13 de enero de 2011

¡Lo he resuelto!

¡Lo he resuelto! O, al menos, empezado a hacerlo.

De qué se trata? Se trata de que tengo varios meses, pero con mayor intensidad durante el último mes, de estar teniendo problemas para conciliar el hecho de que mi padre esté viejo y chochea con la forma en que estoy llevando mi vida en este momento.

Muchas veces nos sucede, si no con un padre o una madre, con un jefe, un compañero de trabajo, un hermano o un vecino. No conseguimos que “cuadre” lo que son con lo tenemos expectativas de ser a su lado, lo cual nos lleva a resistirnos y deriva en grandes conflictos internos.

Cuando una situación de este tipo no se resuelve por largo tiempo, quien la vive, tiende a volverse amargado y sin haber comprendido por qué. Pueden pasar años antes de que la persona se determine a observar lo que sucede con ella en relación a la situación que la agobia. Y esto por qué?

Bien, porque –como ha dicho Alex Carrel en Reflexiones sobre el comportamiento de la vida: “Con la agotadora comodidad de la vida moderna… ha desaparecido el esfuerzo creativo de la personalidad… Poca observación y mucho razonamiento que llevan al error. Mucha observación y poco razonamiento llevan a la verdad”.

Es necesario aclarar en este punto que el término “razonamiento” se debe entender como “la dialéctica en función de una ideología” para que consigamos sacar provecho de la cita.

Pues bien, Carrel continua explicando que “nuestra época es una época ideológica, en la que, en lugar de aprender de la realidad con todos sus datos, construyendo sobre ella, se intenta manipular la realidad ajustándola a la coherencia de un esquema prefabricado por la inteligencia: “y, así, el triunfo de las ideologías consagra la ruina de la civilización”. [1]

Ahora detengámonos, porque he de señalar lo determinante para resolver este asunto de falta de “cuadratura” entre el hecho de la ancianidad de mi padre y mi vida, que por ser un ejemplo real puede servir a más de uno para indagar en su existencia cuántos de estas situaciones son manejadas por nuestras “ideologías prefabricadas”.

Por “ideología prefabricada” me refiero a la idea que tengo de lo que tendría que ser la ancianidad de mi padre y de lo que tendría que ser mi vida a su lado. Esta idea prefabricada es lo determinante a detectar.

Mi padre con su ancianidad no es un dato en una ecuación, tampoco lo es mi vida. Su vida es su persona y su persona se me impone como un hecho el cual he de conocer. Su vida es la realidad formulándome la pregunta: ¿Qué sentido tiene? Pregunta a la cual, si no ofrezco una respuesta cristiana, nos conduciría a ambos rápidamente a la ruina definitiva: terminaría considerando pagarle un ancianato, o consiguiéndole un enfermero para que me releve de mi responsabilidad o, como ya sucede en otros lugares del mundo: le ofrecería la opción de inyectarse una sustancia letal. ¡El horror!

La cosa es que para conocer verdaderamente el sentido de los hechos que la realidad me presenta debo remitirme al objeto (sujeto: mi padre, en este caso) para que me sugiera el método para convivir con él y no morir en el intento.

Al hacerlo, sucede algo curioso, el sujeto me devuelve la pelota para que realice una exhaustiva y profunda reflexión sobre mi misma. Y es lógico, porque a cuál tonto de capirote se le habría ocurrido preguntarle a mi padre cómo debería ser mi conducta ante su ancianidad?

Pues, es lo que digo, la respuesta la he tenido desde el principio, únicamente yo.

¡Lo he resuelto! O, al menos, empezado a hacerlo.

Ahora comprendo a qué se refería Carrel con “mucha observación y poco razonamiento llevan a la verdad”.

Gracias, Carrel.

Notas
[1] L. Giussani en El sentido religioso, Capítulo Primero.

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