21 de octubre de 2009

Heridas que van sanando...

Uno se pone a considerar la herida tan profunda en la unidad de la Iglesia que significó la separación de Lutero, Zwinglio y Calvino, una herida que ha derivado en asoladores males para el Cuerpo de Cristo, pero considera por otro lado, que sin esas heridas, no tendríamos hoy la oportunidad de verlas sanar de forma tan admirable.
Acoger en el hogar a los hermanos que estaban lejos le hace a uno pensar en la alegría del padre en la parábola del hijo pródigo, y no porque nuestros hermanos anglicanos sean hijos pródigos, sino porque -simple y llanamente- estabámos privados de la alegría de su compañía y porque quizá ellos también nos extrañaban.
El Primado de la Traditional Anglican Communion (TAC), el Arzobispo John Hepwort, del grupo anglicano más significativo que había solicitado desde hace dos años integrarse a la comunión plena con la Iglesia, lo expresa mejor que yo: "Quiero primero declarar que éste es un acto de gran bondad de parte del Santo Padre. Él ha dedicado su pontificado a la causa de la unidad. Esto hace más que corresponder a los sueños que nos atrevimos a incluir en nuestra petición hace dos años. Esto hace más que corresponder a nuestras oraciones. En estos dos años, nos hemos hecho muy conscientes de las oraciones de nuestros amigos en la Iglesia Católica. Quizá sus oraciones se atrevieron a pedir más que las nuestras". "Quizá sus oraciones se atrevieron a pedir más que las nuestras..."
Es muy posible, Su Excelencia Reverendísima, que así haya sido, porque, si yo me he llegado a sentir como mutilada por nuestras divisiones, cómo no habránse sentido aquellos quienes desde sus puestos en el Vaticano oran y laboran cada día por la unidad de los cristianos?
Ellos saben muchísimo mejor que yo de estas heridas y las dificultades para sanarlas, por supuesto que si, de tal manera que si esta sencilla y solitaria católica se siente jubilosa por gozar nuevamente de su compañía, cómo no habrán de sentirse ellos y con ellos todo el Cuerpo de la Iglesia pero sobre todo nuestra Cabeza, el mismo Cristo?
¡Te Deum laudamus! por la hora en que han emprendido el retorno a casa y bendita la hora en que las autoridades vinculadas con su retorno se han dispuesto a acogerlos.
Las heridas van sanando y digo yo, que si no fuera porque en nuestro amado Pontífice, nosotros y ustedes ahora, reconocen la autoridad de Pedro y en él la acción de la guía del Espíritu, que si no fuera porque nos une una misma fe y un mismo Espíritu, no tendríamos oportunidad de verlas sanar ante nuestros propios ojos, tal cual las debe de haber sanado Cristo con sus propias manos ante la mirada de todos.
Y pues bien, para finalizar, decir que me alegro particularmente porque con su llegada no solo llega sangre nueva a la Iglesia, sino que con esta sangre que se ha mantenido fiel a ancestrales tradiciones, se nos inyecta -en este momento en que tanto lo necesitamos- amor en la práctica de ellas, especialmente, en lo referente a la Sagrada Liturgia.
Por eso, no me cansaré de regocijarme y unirme al coro de los ángeles y los santos que junto a la Iglesia terrenal alaban y cantan: ¡Te Deum laudamus!
Te Deum laudámus: te Dóminum confitémur. Te ætérnum Patrem, omnis terra venerátur.
Tibi omnes ángeli, tibi cæli, et univérsæ potestátes.
Tibi chérubim et séraphim incessábili voce proclámant:
Sanctus, Sanctus, Sanctus Dóminus Deus Sábaoth.
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