20 de enero de 2011

Sencillez, amistad y obediencia

Desde niña, cuando establecía amistad con otros niños y, eso ha sido así hasta el día de hoy, lo hacía porque aquellos pequeños o porque los adultos de ahora con sus vidas hacen brotar desde mi interior preguntas que necesitan respuesta.

He sido, realmente de pocos amigos, incluso –durante como una década- conté con únicamente dos, la verdad pocos juzgaba yo pero también quienes me acusaban de ser poco sociable.

No crean, estas acusaciones me hicieron llegar a pensar que quienes me criticaban tenían razón; claro, más tarde reconocí que estaban equivocados.

Y me di cuenta de sus desacertadas críticas porque tras larga indagación dentro de mi misma reconocí el patrón que he venido utilizando desde niña para hacer amistad, patrón que ha rendido frutos de calidad por lo que debí concluir que no puede ser el patrón equivocado.

Es que no es posible que un alma joven o la vieja que tengo ahora se haya equivocado al haber tomado como criterio para hacer amigos la pasión con la que ellos se toman la vida, así como el amor y la esperanza con las que la alimentan. Pasión, amor y esperanza que -indefectiblemente- me suscitan preguntas.

¿Qué clase de preguntas?, se preguntaran. Pues preguntas sencillas, como por ejemplo: ¿Cómo haces para ser tan creativa? o ¿Cómo haces para reírte siempre de ti mismo? o quizá ¿Cómo has conseguido ser tan paciente?. Preguntas que han sido respondidas por mis amigos no con palabras sino con sus vidas las cuales por supuesto obtuve observándoles vivir.

Pues bien, este es el patrón que utilizo desde niña para satisfacer mi necesidad de amistad y al cual me he mantenido fiel ya que ha sido no únicamente el que he venido utilizando y ha rendido frutos sino el que utilicé mucho tiempo atrás para recuperar, cuando perdí casi irremediablemente, la amistad con Jesús. En ese entonces, ya cansada de sufrir, me le acerqué y le pregunté: - ¿Me podrías mostrar cómo haces para haber sufrido y seguir amando? 

Pues bien, dentro de este patrón observo tres momentos:

El momento de la sencillez, que sería aquél momento en que, como cuando era niña y otro niño me llamaba la atención por su forma de jugar o de relacionarse con otros, su conducta provocaba de inmediato dentro de mi la pregunta: ¿Me mostrarías cómo lo haces?

El momento de la amistad, que sería el momento en que ese niño reconocía mi avidez, identificándose con ella por lo que, con toda sencillez, tomaba la decisión de corresponderme.

El momento de la obediencia, que sería el momento en que aquello en lo que nos identificábamos se transforma en seguimiento recíproco que al final de cuentas podría describirse como obediencia.

Porque, no se si lo han notado: la amistad, la verdadera amistad, entre dos almas jóvenes o viejas como las nuestras, reúnen estos tres momentos: sencillez, amistad y obediencia, en ese orden.

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