24 de octubre de 2009

Hijo (a), ¿qué pides para ti?

Heredé de mi madre varios libros de Thomas Merton, entre ellos el titulado Vida y Santidad fue de los que mayores riquezas aportaron a mi espiritualidad.

Tengo la impresión de que, recientemente, Merton se ha tornado para algunos "creyentes" en una moda y que sus libros son utilizados por quienes oscilan entre las religiones o creencias orientales y el cristianismo, pero bien, cuando conocí a Merton -que fue hace más de treinta años- ni había Nueva Era, ni el budismo era atractivo para nadie, ni soñábamos con los encantadores sincretismos que se ven ahora, así que para mi Merton, firmemente arraigado en la doctrina católica como lo estaba en el período en que escribió el libro, fue un apoyo fenomenal para mi madurez y crecimiento espiritual.

Y por qué resultó así? Porque siempre he pensado que un alto porcentaje del llamado a la trascendencia -si es que pudiera tratarse porcentualmente- es el llamado a la santidad y Merton me ayudó a "aterrizar" este concepto.

Para explicarme recojo de la conclusión de este libro el siguiente fragmento:

"El cristiano perfecto, por lo tanto, no es el que es necesariamente impecable y situado más allá de toda flaqueza moral, sino el que, porque sus ojos están iluminados para conocer las dimensiones totales de la misericordia de Cristo, ya no está atormentado por los dolores y fragilidades de la vida terrena. Su confianza en Dios es perfecta, porque ahora sabe, por así decir, por experiencia, que Dios no puede dejar de asistirle (y, con todo, este conocimiento es simplemente una nueva dimensión de la fe leal). Corresponde a la misericordia de Dios con confianza perfecta.

Para dichos hombres, verdaderos enamorados de Dios, todas las cosas, parezcan buenas o malas, son en realidad buenas. Todas las cosas manifiestan la misericordia amorosa de Dios. Todas los acontecimientos les sirven para unirse más estrechamente con Dios. Para dichos hombres, ya no existen los obstáculos. He aquí el significado de la “perfección espiritual” y la consiguen no los que tienen fuerza sobrehumana, sino aquellos que, aun débiles y defectuosos en sí mismos, confían perfectamente en el amor de Dios.

"...sus ojos están iluminados
para conocer las dimensiones totales
de la misericordia de Cristo..."
Y de dónde procede esta "iluminación"? De la experiencia de haber sido "misericordiado", del que Cristo ha puesto su corazón en el nuestro, en el de cada uno, en el tuyo y en el mío.

"Corresponde a la misericordia de Dios
con confianza perfecta".
La única posible respuesta a este acto de misericordia de Cristo es la confianza perfecta.

Y con confianza perfecta, esa que tanto pedí a lo largo de mi vida, se que Dios no puede dejar de asistirme en lo que respecta a mis "dolores y fragilidades". No deja de asistirnos a nivel individual y tampoco deja de hacerlo a nivel colectivo, como Iglesia, Cuerpo Místico de su Hijo Amado.

De tal manera que, todos aquellos que dudan o se sienten inseguros dentro de la Iglesia, es que dudan y se sienten inseguros de la misericordia de Dios, es un asunto meramente de perdón, de reconciliación con uno mismo y con Dios que de rebote afecta la reconciliación con los semejantes, favoreciéndola, por supuesto.

Para mi, que tiendo a simplificar extremadamente todo, el mayor problema del ser humano, desde el relato del Génesis hasta el día de hoy, se reduce a la dificultad que tiene el hombre para confiar, confiar de manera perfecta.

Confianza en los hijos, confianza en los padres, confianza en el jefe, confianza en los subalternos, confianza en el vecino, en los hermanos, en el transeúnte, en el conductor del autobús, en el cajero del banco, en el poder legislativo y judicial... confianza plena en el ser humano, confianza que deriva de la confianza en Dios.

Y no es esta la confianza que se tiene meramente en la eficiencia o responsabilidad con que nuestros semejantes cumplen con sus deberes de acuerdo a su conciencia y su cariño hacia lo que hacen o hacia nosotros, no, esta confianza es la confianza -la misma, porque procede de El- que Dios ha depositado en nosotros por el simple hecho de que "Dios todo lo hizo bueno", dotado de sus cualidades y por tanto, perfectibles.

Y es extraño, lo admito, es extraño que de esta confianza surja una tal seguridad y certeza que le permite a uno ubicarse ante si mismo, ante los semejantes y ante Dios de tal manera que, no solo nuestra humanidad se ve regalada, sino que la humanidad entera -tal cual es- con sus "dolores y fragilidades" es el objeto de nuestro amor, tal cual lo es de Dios.

Así es como, no solo empezamos a ser más humanos, sino también más semejantes a Dios en su Hijo amado, más semejantes a Cristo, más santos.

Y bien, para finalizar y para que pruebes un poco de Su misericordia y conozcas un poco más sobre tu humanidad, puedes considerar, o no, que esta reflexión podría, perfectamente, ser un susurro cariñoso a tu alma que llega a ti desde el Padre que te pregunta seguidamente…

Hijo (a), ¿qué pides para ti?



(A ver, déjame advinar. ¿Me pedirás confianza?)

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