“Nuestros sufrimientos son caricias bondadosas de Dios, llamándonos para que nos volvamos a Él, y para hacernos reconocer que no somos nosotros los que controlamos nuestras vidas, sino que es Dios quien tiene el control, y podemos confiar plenamente en Él”
Madre Teresa de Calcuta
Muy duro. Insoportablemente duro me resulta faltar a misa porque, aunque planifique que alguno me ayude el fin de semana cuidando de mi padre, a veces termina no habiendo quien lo haga. Me resulta tan duro que siento que reviento de rabia.
Esto lo menciono para que comprendan por qué salí de casa el domingo pasado hecha un miura ya que, estando a punto de salir, se presentó algo que prometía que tampoco ese día podría asistir. Finalmente, arreglé la situación como mejor pude, me subí al carro y me fui, pero iba hecha una furia.
En el carro, como dije en otro post, caí en la cuenta de que iba temprano, que necesitaba confesarme y que estarían ofreciendo el Sacramento en el templo al que me dirigía.
El Señor permitió tal hilo de acontecimientos para llevarme al confesionario hecha una miseria, profundamente arrepentida y humillada. A tal punto debo de haberlo estado que el sacerdote, un cura franciscano español de unos 90 años, me consoló profusa y delicadamente.
Asumo que por esa combinación de hechos y de emociones fue que la misa la viví con mucha intensidad.
Para cuando estábamos en la Plegaria Eucarística presté especial atención cuando escuché -como quien escucha de lejos decir su nombre- aquella parte en la que el sacerdote clama al Padre nos acepte como ofrenda.
“Ofrenda, ofrenda. Eres ofrenda” Fue lo que quedó en mi mente hasta que llegó la consagración. En este momento, mientras que muy consciente estaba de que el sacerdote in “persona christi” decía las palabras que dijera el Señor aquella noche: “Tomad y comed esto es mi Cuerpo” mentalmente lo rezada pero no ya desde mí puesto en la banca sino desde el puesto del Señor en el altar.
Para la doxología culminé aquella donación: “Por Cristo, con El y en El. A Ti, Dios Padre Omnipotente, todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos. Amén”.
Fue una experiencia fortísima. Yo no sé realmente lo que allí sucedió pero, escucharme haciendo mías las palabras del Señor, fue de un impacto tremendo en mi persona.
Eso fue el domingo. El jueves por la tarde entré al facebook y hallé esta fotografía. Observen.
Podría verse mayor humildad y entrega? Difícilmente.
Los miran hacer rabieta?. Los escuchan quejarse?
Es un don inmerecido el sacerdocio.
He vivido hasta el día de hoy sin reconocerlo y pude hacerlo gracias a que el domingo de un sacerdote recibí el perdón y la misericordia de Dios así como de otro recibí las Palabras y gestos del Señor en su última hora pero también me fue entregado su propio Cuerpo y Sangre.
Uno sufre porque va por la vida tratando de controlar todo y haciendo rabietas totalmente innecesarias.
Uno a veces tiene que caer en la más terrible humillación para darse cuenta de lo esencial y nada más que para verse en la necesidad de, ante un sacerdote, clamar por misericordia una y otra vez.
Cuanto ayuda para entrar en la dimensión correcta del Sacramento del Orden el gesto de entregar durante la consagración junto al sacerdote en Cristo al Padre la propia vida.
Ayuda mucho. Si no lo han hecho inténtenlo alguna vez.
Esto no lo supe sino de la experiencia del domingo pero también de lo que uno de estos días Pepa Yáñez publicó de Tomás de Kempis en su facebook:
“Porque no hay sacrificio que obtenga mayores méritos y bendiciones, ni ofrecimiento más eficaz para borrar pecados, que ofrecerse a sí mismo en sacrificio a Dios en la Santa Misa y en la Comunión, juntamente con el Cuerpo de Cristo”.
Tomás de Kempis, Imitación de Cristo, libro 4, 7.
PD. Esta es mi forma de pedir perdón a los sacerdotes por todas aquellas veces que he sido injusta en mis críticas hacia ellos.
Al padre Javier Sanchez, Hermano Felipe de Jesús, padre Mariano Pablo Vaccaro y al padre Julio Gómez que intervinieron el post de la fotografía sepan que gracias a sus intervenciones logré sacar gran provecho para mi vida de fe.