De lo más duro que ha tenido para mi haber iniciado la Escuela de Comunidad de Comunión y Liberación es frecuentarme.
Rara vez nos frecuentamos, estamos más pendientes de lo que piensan, hacen y dicen los demás que de lo que pensamos, hacemos o decimos nosotros mismos.
Ustedes saben? Es facilísimo abrir la boca o sentarse ante el teclado a decir: “Pero mira qué incoherencia la que dijo aquél”, “mira cuán ingrato se ha comportado el otro”, “acaso es que el fulano no podía detenerse a pensar antes de hablar”?, “y éste, pero, qué es lo que se ha creído?”.
Es facilísimo hacer esto y es lo que con mayor regularidad hacemos.
Pues bien, la Escuela de Comunidad me pide prescindir de frecuentar las motivaciones o finalidades de los demás para frecuentar las propias.
Caray, pero eso es duro, durísimo.
Claro que lo es, y lo es porque te obliga a mirar tu propia incoherencia, tu ingratitud, tu impulsividad e imprudencia, tu exagerada estima de ti mismo, por citar algunos ejemplos. Y, vaya que eso duele. Es doloroso reconocer que estás tan o más herido que aquellos a los que criticas.
Para qué sirve reconocerse herido?
Para descubrir tu necesidad.
Necesidad de qué?
De humanizarte.
"Y qué tiene que ver mi humanidad con la fe?" [1]
Tiene que ver lo Infinito: “Mi humanidad se me ha dado para reconocer a Cristo”. [2]
Tiene todo que ver para una persona de fe.
(¡A ver cuán frecuentemente consigo "frecuentarme", ese será ahora el desafío!)
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Notas
[1]Julián Carrón, Ejercicios Espirituales de los universitarios de CyL, Rimini, Diciembre 2009
[2]Ibidem