22 de enero de 2011

Un sábado de verano que valió por dos

Les decía que por un rato voy a comentar sobre temas sin importancia y, porque lo prometido es deuda, por eso me ven hoy aquí.

Para empezar, pueden creerme que a las 8pm de la noche del viernes caí en la cuenta que esperaba invitados para almorzar el sábado? No me lo creen? Pues créanmelo.

No sucedió como antes cuando me preocupa más por cumplir con mis ideas preconcebidas sobre lo que es ser un buen anfitrión y consistía en que me ponía histérica si no podía cumplir con mis propios estándares. Esta vez no fue así, no me sofoqué; me acosté tranquila el viernes y desperté tranquila el sábado. Salté temprano de la cama y me puse a trabajar por lo que, para cuando llegó el mediodía, tenía la casa preparada y la comida lista. Fue maravilloso porque de verdad lo disfruté.

Claro, hubo un momento en que me ataranté ya que cuando estaba en medio de marinar los vegetales y preparar el desayuno de mi padre pasó de todo: me buscó la madre de mis ahijados en la puerta, vino uno de los peones a cobrar su salario, me llamaron por teléfono, me buscó mi padre para algo, el perro no se qué y otra cosa no se cuánto. La cosa es que tuve, antes de meter la pata, serenarme y reemprender la tarea y al final todo salió bien. La comida quedó riquísima, llegaron mis invitados y tanto ellos como yo terminamos de comer muy contentos. Partieron tres horas después ya que uno de ellos salía para El Salvador y debía tomar su vuelo.

Tres cosas, aparte de la carrera en la que me puso mi olvido de esta cita, me quedarán en la memoria de este día:

Una es lo bien que la pasé con mis amigos de Escuela de Comunidad en este almuerzo y con Charlie Fernández el responsable regional (creo que así se le dice a su función).

Otra es que pude conseguir por medio de facebook a una persona que me ayudará a denunciar ante el Ministerio de Trabajo a un patrón que no le pagó esta semana el salario a uno de sus trabajadores porque éste estuvo internado en el hospital. El enfermo resulta ser un peón de lechería que tiene cáncer y del cual dos de sus hijos son mis ahijados y cuya esposa fue quien me interrumpió la marinada de los vegetales para informarme que no tenían nada para comer. Qué bueno que lo hizo porque le he dicho que cuando eso suceda me venga a buscar para ayudarle.

La última cosa que recordaré será a mi padre al final del día diciéndome: - “Esta casa está muy fea y desordenada”. Pues claro que lo está, está fea y desordenada porque en cada habitación que utiliza (que ya son varias y recientemente tomó el ante-comedor para utilizarla como sala de trabajo), va acumulando periódicos, sus escritos, libros, máquinas de escribir, cajas (guarda cajas, jeje), medicamentos, cobijitas con las que se cubre cuando tiene frío, mesitas, servilletas (le encantan las servilletas y las va dejando por todas partes), bastones, cables, sillas… Y lo grave del asunto es que no se pueden ordenar estos sitios porque no le gusta que le toquen las cosas. En qué quedamos, eh?

En fin, que a mi anciano padre lo recordaré también por lo que me ha hecho reír este día.

Cuando nos sobrecoge el esplendor de un amanecer o la belleza del sol al apagarse damos gracias a Dios por ese regalo pero nunca o rara vez caemos en la cuenta que cada acontecimiento posee, quizá oculta, si, pero no otra sino la misma sobrecogedora belleza.

Este, con todo lo que trajo a mi vida, fue un sábado de verano que valió por dos. Dos sábados de verano en uno, cómo no voy a estar agradecida?

Nota: la fotografía es mía, la tomé durante un amanecer el año pasado.

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