30 de julio de 2010

Ingenuidad

Una ventaja, si es que me permiten llamarla así, de ser ingenua, como -efectivamente- lo soy, es que los astutos piensan que eres tonto o poco sagaz y, por otro lado, los tontos piensan que eres uno de ellos; así que –siendo ingenuo- por todo lado se gana, si es que de ganar se tratara.

Ser ingenuo es algo con lo que se nace, creo yo; eso se podría decir por el lado de la ingenuidad definida como la condición de haber nacido libre. Por el lado en que se la define como sinceridad, sencillez o veracidad, pues no, no nacemos con ella, porque –por lo regular- venimos a la vida sellados con el efecto de sus contrarios. Ustedes saben? Parte de las consecuencias del pecado original.

Pues bien, ser ingenua no fue siempre una cualidad hacia la que guardase fidelidad ya que estaba mal visto (supongo que todavía lo es) ser ingenuo. Había que ser astuto, malicioso y quizá hasta manipulador para conseguir respeto. Claro, no llegué hasta esos extremos pero no porque no quisiera, sino porque no podía. Cuando trataba de –mediante grandes esfuerzos- dar la impresión de ser astuta, tener malicia o lo que fuera, mi espíritu se doblegaba y terminaba capitulando ante la imperiosa necesidad de continuar ingenua: libre.

Rendir armas ante mi condición de haber nacido ingenua, con mucho que parezca contradictorio o absurdo, no fue fácil y no ha sido si no hasta recientemente que voy obteniendo los beneficios, uno de ellos –me parece- es el que mi blog esté alojado en InfoCatólica.

Mi ingenuidad y lo que he prosperado en ella compagina muy bien con lo que en Comunión y Liberación don Gius llama “ser fiel a nuestra circunstancia”, fidelidad que se guarda consigo mismo con el propósito de identificar “qué dice ante ella nuestra humanidad”. Para don Gius, este constituye el ejercicio fundamental para dar con Cristo y se fundamenta para afirmarlo en todas aquellas veces que en la Sagrada Escritura la mirada de uno de nosotros se encontró desnuda ante la mirada del Señor.

La mirada de Zaqueo, la de la samaritana, las miradas de Pedro y Juan, miradas de personas como nosotros que por haberse posado con vehemencia y desesperación en tantas cosas vacías hallaron su plenitud en la profundidad de la mirada del Señor en la cual alcanzaron el culmen de su condición de seres humanos libres: ingenuos.

Un encuentro de miradas transformador, sin lugar a dudas.

Ahora bien, lo que surge de este encuentro podríamos llamarla una nueva ubicación en el cosmos, porque tenemos que admitirlo: después de habernos sumergido en la mirada del Señor nuestra situación ante el Universo es completamente novedosa; y lo es porque el “yo” ante el “Tú” de Dios nos despoja –entre otras cosas- de la certidumbre de poder algo por nosotros mismos, nos arrebata la seguridad que obtenemos de estar excusándonos constantemente de nuestros defectos, de la certeza de poseer algo de valor…

Desde esta novedosa situación es que se nos hace posible movernos con libertad entre los hombres haciendo uso de cualidades hasta entonces desconocidas o con las cuales estábamos poco familiarizados: delicadeza, paciencia, sencillez, veracidad, sinceridad, comprensión, esperanza así como tantas otras cosas que solo podrían estar presentes entre aquellos para quienes la contemporaneidad de Cristo es un hecho irreductible.

Caso contrario, cuando Cristo no es contemporáneo nuestro, cuando Su presencia es sustituida por nuestras ideas, nuestros deseos ególatras o nuestros temores, es cuando llega a faltar delicadeza, paciencia, sencillez, veracidad, sinceridad, comprensión, esperanza y tantas otras cosas como de las que a diario vemos que carecemos en nuestras familias, en el trabajo, en la calle, en todo tipo de relaciones y –por cierto- hasta en el portal mencionado donde tan ufanos pregonamos y defendemos la verdad de Cristo y que, sin embargo, faltamos con tanta arrogancia, despreocupación y -hasta indiferencia- con nuestros hermanos en lo fundamental.

La ingenuidad, como pudo haberles quedado claro, ha sido una ventaja para mi pero más que eso, una bendición.

Y lo más divertido de todo es que los astutos seguirán considerándome tonta o poco sagaz y los tontos una de ellos; pero como de ganar no se trata, en realidad -que sea así- no tiene la menor importancia.
-oOo-

Dios, nuestro Señor, que sabe mejor que nosotros
de lo que estamos hechos,
tenga compasión y misericordia de sus criaturas
y nos permita conceder valor
a nuestra condición de haber nacido libres: ingenuos.

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