2 de mayo de 2010

¿Qué tan difícil es pensar lo que se vive?

Será tan difícil? Si, pensar lo que se vive y decir lo que se piensa, de lo que hablé en la entrada anterior.

A ver, intentémoslo. Haré un ejercicio de reflexión y expresión. Es bien conocida mi falta de destreza para pensar y expresar, pero haré el intento.

***

Recién hemos escuchado las declaraciones del Vaticano en torno a la congregación de los Legionarios de Cristo. Esto ha suscitado dentro de los grupos católicos en los que me muevo (que es lo que observo desde mi perspectiva muy particular) varias reacciones:

- Una, la de aquellos involucrados que de alguna forma lo declarado por el Vaticano les ha causado escozor y reaccionan con resentimiento.

- Otra, la de aquellos que, aunque legítimamente indignados, reaccionan desde fuera (no obstante el Vaticano se ha manifestado) haciendo leña del árbol caído.

- Una más, la de aquellos que, estando involucrados de alguna forma,  reaccionan guardando silencio.

- La última, la de gente como yo, que no teniendo arte ni parte, sin embargo sufre las consecuencias de las tres reacciones anteriores y reacciona a su vez echándoles en cara su actitud.

Claro, y está aquella reacción de los prudentes que tendrían que servirnos de modelo, pero que preferimos ignorar.

Ahora bien, cuál sería la actitud cristiana ante estas cuatro reacciones?

En primera instancia y considerando el modelo de los prudentes, se me viene a la cabeza como clave doctrinal la “comunión”. Utilicémosla como criterio para evaluar y buscar la solución.

Es evidente que la comunión se daña cuando no se admiten los errores, lo que implica que ha hecho falta un examen de conciencia, arrepentimiento, espíritu de enmienda y sacramento de reconciliación (reacción #1).

Es clarísimo que la comunión se daña si no doy el paso de la indignación a un reclamo formal ante las autoridades o personas a quienes corresponde plantearla y que, si me deambulo por Internet expresándola, no estoy haciendo lo que corresponde sino nada más desparramando indignación. (reacción #2)

Queda en evidencia que guardar silencio, por la razón que sea, deja espacio a la incertidumbre e inseguridad y ninguna de ellas construye comunión (reacción #3)

Por último, es innegable que echar en cara el error en que incurren quienes manifiestan cualquiera de las reacciones anteriores, tampoco lo hace. (reacción #4)

La actitud cristiana, por tanto, tendría que estar dirigida a corregir los errores de las reacciones observadas, en ese caso sería:

- La primer actitud sería: Hacer un examen de conciencia, llegar al arrepentimiento, adquirir espíritu de enmienda y buscar el sacramento de la Reconciliación. Trabajar duro sobre el perdón, perdón que se tendría que implorar de Cristo en todo aquello que con mis palabras o acciones he faltado a la caridad, pero también perdón hacia mi mismo por haber llegado a estar claro acerca de la fracción de miseria humana que en el asunto me corresponde; esto solo y nada más que para colaborar con la gracia en recuperar la armonía conmigo mismo, con mis semejantes y con Dios. (¡Menuda tarea!)

- La segunda: Pasar de la indignación al reclamo formal ante las instancia que corresponda y abstenerme de hacer comentarios que atenten contra la dignidad de los involucrados, empezando por la propia, porque, qué existe de mayor indignidad que exponer la propia miseria al público internacional?

- En el tercer caso: El silencio puede llegar a ser tan nocivo y perverso como la imprudencia o la indiscreción, está comprobado, así que se ha de aprender a pensar y a expresar lo que se piensa, aún cuando vaya en perjuicio propio. Esto queda más que claro.

- Por último: Abstenerse de juzgarse y juzgar, confiar y esperar en la Misericordia Divina. Confiar en la guía del Santo Espíritu sobre el Papa y sus asesores; confiar y esperar en que los miembros de esta congregación, por su condición de bautizados, obtendrán de Dios lo necesario para plantarse ante Dios, la Iglesia y el mundo con un rostro nuevo; confiar y esperar que los indignados, los culpables, los que han guardado silencio y los que sufren, obtendremos de Dios la gracia para pensar lo que vivimos y decir lo que pensamos. Sin faltar a la caridad, por supuesto, o en otras palabras: ejercitándonos en la prudencia pero también en la misericordia.

***

Bien, como conclusión, pensar lo que se vive no ha dado la impresión de dificultad siempre y cuando se elija un criterio doctrinal que eche luz sobre la situación, como lo ha sido el criterio de la comunión. Claro, lo difícil y doloroso es admitir la propia miseria, pero sin hacerlo no veo cómo podríamos glorificar a Dios por habernos instituido por el Bautismo en Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo. No veo cómo.

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