9 de noviembre de 2012

La desesperación nos coquetea

La crisis financiera mundial nos ha golpeado a todos en todas partes. 

A los que teníamos hasta hace poco cierta “comodidad” nos golpea al punto de que como nunca antes nos hemos visto en la necesidad de “pensar el mundo” de forma diametralmente opuesta para lograr que “el cinco” dure hasta final de mes. 

Sabemos por las noticias que en Europa la crisis se ha hecho ya sentir a los niveles espeluznantes del suicidio al que recurren aquellos que ven irse por el drenaje el esfuerzo de toda su vida. 

La desesperación nos coquetea a todos.

He venido pensando en ello debido a mi propia situación económica y familiar. Muchas veces me despierto sobresaltada por pensamientos que auguran la aparición de necesidades materiales nunca antes conocidas por mi persona; es así aún cuando mi situación no está al límite como está la de tantos otros ya que todavía conservo algo de salud y algunos recursos nada despreciables.

El caso es que durante esos sobresaltos he notado algo que nunca antes había notado. Noto que había puesto excesiva confianza en el dinero cuando, por razones obvias, debería estar en el haber hallado sentido a mi existencia al experimentar el amor absoluto e incondicional de Dios. 

“Cosa rara”, me dije un día. “Cuando tenía mayor solvencia económica mi vida era perfecta. Ahora que no lo tengo y que, lo poco que tengo, está en peligro, toda la alegría de vivir tiende a desaparecer. Eso no está bien.”.

De ahí es que me he puesto a meditar en ello y a concienzudamente detectar esos momentos angustiosos en los que dudo para conscientemente rechazar la desesperación apenas asoma sus narices. 

Funciona un poco, pero no tanto ya que las propias fuerzas no bastan para darle la cara al temor de pasar necesidad o de perder lo poco que se tiene. No funciona, por lo que todo indica que superar la crisis, tendría que seguir otros derroteros.

En ese sentido, no digo ya solo estar abierto a formas nunca antes pensadas para generar ingresos de forma legal. No. Me refiero a echar mano de los recursos que ofrece por el Bautismo nuestra relación con Jesucristo. 

Me refiero a la Fe y a la confianza pero incluso, antes que ellas, a la humildad de reconocer que somos hombres y mujeres de “poca fe” y por tanto, sumamente desconfiados e inconmensurablemente necesitados, tal como los pájaros y las florecillas.

Mi felicidad, debo reconocerlo, estuvo en la confianza que puse en el dinero, una vez se fue el dinero me quedó solo Dios quien, con los cuidados de un verdadero padre, me toma entre sus manos cada día para demostrarme con palabras y acciones concretas que puedo creerle y confiar en El. 

El, es el único que permanece y Quien tiene no solo el poder sino el amor suficiente para cuidar de mi a pesar de mis esfuerzos por soltarme de su mano.

La desesperación nos coquetea a todos, que consiga seducir a hombres y mujeres que tienen puesta su fe y confianza en Dios, está por verse.

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