12 de enero de 2011

Fe y salud pública

Me he limitado hasta el momento a observar las quejas de los fumadores españoles surgidas de la entrada en vigencia de la nueva ley y lo he hecho porque no sería la primera vez que me meto a opinar sobre un asunto español del cual desconozco los pormenores y salgo trasquilada; pero bien, llegó el momento de atreverme a decir algo y no más por un par de cosas que llamaron mi atención:

Una, es haber leído a una señora española que dijo fumar en el auto con sus hijos presentes.

Otra, es el moralismo de los detractores del tabaco.

Para que comprendan por qué capturaron mi atención estos dos temas debo primero darles a conocer que en mi país desde hace muchísimos años entró en vigencia una ley para restringir las áreas de fumado. Al principio la ley prohibía fumar fuera de áreas delimitadas, ahora ya no se puede fumar incluso en sitios públicos como serían jardincitos o las entradas a los edificios.

Soy fumadora y la ley me pareció espléndida ya que reconozco el daño que provoca el humo del tabaco como lo apestoso que resulta cuando no quieres fumar o no fumas, aparte de lo desagradable que es acercarse a saludar a alguien de beso (en nuestro país todos nos besamos para saludarnos) y constatar medio metro antes de acercártele que es un fumador o fumadora. En fin, que la ley para mi fue un acierto.

Claro, más valía entonces no atreverse a chistar porque en ese caso los detractores del tabaco estaban listos para saltar como guerreros envalentonados por su victoria sobre cualquier alegato que hubieras osado exponer.

(Ja! Uno piensa para sus adentros: ojalá se tomaran así de serio algunos otros asuntos! En fin…)

Como fumadora y ante esos asaltos despiadados de moralismo, para mí toma cuerpo un hecho singular: ¿a qué se debe que el ser humano exprese tanta necesidad de censurar?. Porque está visto, quienes reniegan del tabaco fueron fumadores o son ecologistas y por lo regular son ateos o cristianos. Exfumadores o ecologistas, creyentes o no, pueden ser tan fanáticos moralistas como el que más y ya sabemos que el moralismo usurpa el lugar de Dios en todos los casos resultando ese dios, ser uno bastante agresivo y beligerante, un dios al que hay que andarle de larguito y tenerle cuidado.

El otro asunto que deseaba comentar es el de la señora que fuma dentro y fuera del auto con sus hijos presentes, ella se preguntaba si también las autoridades irían a verificar que no lo hiciera.

Pues bien, como no censuro (o al menos lo intento), nada más le recomendaría a esta señora que se informe con los expertos sobre las consecuencias para la salud de sus hijos que derivan del hecho de convivir con una madre fumadora.

Concluyendo, ante esta invasión del Estado sobre nuestras conciencias algunos católicos fumadores dijeron en mi país y podrían estar tentados a decir en España: “Tenemos derecho a replicar porque, total, todo este asunto es una cuestión de salud pública y no de fe”; sin embargo les pregunté a ellos y les pregunto a ustedes: será que como no es “cuestión de fe” su conciencia les dice que la salud pública no está implicada?

¡Claro que lo está! Es una cuestión de fe, de cómo nos situamos ante Dios y nuestros semejantes y que tiene consecuencias en la salud pública, o no?

(Vaya, que por más que lo intento, cuánto se me dificulta no censurar, ¡vaya que si!; pero, que conste, soy fumadora y si lo hago es sobre todo por amor a sus vidas y a la de sus hijos).

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