El Cardenal John Henry Newman, en sus “Meditaciones sobre las Letanías” decía:
Quiere esto decir que si Cristo, como Dios, se rebajó a la condición de hombre, entonces Dios elevó la naturaleza humana de María a participar de su condición divina. Quiere esto decir que la Inmaculada fue el primer ser humano que gozó de la Trinidad bajo nuestras dimesiones de tiempo y espacio. Quiere eso decir que gozó de sus dones y frutos de manera plena; de tal forma "llena de gracia" que por eso fue asunta al cielo. Su cuerpo no podía ver la corrupción, pero la gracia si fue capaz de ejecutar la glorificación de su cuerpo. Se podría decir entonces que María, de manera plena pero incompleta, prefigura nuestra resurrección?“Tota pulchra es, María!”. Ninguna de las deformidades del pecado pudo encontrarse jamás en ella. Y en eso se diferencia de todos los santos. [ ]... María se parece a su Divino Hijo: es decir, lo mismo que Él, por ser Dios, es distinto por Su Santidad de todas las criaturas, así ella es distinta de todos los santos por ser la llena de gracia".
En fin, hago estas preguntas porque no soy teólogo y por lo mismo, no poseo las herramientas filosóficas y metodológicas para conducirme por una reflexión intachable, pero bien, en estos temas me hace reflexionar la Inmaculada, sobre todo por algo que me dijo mi querida amiga Susan: "Piensa en cómo lo habría hecho María".
Vaya, por Dios! Y es que, cómo podría siquiera imaginarlo?! Cómo sería vivir sin mancha alguna, plenamente insertada en la vida divina? Inconcebible, ¡maravilloso!.
Pero bien, intentémoslo. Si María prefiguraba nuestra resurrección quiere decir que poseía la virtud en estado de perfección, que los dones [1] del Espíritu daban incesamente frutos [2] de tal manera que en Ella se generaban constantemente la caridad, el gozo, la paz, la paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia y castidad perfectas.
María, por tanto, yacía en la realidad en un estado de absoluta e incondicional confianza en Dios (que era el eco de la absoluta y total confianza de Dios en ella) estado que ordenaba todos los demás aspectos de su humanidad.
Ahora bien, si por más cercano que se pudiera estar de un estado así se está incapacitado de hacerlo por el pecado, cómo es que podría colocarme en la mente y el corazón de la Madre para saber cómo ella procedería?
María insiste tanto en la oración, insiste tanto en la Comunión de los Santos. Será que es de la oración, ese sumergirse dentro de uno mismo para encontrarse con Cristo, que recibimos lo necesario para yacer en ese estado de absoluta e incondicional confianza? Me parece que si, por algo lo dice María y lo han dicho los Santos.
¡Bendito Dios!
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[1] Catecismo 1831 Los siete dones del Espíritu Santo son sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de David (cf Is 11, 1-2). Completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben. Hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas
[2]Catecismo 1832 Los frutos del Espíritu son perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo como primicias de la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce: ‘caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad’ (Ga 5,22-23, vg.).