Rara vez emprendo una entrada al blog conociendo el título por anticipado, pero esta vez si que lo sabía: Católicos sin rostro…
Dijo en su entrevista muy certeramente el padre Iraburu: “Si los laicos dieran más la cara, e hicieran suyos plenamente los combates del Reino de Dios en este mundo, quizá el mundo vería la Iglesia de otro modo, más conforme a su Verdad”.
Pues claro, es que el que los laicos no den la cara y no entren en batalla, no es porque no tengan conciencia del combate, sino que no tienen cara para mostrar, según observo, son católicos sin rostro…
Y eso es tan claro, tan clarito como el agua, fíjense en este ejemplo burdo pero directo: cuando un adolescente está en ese proceso tan intenso y perturbador como es el de construir su identidad, de qué es lo que primero que se avergüenza, de lo primero que se retracta? De sus padres, de su familia… se avergüenza de ellos.
Pues así nomacito sucede con los católicos sin rostro… y claro que es así, y es así porque yo misma pasé por mi adolescencia en las cuestiones fe y, vaya sorpresa, ¡parece que he salido!
Naturalmente, existen muchísimas otras razones y más complejas para explicar el fenónemo de los laicos (y permítame añadir padre Iraburu, de sacerdotes y obispos) que no dan la cara, pero en esas no me meto porque se que no es mi campo, mi campo es el de la observación y la experiencia, del hacer un juicio para formarme un criterio que me sirvan para ejercitarme en la fe, no para juzgar o señalar o lo que sea que a este ego imperdible se le ocurra inspirarme.
Por lo mismo, la observación de tanta gente que tengo a mi lado y he conocido en Internet que no dan ese primer paso en escribir su propio blog sino que frecuentan portales o foros y los utilizan para despotricar contra todo lo que no les parece, tengan la razón o no; aquellos que con magnífica formación teológica prefieren quedarse dando catecismo a los niños y asistir regularmente a misa; o aquellos otros que se resguardan en grupos fundamentalistas, o los de más allá que se guarecen en la piedad personal… en fin, que -todos aquellos que no entran en batalla- sino que se quedan viendo los toros desde la barrera, son católicos adolescentes que se avergüenzan y se averguenzan porque la fe (Cristo) no les ha alcanzado para responder a preguntas fundamentales: quién soy, para qué estoy aquí… Son estos católicos sin respuesta los católicos sin identidad, católicos que no podrán dar la cara porque son católicos sin rostro…
¿Remedios? Los mismos que ofrece el padre Iraburu: “Vida de oración: “comunicar a otros lo contemplado". Sin oración falta luz y fuerza para evangelizar. Amor a la cruz: sin “parresía", sin perder la propia vida, sin superar el miedo a la persecución, no hay modo de evangelizar al mundo, y más bien el evangelizador se mundaniza. Fidelidad a Biblia, Tradición y Magisterio apostólico: es Cristo quien por la Iglesia “envía", da la misión (la fuerza espiritual) para evangelizar”.
Pues así es, estimados lectores, ahí está la batalla y faltan guerreros… ¡a por su identidad!, caballeros y caballeras… ¡a por su cara!.