“Cuando estuvo cerca y vio la ciudad, se puso a llorar por ella, diciendo: «¡Si tú también hubieras comprendido en este día el mensaje de paz! Pero ahora está oculto a tus ojos. Vendrán días desastrosos para ti, en que tus enemigos te cercarán con empalizadas, te sitiarán y te atacarán por todas partes. Te arrasarán junto con tus hijos, que están dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has sabido reconocer el tiempo en que fuiste visitada por Dios»”. Lucas 19, 41-44
El Evangelio de Lucas es la recopilación de relatos orales y escritos que fueron estructurados entre el año 62 y 150 dC, en época posterior a muchos de los sucesos que describe y dirigida a una segunda generación de cristianos de origen griego dentro de la cual los estudiosos afirman se encontraba una minoría judeo-cristiana. Comunidad heterogénea y con problemas concretos probablemente relacionados con su situación dentro del Imperio y ante la comunidad judía, ambos que se negaban a reconocer su calidad como ciudadanos y su condición ante Dios en razón de las promesas hechas a Israel.
Bajo estas circunstancias, Lucas ofrece a su comunidad razones para una apología ante el Imperio y la comunidad judía.
El Evangelio que ha llegado hoy contiene dos frases que me llamaron la atención, la primera:
"¡Si tú también hubieras comprendido en este día el mensaje de paz!"
La segunda:
"...porque no has sabido reconocer el tiempo en que fuiste visitada por Dios"
La perícopa es un claro reclamo al pueblo judío que espera servir de consuelo a los miembros de la comunidad cristiana, consuelo que busca cimentar el camino de fe recién emprendido. Camino que se presenta incierto, recordemos, por razón del cuestionamiento judío a su condición ante las promesas divinas.
Acercando el Evangelio a nuestros días, no es faltar a la verdad afirmar que el camino cristiano nunca ha estado ni estará exento de incertidumbre, así lo confirmamos en este Evangelio y en nuestra vida diaria, porque no falta noticia, acontecimiento, vecino o amigo, nuestro propio ego, que no nos enfrente con la probabilidad de encontrarnos fuera del “área de influencia” de las promesas divinas, tal cual los cristianos del Evangelio de hoy.
Porque, si bien hoy no es el Imperio, pero son Estados que tratan de imponernos una antropología que no coincide con la nuestra; si bien no son los judíos descalificando nuestra condición ante las promesas de Yahvé, pero son los incrédulos descalificándonos ante la diosa Razón. Como dije, no faltó ni faltará violencia que infunda incertidumbre en la vida de un cristiano.
Ahora bien, me planteo como preguntas las dos frases que seleccioné:
“¿Has comprendido en este día el mensaje de paz?”
“¿…has reconocido el tiempo de la visita que se te ha hecho?”
Así planteadas, ambas frases me llevaron en aquél momento a pensar en algo completamente absurdo, y me disculpo de antemano por atar cabos de esta manera.
Habiendo terminado la lectura, recordé un medicamento homeopático que me ofrece mi padre cuando se da cuenta que estoy anticipándome a algún acontecimiento que podría contener –no estamos seguros ya que no somos adivinos- una fuerte carga emocional o física para mi; este medicamento se llama Rescate, y su nombre le cae de perlas, es precisamente lo que realiza: un Rescate.
De qué rescata? Rescata de esa manía de vivir ausentes del presente, de dudar sobre el futuro, de vivir disperso y con la mirada fija en el horizonte cuando debería estar vuelta hacia nosotros mismos, cosa que, dicho sea de paso, facilitaría enormemente manejar –racional, no emocionalmente- el evento al que nos anticipamos. Es un rescate que restaura el balance metabólico y que influye benignamente sobre el aspecto psíquico.
Habiéndolo leído, como dije, la conclusión a la que llegué –que por eso digo que es absurda- fue: “a estos cristianos les habría venido bien unas gotitas de Rescate”."¡Vaya, pero qué ideas!", me digo ahora, pero no deja de haber verdad en ello.
Cuántas veces necesitamos ser “rescatados” de esa imperiosa necesidad de anticiparnos, de prever, de asegurarnos de que todo saldrá bien? Cuán consciente estás en este momento de que esta fe, ¡bendita fe!, que es real, tan real como que existes, sirve para estar -en este preciso instante- totalmente consciente y absolutamente seguro de que tu vida y la historia está en buenas manos?
Qué tal si bajas tu cabeza y repites varias veces hasta que estés seguro de que lo comprendes:
“¿…has reconocido el tiempo de la visita que se te ha hecho?”
Qué tal si te haces presente en el lugar donde te encuentras, tomas en cuenta la luz, el aire que entra en tus pulmones, la temperatura de la habitación, la ropa que llevas puesta, la sensación de la piel de tus manos o de tus pies en contacto con el aire, qué tal si te dices a ti mismo hasta que se haga tuya la frase:
“¿Has comprendido en este día el mensaje de paz?”
¿Qué tal si, estando en esto y de repente, en lo que viaja un rayo de luz, se hace claro en tu conciencia que el Eterno se te regala a cada instante haciéndose presente en tu presente para cimentar definitivamente tu confianza en Sus promesas? Y es que si no, para qué "el tiempo de Su visita", y es que si no, para qué "Su mensaje de paz"?
Infinitamente más efectivo que la homeopatía de papá, definitivo; infinitamente real y actual, como Dios, la fe y tu.