12 de julio de 2010

Nuestras crisis de fidelidad


No fue si no hasta hace poco tiempo que empecé a tomar el gusto de vivir en paz con mi congéneres. Claro, no faltan crisis, pero sin embargo, ahí vamos, cada día un poco más y mejor, deleitándonos en vivir en paz.

No poseo mayor criterio que el de la observación y mi experiencia para buscar explicación y sentido al hecho de que todos, un poco más, un poco menos, parecemos necesitar entrar en pugna constante contra algo o contra alguien.

Observando a las mascotas de la familia; entro a considerar sus diferentes “personalidades”; por ejemplo, Canuto respeta el territorio de Luna, sin embargo Luna no el de Canuto. Canuto le tiene paciencia a Luna pero en el momento llegado defiende lo suyo a como de lugar. A Luna, el resto de la manada le vale lo que un pepinillo. Luna y Canuto son polos opuestos y entran en constante pugna.

Por supuesto, los animalitos simplemente están siendo irracionalmente fieles a lo que son con el propósito de sobrevivir, pero -sin embargo- respondan: no es el suyo un comportamiento asombrosamente semejante al nuestro? Así es, lo que me indica que, dentro de nuestras relaciones nos movemos en gran medida dentro del ámbito del instinto.

Esta lucha irracional entre nosotros, es expresión fidelísima -por sobre todo- del temor la muerte de aquello que valoramos como fortaleza pero que en realidad constituye nuestra debilidad, representada a la perfección en los pecados capitales, que son mero instinto y que, sometidos a ellos, nos hacen olvidar que somos humanos.

Ok, pero aceptémoslo, así somos: somos incapaces de luchar en contra de nuestra naturaleza, más si -voluntariamente- exponerla a ser transformada por la gracia, así que, con esto en miras, asumámonos con tranquilidad y hagámoslo nada más que para colocarnos en posibilidad de recordar quiénes somos y para qué hemos sido creados.

Para ello, ningún lugar mejor que aquél en donde se expresa esa tensión inquietante que es nuestra existencia: la tensión entre lo que ya somos (por el bautismo) y lo que llegaremos a ser (por nuestra glorificación en Cristo).

Ya somos, por el bautismo, posibilidad abierta a la acción operante de Cristo vivo y resucitado en nosotros. Llegaremos a ser todo en Cristo (así como Cristo es todo en Dios) debido a la cimiente de nuestra glorificación que ha sido introducida en la historia por Cristo mediante el bautismo en cada uno de nosotros.

Pero no lo olvidemos, interpuesto en medio de la tensión entre lo que somos y llegaremos a ser, habrá un “juicio” definitivo en el que la verdad de nuestra existencia se verá plenamente expuesta, cuando -por el momento-, esta verdad no es posible apreciarla si no de forma parcial mediante las pruebas, desafíos u oportunidades (según cada uno prefiera llamarlas) que nos presenta la vida.

Una de esas pruebas es el reconocer la reacción instintiva que nos impulsa a entrar en pugna entre nosotros. A esa, o cualquier otra prueba, podemos someternos mediante un acto irracional (instintivo) o mediante un acto racional (un juicio), dicho en otros términos: en fidelidad a nuestro instinto o en fidelidad a lo que somos y llegaremos a ser.

Salir airosos de esta o de cualquier otra prueba, depende de nuestra fidelidad a la cimiente de lo que ya somos y que llegaremos a ser, depende de nuestra fidelidad a la presencia de Cristo vivo en nosotros.

Fidelidad que es instaurada en nuestro ser por nuestra adhesión libre a la Palabra de Dios, porque “mediante la Palabra de Dios, se vencen las crisis (de fidelidad a lo que somos), se vencen las pruebas (que enfrenta nuestra fragilidad humana) y somos liberados del mal (y así santificados -y a la vez- Dios glorificado)”. [1]

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Ahora ya saben cómo es que, poco a poco, se puede ir tomando el gusto a vivir en paz.

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Notas
[1] L. Giussani, “Para vivir la Liturgia: un testimonio”. Apuntes de meditaciones comunitarias. Editorial Encuentro.

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