Me he tomado muy en serio lo que ha mencionado Remedios Falaguera en conoZe.com cuando en su artículo “¡Urgen mujeres católicas en los medios!” cita a Enrica Rosanna, subsecretaria de la Congregación vaticana para la Vida Consagrada, en su libro «La riqueza de ser mujer».
«El genio de la mujer aún no ha dicho su última palabra en la historia de la humanidad», y por tanto resulta urgente, «invocar aquel suplemento de alma del que la mujer es portadora para caminar sin prejuicios hacia ese humanismo integral».
Y me lo he tomado en serio, tal y como me tomo presentar a Cristo, no más porque para mi como mujer, presentarlo implica presentar al ser humano ante su propia humanidad.
Por lo mismo, hoy vengo a tocar el tema de los sacerdotes con sentimientos de inferioridad.
En principio, cualquier católico con sentimientos de inferioridad es, no digamos en el aspecto psíquico (ya que en esto hay mucha tela que cortar), sino en el aspecto doctrinal, abiertamente inconcebible. No es posible que un católico que conozca la doctrina, principalmente la antropología y la moral cristianas, sea un católico acomplejado, mucho menos concebible si este católico resulta ser un sacerdote.
Pero bien, vamos por pasos, qué se entiende por sentimiento de inferioridad?
“el sentimiento de inferioridad se debe a la existencia de un defecto que se vive como algo vergonzoso, humillante, indigno de uno mismo e inaceptable. En no pocos casos, además, se trata sólo de un presunto defecto, ya que, cuando se conoce y se analiza con un mínimo de objetividad, se comprueba que no hay motivos de peso para considerarlo tal, o que, en cualquier caso, se le está dando una importancia subjetiva desmesurada”.
Y, me perturba la idea de un sacerdote con este tipo de sentimientos, porque “suelen constituir un intenso y profundo motivo de desasosiego y condicionar bastante la personalidad y el comportamiento de quien las sufre”. [2]
En qué sentido? En el sentido de que, tal y como conozco a varios sacerdotes que, siendo excepcionalmente inteligentes, adoptan actitud de acomplejados, o lo que en lenguaje cotidiano equivale a decir que son "presuntuosos, arrogantes e inflexibles", entre otras cosas.
Comprendo perfectamente que cada uno es un mundo desde que es único e irrepetible, también comprendo que no estoy libre de complejos, pero por lo mismo, porque me he dado a la tarea de comprender y restaurar el origen de remilgos y petulancias de mi parte, es que llamo con vehemencia su atención sobre este tema.
Uno de ustedes, queridos sacerdotes que me leen, es uno de esos acomplejados y, si supo bien en qué momento –cuando estaba ahogada en llanto durante una confesión- tomarme de la mano con todo cariño y conducirme hasta el consultorio de una psicóloga católica, debería saber bien y admitir cuándo también es oportuno asistir a consulta.
Así que, ¡basta ya de complejos!. A sacar cita con el psicólogo, que los hijos de Dios no tienen -y mucho menos un sacerdote-, razón alguna para no desprenderse definitivamente de sus sentimientos de inferioridad, pero más que por el sobrado peso de razones antropológicas y morales, porque no hay derecho para faltar a la caridad cuando con su arrogancia pretenden encubrir complejos que son verdaderamente imposibles de disimular.
¡No hay derecho!
Y esto lo afirmo, porque del respeto al derecho ajeno nace la paz y paz es lo que falta alrededor de muchos de ustedes últimamente y además, porque notas como esta, también es presentar a Cristo y en El, presentar a ustedes mismos ante su propia humanidad. (Nuestro Señor así lo disponga, pero sobre todo haya dispuesto que con estas palabras no haya también yo faltado a la caridad)
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[ 1] Sentimientos de inferioridad, Alfonso Aguiló Pastrana, Director de Tajamar, escritor de numerosos artículos y libros sobre educación
[2] Ibidem