos platicando de todo esto en las reuniones o en los pasillos pensando que es problema de otros el poner algún remedio?

Escuchen por favor, no, por supuesto que no, no estoy incitando a la rebelión, simplemente estoy cuestionando la vocación a la santidad [1] de los consagrados, pero principalmente nuestra de participación en la vida de la Iglesia [2].



Adónde se quedó nuestro sentido de pertenencia, o es que acaso ésta y en ella el servicio, se entiende como única y exclusivamente la catequesis, la caridad o la Liturgia? Acaso no compartimos una misma vocación como sacerdotes, profetas y reyes con los sacerdotes y estamos, en este sentido, compartiendo una misma suerte y que, si bien no compartimos el mismo grado de autoridad, si el de responsabilidad en el servicio?

Pues bien, hemos los laicos comprometidos dar un paso más allá abriendo nuestra mente a considerar esta exigencia de nuestra vocación y ponerla al servicio de nuestros sacerdotes y obispos, por la sencilla razón de que es parte de lo que implica el sacerdocio real de los fieles [3] que compartimos con los ministros ordenados.

En qué sentido? En el sentido de ponernos a su disposición no solo para orar por ellos y colaborar con ellos, sino también para acompañarles en su camino de santificación.

De qué manera? Pues me explico: el sacerdocio de Cristo, del cual están investido el clero mediante el Sacramento del Orden, no está ofreciendo en nuestro tiempo claro y firme testimonio de fidelidad y santidad. Ya no vemos tantos sacerdotes santos que nos permitan presentir a Cristo.

Y esto, no solo tenemos que empezar a llamarlo por su nombre: infidelidad; sino que debemos empezar por abrir las ventanas dentro del recinto de nuestra Iglesia para que entre la luz y denunciar.

Hemos de llamarles a fidelidad en procura de su santidad mediante la corrección fraterna, en primer instancia, y que debe estar imbuida de caridad además de un celo profundo por la salvación de su alma, y en caso de que no exista enmienda, hemos de proceder a exponer nuestra queja al Obispo, o dicho en otras palabras, denunciar [4].

Pero denunciar, exactamente, qué? Denunciaremos la pérdida de la ruta de la vocación a la santidad de nuestros pastores, denunciaremos la pérdida del sentido del Misterio de nuestros sacerdotes, denunciaremos su infidelidad al Obispo, al Papa y al Magisterio y la Sagrada Tradición, y denunciaremos sobre todo el pecado, en cualquier forma en que se presente..

Ante quién presentaremos la denuncia? Ante el Obispo diocesano [5] en primer lugar, y si fuera necesario, se presentará la denuncia ante la Congregación de la Santa Sede que corresponda, según sea el caso de abuso en la Sagrada Liturgia o de infidelidad al ministerio sacerdotal. La Congregación para el Culto Divino y de los Sacramentos así como la misma Comisión Ecclesia Dei, reciben este tipo de quejas.

Pero no podemos, simplemente, no meternos en problemas y esperar a que todo se arregle, confiar en Dios y esperar? Si, claro que podemos, de hecho lo hacemos, porque nadie ha pretendido que todo esto cambie de la noche a la mañana y mucho menos contando únicamente con nuestro limitado esfuerzo para cambiar lo que años de deformación han provocado, claro que confiamos en la guía del Espíritu, oramos y esperamos, de eso no se tenga la menor duda; pero lo que no podemos ni debemos hacer es seguir disimulando y actuando como que no pasa nada, como que todo está bien, porque no lo está.

Pero es que es tan grave la cosa? Pues si, lo es. Sabemos que lo es no solo por lo que sale a la opinión pública, sino y sobre todo, por lo que unos y otros católicos alrededor del mundo probamos y comprobamos cada día desde nuestro compromiso apostólico. O es que acaso no todos conocemos de sacerdotes con novias, mujer e hijos, o de sacerdotes homosexuales o de sacerdotes protestantizados o de sacerdotes que se apropian de la Liturgia, o de sacerdotes que transforman el púlpito en tarima política… La lista es abundante, es que acaso no lo vemos o no lo sabemos?

Admitámoslo, todos, absolutamente todos, sabemos y vivimos en carne propia las consecuencias del pecado en el que incurre el clero en estos y otros casos, lo comprobamos en los católicos que terminan haciéndose protestantes o yéndose a otras parroquias donde no se sienten escandalizados; lo verificamos en otros católicos que simplemente dejan de serlo tornándose incrédulos y quien quita y si no, hasta descreídos; lo comprobamos en que nosotros mismos nos hayamos, muchas veces, sin modelos en quienes fijar la mira y presentir a Cristo.

