Una vez escuché a un amado Arzobispo decir de si mismo “el Obispo es fuente y culmen de la vida de la Iglesia” y yo, que para escandalizarme no hace falta que nadie me empuje, me escandalicé, porque según lo que aprendí de la Sacrosanctum Concilium, no es otra cosa que la presencia de Cristo en la Liturgia la que Lo constituye en “la fuente y el culmen de la vida de la Iglesia”.
“No obstante, la Liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza”.
La Liturgia es Cristo presente en ella y su presencia se realiza, incluso, antes que los modos presenciales; claro, la concepción personal de Su Excelencia acerca de los diversos modos presenciales pudo haberle confundido, porque es cierto, el ministro ordenado constituye una de las modalidades de la presencia de Cristo en la Liturgia y lo es en razón de la gracia del Sacramento del Orden que le otorga la función de servicio que consiste, entre otras cosas, dejar en evidencia y hacer efectiva la presencia de Nuestro Señor en toda acción litúrgica; sin embargo, no hay que olvidar que también Le hacen presente las Especies Eucarísticas, los Sacramentos, la Asamblea y la Palabra. Lo cual para mi, alguien no experto en Liturgia, implica que nuestro Jesús amado se hace presente entre nosotros y en igual medida en todos los modos presenciales mencionados. Y que alguien me corrija si estoy equivocada.
Pues bien, reflexionando sobre la interpretación teológica que hizo Su Excelencia sobre su servicio dentro de la Liturgia y considerando lo que aprendí del Padre Manuel Rojas, liturgista, así como del Padre José Antonio Fernández de Quevedo O.P., pastoralista, concluyo que los errores pastorales son –indefectiblemente- causa de una errónea interpretación teológico-doctrinal, de tal manera que me deja en zozobra el que si Su Excelencia Reverendísima ha tenido este pequeño “desliz de interpretación", muy probablemente del mismo obtendremos repercusiones en lo pastoral no del todo deseables. Es mi conclusión y, repito, si estoy equivocada que alguien me corrija.
Y, para ahondar un poco mas en esta cuestión, si la Liturgia es el ejercicio de Cristo y además nos moldea como cristianos, nos abre a la gracia santificante, nos induce a actitudes propias del Evangelio, nos enseña a pensar como cristianos, nos identifica con el “ser” de la Iglesia y nos dispone a hacer lo que Dios quiere, qué será de la asamblea, si el lugar de Cristo en la Liturgia lo toma, por un desafortunado "desliz de interpretación" el Arzobispo? En eso reflexiono y no deja de preocuparme, por lo que, repito, si estoy sobredimensionando este asunto, que alguien haga el favor de corregirme.
En síntesis, si la Liturgia crea nuestra identidad de seguidores de Cristo, si la Liturgia nos enseña a ser cristianos y si, sobretodo, forja nuestro espíritu de discípulos y misioneros fieles y convencidos de Cristo y de su Iglesia, qué será de nuestra identidad, nuestro aprendizaje del cristianismo y de nuestro espíritu de cristianos, si su Excelencia Reverendísima se atribuye, como dije “ser el culmen y fuente de la vida de la Iglesia”?
Da para pensar, no es cierto?
Da para pensar, no es cierto?