Impresiones no tan al vuelo,
más bien un tanto profundas
Una vez terminé de hacer rollitos con los afiches en la Plaza de la Democracia, me dispuse a ir a encontrarme con la señora que me hace la limpieza en la esquina sureste del Teatro Nacional para pagarle su sueldo.
No más doblé la esquina desde la Plaza hacia la Avenida Segunda me hallé de frente con la Marcha que como una nube de globos y camisetas blancas, se perdía en el horizonte. El corazón me dio un vuelco.
Empecé a andar con aquél mar de gente frente a mí. De lejos divisé la pancarta que la encabezaba y observé algo que llamó mi atención: una contramarcha. Unos jóvenes adultos sostenían en sus manos una pancarta en cuya superficie se traslucía la leyenda: “No más homofobia”.
El corazón me dio otro vuelco.
Sin pensarlo, me acerqué a los tres jóvenes que tenía más cerca y que sostenían su pancarta por el extremo norte y con toda la vehemencia de la que fui capaz solamente les dije: “No somos homofóbicos”.
Esto sirvió para que se estableciera entre nosotros una conversación sumamente intensa, especialmente con la chica, una mujer joven que había sido católica y que estando en crisis de fe se introdujo al Camino Neo-catecumenal del cual salió espantada, según ella misma contó.
Fuimos llamados al orden en varias ocasiones, ya que por quedarnos conversando atrasábamos la Marcha u obstaculizábamos, la verdad no recuerdo bien, porque estábamos enfrascados en nuestra conversación.
Recuerdo, si, que uno de ellos me estuvo grabando en video por largo rato, seguramente esperando que saliera de mi boca alguna agresión o cualquier cosa que le confirmara sus prejuicios, pero –sinceramente- me tenía sin cuidado porque no acostumbro a insultar; y como ellos no lo hicieron, ni yo di lugar a que eso sucediera, la conversación se dio en términos asombrosamente amistosos, intensos, apasionados, vehementes.
En una de esas ocasiones que fui llamada al orden por los señores que dirigían la Marcha, fui corregida por uno de ellos delante de los jóvenes en términos bastante inapropiados, que luego me hicieron pensar que por censura como la que como adulta recibí de parte de este señor, estos jóvenes llegan a concluir que –efectivamente- los católicos somos todo lo que ellos piensan, ya que –obviamente- tienden a generalizar sobre casos aislados como el de este señor. En fin, que tuve que comportarme como desordenada con la finalidad de no permitir que aquellos chicos se alejaran de la conversación.
Recuerdo que le pregunté a la chica dos veces su nombre, pero ahora no lo recuerdo, no se por qué y eso me tiene apesadumbrada porque verdaderamente me hubiese gustado recordarlo.
A la chica y a mi en varias ocasiones se nos cortó la voz, ambas estábamos realmente emocionadas, queríamos hacernos comprender una de la otra y creo que lo logramos, porque hacia el final –cuando era obvio que el tema estaba agotado y que ya habíamos desordenado a nuestros respectivos grupos por tiempo suficiente- nos expresamos una a la otra con palabras sinceras “el gusto que nos había dado conocernos”.
Yo me alegro enormemente que esta conversación con estos jóvenes haya sucedido tal y como sucedió, porque fueron capaces de escuchar y yo a ellos.
Bendito sea Dios por los jóvenes.
No pude dejar de pensar en ellos durante el resto del fin de semana, particularmente en la chica que conmovió mis entrañas.