No pidamos pruebas de la evidencia que tenemos ante nosotros, quitémonos la venda del escrúpulo y del temor, revistámonos de “la armadura de la fe” y arrebatemos de la mano de la infidelidad a su vocación a nuestros sacerdotes.

Para finalizar, por eso lo he dicho y lo repito, hemos de redescubrir nuestra propia vocación a la santidad y despertar nuestra conciencia de pertenencia a la Iglesia, hemos de disponernos a acompañar a nuestros sacerdotes y obispos en su camino de santificación, mediante la oración pero también mediante la denuncia, todo dentro de los límites en que nos movemos y que nos caracterizan a los católicos: los límites que nos establece la caridad, la prudencia y la justicia.

Porque, señoras y señores, si a mi un sacerdote, por más respeto y admiración que le tenga, me vuelve a responder: - “Ay, mijita, es que si denunciáramos a todos los sacerdotes que no hacen bien las cosas muchísimas almas se quedarían sin el cuidado de su pastor”. Me va a oír, palabra que me va a oír.

Hemos de llamarles a fidelidad y santidad ¡ya!

(¿¡Cuándo antes se había visto que el llamado a la santidad se conociera como algo que se podía postergar¡?)

***

Oración:
Dios, Padre eterno, que nos has llamado en Cristo, desde la creación del mundo a la santidad. Que en el día en que la Iglesia de Cristo celebra a Todos los Santos, sean ellos con María Santísima, quienes intercedan por todos nosotros, especialmente por tus consagrados, para que siempre estemos dispuestos a dar presta respuesta a Tu llamado. Amén.

***
Y se que sea ¡a Dios toda la Gloria!
(y sirva para nuestra santificación)
_________________________________

[1] Esta santidad de la Iglesia se manifiesta incesantemente y se debe manifestar en los frutos de gracia que el Espíritu Santo produce en los fieles; se expresa de múltiples modos en todos aquellos que, con edificación de los demás, se acercan en su propio estado de vida a la cumbre de la caridad; pero aparece de modo particular en la práctica de los que comúnmente llamamos consejos evangélicos. Esta práctica de los consejos, que por impulso del Espíritu Santo algunos cristianos abrazan, tanto en forma privada como en una condición o estado admitido por la Iglesia, da en el mundo, y conviene que lo dé, un espléndido testimonio y ejemplo de esa santidad. Lumen Gentium, n. 39
[2] De esta manera cada uno, en su unicidad e irrepetibilidad, con su ser y con su obrar, se pone al servicio del crecimiento de la comunión eclesial; así como, por otra parte, recibe personalmente y hace suya la riqueza común de toda la Iglesia. Ésta es la «Comunión de los Santos» que profesamos en el Credo; el bien de todos se convierte en el bien de cada uno, y el bien de cada uno se convierte en el bien de todos. «En la Santa Iglesia —escribe San Gregorio Magno— cada uno sostiene a los demás y los demás le sostienen a él» Christifideles laici, n. 28
[3] El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico se ordena el uno para el otro, aunque cada cual participa de forma peculiar del sacerdocio de Cristo. Su diferencia es esencial no solo gradual. Porque el sacerdocio ministerial, en virtud de la sagrada potestad que posee, modela y dirige al pueblo sacerdotal, efectúa el sacrificio eucarístico ofreciéndolo a Dios en nombre de todo el pueblo: los fieles, en cambio, en virtud del sacerdocio real, participan en la oblación de la eucaristía, en la oración y acción de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la abnegación y caridad operante. Lumen Gentium, n.10
[4]  De forma muy especial, todos procuren, según sus medios, que el santísimo sacramento de la Eucaristía sea defendido de toda irreverencia y deformación, y todos los abusos sean completamente corregidos. Esto, por lo tanto, es una tarea gravísima para todos y cada uno, y, excluida toda acepción de personas, todos están obligados a cumplir esta labor.Redemptionis sacramentum n.183
[5] Cualquier católico, sea sacerdote, sea diácono, sea fiel laico, tiene derecho a exponer una queja por un abuso litúrgico, ante el Obispo diocesano o el Ordinario competente que se le equipara en derecho, o ante la Sede Apostólica, en virtud del primado del Romano Pontífice. Conviene, sin embargo, que, en cuanto sea posible, la reclamación o queja sea expuesta primero al Obispo diocesano. Pero esto se haga siempre con veracidad y caridad. Redemptionis sacramentum n.184

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