3 de enero de 2011

“Pues, para mi está claro: tu vida no corre peligro”

Mi padre es un hombre saludable de 84 años quien después de tres torpes caídas (en una de las cuales se quebró dos costillas) se ha venido deteriorando física y emocionalmente al punto que ha caído en depresión. No me detendré en los pormenores nada más diré que sus males son una combinación de incómodas tonterías fáciles de solucionar.

- “Qué piensa usted del resultado de la consulta con el médico?”, me preguntó mientras lo traía de regreso a casa.

- “Pues, para mi está claro: tu vida no corre peligro”

Papá es un hombre de letras por lo que me valdré de su situación para platicar con ustedes sobre lo que me ha llamado la atención de su caso.

Todos, sea lo que sea que hacemos, buscamos a través de ello nuestra realización. En lo profundo y como su fundamento se encuentra nuestro deseo de Dios.

Papá, con su trabajo profesional a la búsqueda de Dios ha dedicado la vida; ser consciente de ello y de los beneficios que ha recibido tendría que bastarle para reconocer en la Presencia de quien existe y conseguir vivir su ancianidad en paz pero… no está siendo así.

Y qué es lo que ha pasado? Ha pasado que ha tomado sus sentimientos como motor último de su actuar: su miedo a estar enfermo, el miedo a hacerse viejo, su miedo a perder la vida.

-“Así que, pon atención, abuelo. Pon atención a tu corazón, es decir, a tu razón revestida de tus más profundos anhelos. Trata de recordarlo, cuáles han sido tus anhelos desde niño? Belleza, Bondad y Verdad? Pues ellos, ellos -precisamente- constituyen “la fuerza del origen”; fuerza de la cual, por ejemplo, surgieron el amor, el entusiasmo y la vitalidad que invertiste en las largas horas de creatividad (de las cuales fui testigo) donadas a tus radio-escuchas. Es la misma fuerza que te llevó a ganar de la RTVE el premio sobre la Vida y Obra de Gustavo Adolfo Bécquer. Un latinoamericano, tú, un sencillo y simple productor de radio costarricense le ganó al mejor guionista de la radio española! Papá, reconócelo, esa fuerza ya no existe o te la guardaste, sin darte cuenta, en la bolsa del pantalón”.

- “Pero, y qué o quién da o es fundamento de esa fuerza?”

- “Cristo. ¿Quién más?. Lo decisivo aquí, papá, es que te re-encuentres con Él”.

(Si este diálogo fuera real, en este momento, sabría exactamente qué cara pondría)

“Bien, pero ya no te entretengo, solo permíteme añadir que el mal de todos tus males no son tus chuequeces y que, aunque fueras joven, ni siquiera serían todas tus debilidades juntas; el mal de todos tus males es haberles entregado tu libertad, porque habrás de saberlo: “la libertad quiere decir, además de conciencia de nuestro límite, ímpetu creador. Puesto que es relación con el Infinito, toma de Él esta inagotable voluntad de crear. Esto lo ha perdido solamente quien es ya tan viejo que está muerto” [1] y tu, papá, estarás viejo pero no estás muerto y ni siquiera tu vida corre peligro".

Y, pongámonos serios queridos lectores, preguntémonos: la vida de quién –verdaderamente- corre peligro cuando ella tiene como origen y meta a Cristo, eh? La de ninguno, no es cierto?

[1] Una responsabilidad que crece con la fuerza del origen. Apuntes de la intervención de Julián Carrón en la Asamblea General de la Compañía de las Obras (Milán, 21 de noviembre de 2010)

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